Columnistas // 2018-09-20
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Vivir la Argentina
No logro acostumbrarme a estas subidas de precios que aparecen como garrotazos, alevosamente y por la espalda. No sé dormir tranquilo, mientras me triplican el precio del producto que ayer vi y no me decidí a comprar.


No me parece apropiado, hablar de nuevo de las razones que me hacen vivir en Argentina. Entre otras cosas, porque estas razones cambian o se van modificando, a medida que yo me voy sintiendo más asentado. Tampoco creo que sea el momento idóneo para ensalzar costumbres o paisajes. La idea es otra, la razón que me hace escribir estas notas, tiene más que ver con el momento político y económico, que estamos viviendo.

Pero no puedo por menos que hacer un resumen, por somero que sea de las ventajas que encontré.

En primer lugar la gente. Es difícil salir a la calle y volver a casa sin haber departido al menos quince minutos con alguien, no siempre un conocido. No hay lugar en el que las relaciones personales cobren más importancia que en Argentina. Las reuniones familiares, cumpleaños, fiestas de 15, etcétera. Son motivos inexcusables de reunión y compañía mutua. Si no hay un evento cercano, el asado no necesita motivos para congregar a su alrededor familiares y amigos. Y el concepto de familia es aquí mucho más amplio que en mí país. Incluye vecinos muy allegados, abuelos, nietos, novios de los nietos, amigos cercanos, y a veces algún desconocido para casi todos, al que nadie va a preguntar que hace ahí.

Todo esto lo viven los lugareños, a pesar de ser conscientes de sus muchos problemas como país. El conocido “lo atamos con alambre”, es un canto a la autosuficiencia y a la improvisación.

A este carácter y esta idiosincrasia, no le acompaña casi nunca, una situación desahogada. Económicamente el país no estaba bien cuando llegue hace tres años y desde entonces ha ido empeorando sin dar respiro. Les quedaba tiempo para bromas, y silenciosamente se preparaban por si la situación presente les devolvía a periodos no tan lejanos.

Ha llegado el momento, y no sería sincero si no reconociera que estoy asustado.

Sin embargo no noto a mí alrededor un clima de hecatombe o apocalipsis. Es más, veo de algún modo cierto regocijo ante la peor crisis de popularidad del mandato de Macri. Su estrella se apagó, sus globos se pincharon y sus bailes son cada vez más desacompasados.

Hoy Macri ha dilapidado sus muchos apoyos internos. Tanto sus errores como sus promesas, por supuesto incumplidas, le han llevado a una inusual caída.

El argentino medio, solo ha necesitado dos años y pico para asegurarse de que no iba a ver lluvia de inversiones. La popularidad del dirigente ha caído hasta el 45%, desde el 66%.

Todo empezó cuando en junio el gobierno pidió la primera ayuda al Fondo.

Macri había creado grandes expectativas, que a día de hoy se encuentran absolutamente desinfladas. Los números son claros y acusadores. La inflación, estimada en un 15%, llegará por encima del 40%. Los argentinos se desviven por el dólar y aceleran la depreciación del peso, lo que hace subir la inflación con la consecuente caída del crédito y paraliza el consumo, y en breve crecerán también inexorablemente el desempleo y la pobreza. Todos estos conceptos, más el de ajuste fiscal, hace que las conversaciones en la calle, se limiten a las subidas de los servicios y los precios de los alimentos. Las caras se vuelven graves, y el asado dejo hace mucho de ser la forma de celebrar el domingo.

Y en medio de este panorama, un servidor de ustedes, se debate entre el miedo y la incertidumbre. Yo no logro acostumbrarme a estas subidas de precios que aparecen como garrotazos, alevosamente y por la espalda. No sé dormir tranquilo, mientras me triplican el precio del producto que ayer vi y no me decidí a comprar. A eso le llamo yo vivir la Argentina”, que es algo distinto a “vivir en la Argentina”, que es lo que venía haciendo y es también mi objetivo. Quiero volver a verles pelear como si les fuera la vida en ello por el penal no cobrado, alegrarse juntos por un partido de Del Potro. Quiero volverles a ver de continua joda. Volver a vivir en la Argentina, aunque para ello, tenga también, por un periodo breve, que vivir la Argentina.


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