Columnistas // 2018-09-30
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Recesión económica y segmentación política
Con una economía en plena crisis y sin repunte a la vista, el FMI “auxilia” al gobierno para que no caiga en default. La segmentación de la oposición como máxima electoral.


Desde el anuncio del nuevo acuerdo con el FMI el dólar subió 6,2% hasta llegar cerca de los 42 pesos. Las tasas del Central subieron de 60 a 65%, creció el riesgo país casi un 5% y las acciones argentinas se desplomaron. El plan económico del FMI tiene como único objetivo evitar el default antes de las elecciones de 2019 para darle alguna oportunidad al gobierno.

La zona de no intervención cambiaria se define entre los 34 y 44 pesos por dólar y se ajustará a una tasa del 3% mensual hasta fin de año. En el caso que el tipo de cambio se encuentre por encima del techo, se realizarán ventas diarias de moneda extranjera por hasta 150 millones de dólares. Este punto fue uno de los más criticados ya que no sería suficiente para frenar el precio del dólar en un escenario de corrida cambiaria.

El Banco Central inauguró su nueva política monetaria contractiva de emisión cero. La caída en la liquidez afectará más aún el nivel de actividad productiva y comercial. El gobierno está dispuesto a sacrificar el nivel de actividad, el empleo y la “pobreza cero”, sólo para pagar la deuda que él mismo contrajo innecesariamente. En cuanto al objetivo de bajar la inflación, sólo podrá lograrse aplastando la demanda y el consumo, es decir, si se consigue, será a costa de un mayor sufrimiento social. Sin embargo, también se acciona contra este objetivo aumentando las tarifas de servicios públicos y los combustibles, cosa que el gobierno debe seguir haciendo porque se lo prometió al FMI para llegar el déficit cero.

En el orden internacional recrudece la guerra comercial entre Estados Unidos y China. La “causa de los cuadernos" está abriendo el camino para que las constructoras estadounidenses ocupen el lugar que dejaría libre la destrucción de las locales. El retorno de gobiernos progresistas en América Latina significaría hacer retroceder los planes estratégicos norteamericanos, donde América Latina debe estar sometida para ser proveedora de alimentos y recursos naturales. Y bloqueárselos, al mismo tiempo, a China que los requiere para continuar su desarrollo, en especial los energéticos.

La necesidad de los Estados Unidos los lleva a impedir que los "populismos" regresen a la región. Esto es lo que se está jugando a estas horas en Brasil, con Lula preso sin pruebas y su candidato Fernando Haddad peleando el segundo lugar para acceder a segunda vuelta.

Eso es lo que se jugará en 2019 en Argentina bajo la forma de un proceso electoral al que, hasta hoy, parece que concurrirán los "tres tercios": macrismo, kirchnerismo, massismo o peronismo no kirchnerista; con la salvedad de que esos tres espacios podrían no llevar de candidatos a Macri, ni a Cristina ni a Massa. Entretanto, en la oposición, pero al interior del peronismo, se enfrentan los que no quieren dentro del mismo frente electoral a CFK (Pichetto, Massa, Schiaretti, Urtubey) y los que si la quieren dentro del mismo espacio electoral (Alberto Fernández, Felipe Solá, Hugo Moyano, Rodríguez Sáa).

Las encuestadoras coinciden en que más del 70% critica el acuerdo con el FMI y culpa al gobierno de la crisis económica en la que se hunde, día a día, el país. El Presidente habla de enamorarse de Christine Lagarde y baila en los Estados Unidos para que le extiendan créditos que hipotecan nuestras vidas, presentes y futuras. Lagarde hace desplazar a Luis Caputo del Banco Central. Su lugar fue entregado como prueba de amor de Macri y de subordinación a un superior.

La verdadera división se da entre dos proyectos políticos, uno amplio y diverso que representa al campo nacional con sus distintas vertientes, y otro que representa la Alianza Cambiemos como expresión política de un anarcocapitalismo financiero concentrado y transnacional. Aquí la grieta, en cuanto a intereses concretos, enfrenta a más del 90% de la población que resulta agredida y empobrecida, contra menos de un 10% que se está beneficiando.

La lógica política indica que el macrismo intentará recrear en 2019 un escenario electoral lo más similar posible al 2015 con la oposición dividida (segmentación política en “tres tercios”) y una campaña sucia de denuncias de corrupción permanente. Es su única opción de ser competitivos.

La lógica contraria indicaría, entonces, que a la oposición le conviene “correrse” de esa lógica 2015 y buscar una confrontación 2019: un frente electoral lo más amplio posible que incluya kirchnerismo, peronismo y otras fuerzas políticas que sea capaz de representar lo más parecido posible la grita real de la sociedad (más de un 70% de opositores).

De esto se desprende que cualquiera que se considere opositor debería conducir su accionar político hacia la construcción de un frente de unidad. Y cualquiera que se dirija a dividir está favoreciendo al oficialismo. También, como se advierte una definición en segunda vuelta, la inteligencia de una ingeniería electoral que no solo preste atención a un “piso” de votos, sino a la que tenga mayores chances de romper un “techo”.

De un lado y del otro, se juegan los egos y personalidades. Lejos quedó aquello de que primero está la patria. Mientras, el país pierde su autonomía moral e intelectual, su soberanía económica y su dignidad.
 


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