Columnistas // 2025-06-02
_
Show, internas y política sin propuestas


La política se volvió un espectáculo porque, en muchos casos, dejó de ser una herramienta para transformar la realidad y pasó a ser un medio para acumular visibilidad. En una era dominada por las redes sociales y el consumo inmediato de contenido, algunos dirigentes entendieron que escandalizar rinde más que argumentar. Así, la escena política se llena de provocaciones calculadas, frases altisonantes y escenografías vacías, pensadas no para convencer al otro, sino para generar impacto. El problema es que, en ese camino, se pierde lo esencial: la vocación de servicio, el compromiso con lo colectivo y la responsabilidad de representar con seriedad.

El espectáculo de la política pareciera no empezar frente a las cámaras ni mucho menos, muchas veces se cocina puertas adentro, en disputas internas entre dirigentes que no compiten por ideas, sino por cuotas de poder. Se enfrentan en internas feroces, más preocupados por escalar posiciones dentro del esquema partidario que por representar a la ciudadanía. Lo que finalmente se muestra al público es apenas la puesta en escena de una lucha cuyo único fin es llegar arriba para sostener el show, no para transformar realidades ni dar respuestas concretas.

Es profundamente preocupante cómo algunos espacios legislativos, que deberían ser para el diálogo democrático, se están convirtiendo en escenarios de shows mediáticos. No faltan quienes, en lugar de construir argumentos sólidos, optan por el camino más fácil y ruidoso: levantar carteles, usar “juguetes” o presentar imágenes con ánimo de burla. Se trata de acciones que desvían la atención del fondo del debate y degradan la función para la que fueron elegidos.

Estas expresiones, lejos de ser inofensivas, socavan el respeto por la Casa de las Leyes, y por la ciudadanía que espera ser representada con seriedad. Ridiculizar proyectos de ley mediante gestos o simbolismos grotescos no es una forma de hacer política: es una forma de evitarla.

La democracia exige deliberación, no entretenimiento. Exige convicción, no sarcasmo. Y sobre todo, exige elevar la calidad del debate, no hundirlo en lógicas de espectáculo barato.

Quienes caen en estas prácticas parecen más interesados en ganar un reel viral que en aportar a la construcción de consensos. No se dan cuenta —o quizás sí— de que cada acto de teatralización debilita la credibilidad de la política como herramienta de transformación social.

Ya es hora de ponerle un freno al circo. La ciudadanía no quiere ver más actuaciones: quiere resultados. Quiere representantes que debatan con ideas, que confronten con altura, que escuchen al otro con respeto. Necesitamos una legislatura que esté a la altura de los desafíos de nuestra provincia, no uno que se parezca a un sketch.

Reivindiquemos la política seria. Dejemos el show para la televisión. En el recinto, que hablen las ideas.


/ En la misma sección
/ Columnistas
Elecciones en México: balas y votos
/ Columnistas
Qué es el síndrome de burnout