_

Tras el incendio que durante días asoló el piedemonte y parte de la precordillera mendocina, el impacto ambiental en flora y fauna es gravísimo y estiman que tardará en regenerarse entre 30 y 40 años.
Eduardo Sosa, referente de Oikos, explica: “En este tipo de ecosistemas, el incendio es muy grave porque son zonas muy frágiles. Cuando ocurre y todo empieza a regenerarse, tarda muchos años en lograr su madurez. Un incendio genera un daño enorme en la diversidad biológica, en el conjunto de especies e individuos que tiene ese ecosistema”.
“El fuego altera todo: es como barajar y dar de nuevo. Aquellas especies que son de rápida colonización o más dominantes van a surgir primero, después van a surgir las otras. El ecosistema se desequilibra y se altera de tal forma que tarda muchos años para que vuelva a tomar la forma original” señala Sosa.
En lo que a flora se refiere, en el piedemonte se encuentran chañares; algarrobos; cactus de distintas clases, como columnares y globosos; plantas herbáceas y aromáticas; arbustos y pastos, que son los primeros en quemarse en un incendio.
La fauna autóctona está conformada por grandes mamíferos, como zorros grises, gatos salvajes, incluso pumas. También la zona es hogar de roedores como liebres, ratones de campo o tunduques, cuises, entre otros. Las especies de aves que se encuentran son muchas y diversas. Viven en el piedemonte aves carroñeras, predadoras, pequeños halconcitos, siete cuchillos, jilgueros. Además de lagartos y ofidios, como serpientes y culebras.
Tampoco debe dejar de considerarse lo que se denomina “micro fauna”, que incluye insectos, arañas, abejas y avispas, alacranes, pequeños reptiles, que cumplen un rol fundamental en la cadena y en la misma polinización de la flora.
“Normalmente se reportan en los incendios la pérdida de ganado: caballos, vacas, y chivos que no han podido salir del incendio. Pero nadie reporta la fauna nativa. A pesar de la creencia de que un pájaro podría escapar del fuego porque tiene mayor movilidad, muchas aves quedan atrapadas y mueren asfixiadas o quemadas. Sólo algunos animales, que pueden cavar y esconderse, pueden pasarla mejor, algunos tienen que huir” detalla el referente ambientalista.
“Aquellos animales que se salvan están ingresando a sitios donde ya hay otros de su misma especie, por lo que ya hay una presión sobre ese mismo lugar. Pueden darse cuestiones territoriales. Aquellos que deciden regresar al ecosistema que se ha quemado llegan a un lugar muy complicado, porque hay muy poca comida, hay muy poco refugio, están vulnerables a sus depredadores. El fuego altera absolutamente toda la dinámica y el equilibrio del ecosistema. Hay un daño ambiental que tarda mucho tiempo en resolverse” explica Eduardo Sosa.
¿Cuánto tiempo pasará para que este ecosistema se regenere y reconstituya? Pueden pasar 30 o 40 años, dice Sosa. Y destaca: “La regeneración depende de la madurez del ecosistema, del grado de impacto: si ha sido muy depredado, si ha habido sobrepastoreo o repetidos incendios. El que camina la montaña ve restos de incendios que ocurrieron hace 15 o 20 años, que todavía se pueden percibir”.
“En el próximo año se podrán encontrar pastizales o arbustos que van creciendo. El ambiente es muy pobre, van a faltar especies claves. En los próximos dos o tres años van a aparecer pastos o pequeños arbustos, pero las cicatrices van a quedar por muchos años, probablemente 30 o 40 años” dice el titular de Oikos.
Además de la afectación directa a flora y fauna autóctona, el daño ocurrido a raíz del incendio en el piedemonte impacta en la ciudad. Por el deterioro del suelo, el riesgo aluvional se acrecienta, sobre todo para los barrios vecinos del Challao y la zona circundante de los cerros. “Al ser una zona con pendiente y al haberse eliminado la vegetación, queda una especie de rampa” pormenoriza Sosa.
Y continúa: “En el caso de lluvias torrenciales en los meses de verano, el agua, que en algún momento era detenida por los pastos, las hierbas y los arbustos e ingresaba al suelo por infiltración, va a pasar por un suelo calcinado y endurecido derecho hacia las zonas bajas. Hay riesgo aluvional, de coladas de barros. Los barrios más cercanos a la precordillerana o piedemonte podrían sufrir las consecuencias de estos incendios”.
También, en lo que a actividad humana se refiere, Eduardo Sosa destaca la pérdida paisajística: “Esa zona tiene atractivo turístico. Es una pérdida de dinero para los prestadores o empresas de trekking que llevan caminantes a la zona. Si está todo quemado es difícilmente atractivo para algún tipo de servicio”. Otro aspecto que afecta es la explotación que hacen pequeños puesteros: “Daña la actividad ganadera. Si bien es pequeña, ante la falta de pasto, arbustos con granos y frutos, queda debilitada” aclara.
A modo de reflexión, Eduardo Sosa analiza la falta de aplicación de la ley 6.099 de prevención y lucha contra incendios en zonas rurales, que entró en vigencia en Mendoza en diciembre de 1.993. “Como Estado estamos atacando esta problemática recién cuando aparece. Tenemos una ley desde hace 25 años que establece un sistema de prevención. Si bien no evita todos los incendios, los que se producen podrían tener menores consecuencias” observa el representante de la red ambiental.
“Esta ley establece la aplicación de un plan preventivo en escuelas, consorcios ganaderos, municipios, organismos como bomberos y defensa civil. Prevé un trabajo coordinado y conjunto, cosa que no se viene haciendo. Sí hay inversión, equipamiento, brigadistas, guardaparques que combaten el fuego, pero falta una mirada preventiva y proactiva para cuando llega la época de incendio; para que no haya episodios como estos, y si los hay que tengan el menor impacto” concluye Sosa.