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Luego de la destitución de Dilma Rousseff llegó el gobierno del desastroso y absolutamente impopular Michel Temer, acelerando la descomposición de la democracia brasileña que profundizó el rechazo a la dirigencia tradicional de los partidos políticos.
Brasil ha otorgado un triunfo importante en primera vuelta a Jair Bolsonaro, un candidato ultraderechista, misógino, homofóbico y que defiende públicamente la última dictadura cívico-militar. Pero, sobre todo, alguien que logró instalarse como “antipolítico”.
Su victoria se sustenta fundamentalmente en la ausencia de Luiz Inácio Lula da Silva, condenado sin pruebas y posteriormente proscripto electoralmente e incluso inhabilitado para dar entrevistas en la campaña electoral. Bolsonaro jamás hubiera ocupado el primer lugar si su rival hubiese sido Lula, uno de los políticos más importante del mundo. Por lo tanto, estamos frente a un fraude electoral.
También hay que mencionar que, a diferencia de lo que se busca instalar desde los grandes medios, el PT no hizo una mala elección. Con menos de un mes de instalación Haddad obtuvo un 29%. El 11 de septiembre fue proclamado candidato cuando las encuestas le daban el 4% de apoyo y a Bolsonaro el 22%.
De hecho, los grandes castigados de la elección fueron los dos principales partidos del establishment. El PSDB, con Geraldo Alckmin que no llegó al 5%, y el MDB de Temer que postuló a Henrique Meirelles y obtuvo solo 1,2%.
El PT también sufrió derrotas importantes como la de Dilma Rousseff en Minas Gerais, que no logró una banca en el Congreso en el marco de una fuerte campaña mediática y judicial que buscó asociar la corrupción a esa fuerza política y justificar la injusta prisión y proscripción de Lula.
En los últimos años se fue creando un electorado agresivo y radical que necesita canalizar su bronca y frustración. Bolsonaro aparece en un marco propicio para cosechar los frutos de la implosión del sistema de partidos (sobre todo del centro a la derecha), la intensificación de un fuerte sentimiento anticorrupción (asociado en parte al PT) y la bronca de una sociedad en crisis económica y social. A pesar de que lleva casi 30 años ejerciendo como diputado, el ex militar emerge como candidato “antisistema”.
Bolsonaro es el resultado directo del proceso de degradación del sistema político brasileño. El resultado de la destrucción de la política.
Las sociedades del odio y el miedo
Brasil tiene una larga historia de esclavismo, racismo, clasismo, misoginia, homofobia. Pero también de violencia, desigualdad, injusticia y autoritarismo. Sufrió una dictadura militar de 21 años (1964-1985) de violación del estado de derecho y de los derechos humanos. Cuando alcanzó la democracia, no realizó el debido proceso de juzgar los crímenes y castigar a los responsables.
Al contrario de lo que muchos piensan, la “virtud” de Bolsonaro fue radicalizar su discurso, tristemente lleno de odio. Es que, la sociedad en la que se disputan los votos, ha sido previamente inoculada a través de los medios de comunicación y la violencia social, de este sentimiento.
Bolsonaro, un capitán retirado del Ejército que ha jurado acabar con el crimen y la corrupción alcanzó un poderoso 46%, particularmente sólido entre los habitantes del sur del país, blancos, varones, universitarios, religiosos.
Su mensaje radical en contra del delito atiende a una de las demandas más importantes de la población, que se siente amenazada por la delincuencia y el narcotráfico. Su postura es extrema, cree que hay que matar a los delincuentes y propone que los ciudadanos puedan portar armas para “defenderse”.
De hecho, el mismo Bolsonaro fue víctima de un sospechoso ataque en plena campaña electoral que lo dejó el resto del tiempo en un hospital sin poder continuar con sus actos ni participar en debates televisivos, algo que fue muy beneficioso para preservar su imagen. Logró hacer de su internación en el hospital un espectáculo transmitido en vivo desde sus redes sociales y los medios masivos que se valieron de su internación para hacerle campaña.
En una sociedad marcada por la violencia, el odio y el miedo, aparece un militar que declara que acabará con la delincuencia. Más de 70 candidatos militares fueron electos y tres disputarán gobernaciones en segunda vuelta. Las fuerzas de seguridad, incluyendo policías y miembros del servicio penitenciario apoyan a Bolsonaro. Se ganó su simpatía al reivindicar la impunidad del gatillo fácil.
Los que van a votar por Haddad tienen miedo de que gobierne Bolsonaro, y los que va a votar por Bolsonaro tiene miedo de que regrese el PT. El voto que se genera a partir de impulsos negativos no suele llevar a buen destino.
En la tierra como en el cielo
Los evangélicos en Brasil suman más de 42 millones de personas (22,2% de la población). Junto a los partidarios de las armas y los ruralistas forman en el Congreso lo que se conoce como la bancada BBB: bala, buey y Biblia.
La militancia activa que desplegaron las iglesias evangélicas se expresó en la prensa, las redes sociales y las barriadas populares, espacios de una extensa penetración y organización territorial que no tiene la política. Parte del ascenso del candidato se puede explicar por miles de pastores haciendo campaña en los días previos a la votación, promoviendo un discurso crítico de la inclusión social, en contra de la “mano blanda” con la delincuencia, de la diversidad y los LGBTI.
Las iglesias evangélicas, en especial la Iglesia Universal del Reino de Dios y su multimedio Record (el segundo del país achicándole distancias a la Rede Globo) es un respaldo fundamental para Bolsonaro. De hecho, mientras todos los candidatos presidenciales celebraban el último debate en TV Globo, el ex militar era entrevistado en ese canal durante media hora.
Las redes sociales también han sido las protagonistas en estas elecciones. Las noticias falsas o ‘fake news’ se esparcieron rápidamente. Además de Facebook y Twitter, la aplicación WhatsApp se convirtió en la principal plataforma por la que han circulado miles de mensajes falsos.
Mentiras burdas como el montaje en que la candidata a vicepresidente del PT, Manuela D’Avila, aparece con una remera escrita con la frase “Jesucristo era travesti”. O un supuesto del gobierno de Haddad en el que se asegura que “los niños, al completar cuatro años, serán entregados al Estado, que decidirá cuál será su género sexual”. Una avalancha de noticias falsas contra los candidatos del PT encontró terreno fértil en los barrios populares.
Bolsonaro caballo de Troya de banqueros y empresarios
Sin embargo, Bolsonaro no tiene nada bueno que ofrecer al pueblo brasileño y las políticas que aplicará si logra ser presidente de Brasil serán desastrosas para el país. Su equipo de trabajo en un futuro gobierno estará compuesto de banqueros y empresarios. El economista Paulo Guedes, de la escuela de Chicago, que estará a cargo del ministerio de Hacienda profundizará el ajuste y empobrecerá a las mayorías.
En una sociedad harta de la corrupción, sufriente de una dura crisis económica, con un alto índice de violencia y fuertemente despolitizada, crece la bronca y la frustración contra los dirigentes políticos.
Se ha sembrado durante años la desconfianza, el miedo, el odio, el desprecio hacia la política y la democracia, constituyendo las bases sociales para que un hombre autoritario y dictatorial aparezca en escena.
Medios de comunicación y empresarios corruptos, políticos y jueces golpistas, militares fascistas e iglesias evangélicas conservadoras, se vuelven más fuertes y encuentran su oportunidad cuando las sociedades se alejan de la política.
El caso de Brasil y de otros países de América Latina no puede analizarse sin tener en cuenta un proceso de destrucción de la democracia.
En las sociedades del odio y el miedo, todos podemos ser Bolsonaro.