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El G20 es una plataforma de gobernabilidad del sistema internacional actual. Como todo ámbito de la vida política no está exento de tensiones y conflictos. En ese marco, un país de importancia media como la Argentina, puede aprovechar esa instancia para construir alianzas, conseguir objetivos y defender sus intereses. Es decir, puede participar intentando mejorar su situación relativa. Otra opción es alinearse con alguna de las potencias que allí prevalecen. Si es así, el G20 pasa a ser una mera construcción a beneficios de otros y el país aparece como subordinado a intereses ajenos.
El G-20 es un foro en el cual las potencias más importantes del globo coordinan posiciones políticas, económicas y financieras. Entre sus miembros se encuentran la Unión Europea (como bloque) y 19 países: Estados Unidos, China, Alemania, Reino Unido, Japón, India, Rusia, Francia, Italia, Canadá, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Corea del Sur, Indonesia, México, Sudáfrica y Turquía. En conjunto, estas economías representan el 85% del producto bruto global y el 75% del comercio internacional.
El Grupo nació en 1999 como espacio de coordinación entre los ministros de finanzas, pero, tras la crisis de 2008, se presentó como el principal foro internacional para la cooperación económica, financiera y política e incorporó a varios países emergentes. También participan en las reuniones instituciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de la Salud, la Organización Internacional del Trabajo, entre otros.
Ahora bien, el foro es además el escenario donde se cristalizan las tendencias del sistema internacional. En ese marco, el elemento central actual a considerar es el proceso de transición de poder que se está dando desde una estructura de postguerra fría con los Estados Unidos a la cabeza y su propuesta (o imposición) de un mundo unipolar a la construcción o desplazamiento hacia un mundo multipolar, cuyo máximo exponente es China.
Estas dos potencias tienen una visión distinta de orden mundial y mantienen una disputa por imponerse. Su expresión evidente es el comercio, con subas de aranceles a productos provenientes del país rival (guerra comercial), pero también tiene otras expresiones como la competencia por la intervención en contratos de obra pública o la lucha por la explotación de ciertos recursos naturales. Allí es donde América Latina debería tener algo para decir, y en particular Brasil y Argentina.
La presidencia argentina del G20 representa en este contexto una oportunidad enorme para expresar una posición contundente e inteligente respecto al curso que debería tomar la política económica mundial.
Estados Unidos no puede seguir sosteniendo un déficit comercial que supera los 400 mil millones de dólares anuales. Entonces, el país impulsor de la globalización capitalista y el libre comercio, se vuelve proteccionista. ¿Cómo es posible? Pues porque en el sistema internacional la única ideología permanente es el pragmatismo y la defensa del interés de las potencias. La reacción del presidente Trump es una acción defensiva ante la hegemonía debilitada en favor de la primera potencia comercial del mundo, China. Estados Unidos reacciona así a la correlación de fuerzas de la economía mundial intentando retrasar, obviamente, la caída de sus cuotas de poder.
Una observación rápida indica que el interés nacional de la Argentina se consolida a partir de la integración de América del Sur, logrando posiciones conjuntas para equilibrar la balanza frente a estas dos potencias y a cualquier otro bloque de poder, convirtiendo al sub continente en un interlocutor con autonomía frente al sistema internacional. En segundo lugar, una cooperación Sur-Sur con el resto de los países emergentes con los que se pueda mantener intereses compartidos. La institucionalidad más cercana que se obtuvo de esta posición se llamó UNASUR (luego también CELAC) y los BRICS, hoy en proceso de quiebra y desintegración a partir de los gobiernos cuya característica principal no es ser neoliberales, sino subordinados a las potencias occidentales (y por eso neoliberales) de América del Sur, en particular Brasil y Argentina.
En los últimos años se debilitó la estrategia de los emergentes para reformar la arquitectura financiera internacional, equilibrar el sistema de comercio, luchar contra el drama de la deuda externa y la intervención de algunas potencias en los asuntos internos de otros Estados.
En cuanto a la Argentina, el gobierno de la Alianza Cambiemos perdió soberanía en forma sustancial delegando la política económica al FMI y a los especuladores financieros internos y extranjeros; renunciando al mismo tiempo a potenciar una política de articulación regional. La alianza estratégica entre la Argentina y Brasil parece parte del pasado y ambos países están aplicando políticas de desregulación y liberalización comercial y financiera. En el mismo sentido, se disminuyó la articulación con otros países emergentes.
El “apoyo” que recibe la Argentina del FMI depende principalmente del presidente Donald Trump, por lo tanto, no dejará pasar la ocasión de incrementar beneficios para su país. En este marco, los tres ejes de la presidencia argentina del G-20 (El futuro del trabajo, Infraestructura para el desarrollo, y un futuro alimentario sostenible) no tienen demasiado sentido.
Algunos gobiernos parecen carecer de lo más básico: la defensa de los intereses nacionales. Mucho menos se interesan por incorporar un claro diagnóstico de la transición política internacional actual que les permita alcanzar mayores grados de autonomía. Por lo tanto, su política exterior parece ir a contramano de la historia, actuando en contra de la integración latinoamericana y subordinando la economía y la política con endeudamiento externo y ajustes que generan sufrimientos y sometimiento a su población. Más propicio sería aprovechar la oportunidad para fortalecer la integración estratégica de América del Sur y proyectar a la región como un interlocutor soberano e independiente que obtenga beneficios del comercio y la política internacional; hoy una posibilidad abierta.
Construir una voz regional que defienda nuestros intereses constituirá una acción ineludible a futuro. Esta vez no será posible.
El gobierno argentino decidió no tener un rumbo propio. Eligió aceptar que ciertas potencias lo sometan al lugar que le tienen asignado.