Columnistas // 2018-08-19
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Un “perro rabioso” suelto en Suramérica
El Secretario de Defensa de Estados Unidos visitó esta semana Brasil, Argentina, Chile y Colombia. El objetivo es fortalecer la presencia militar de su país en la región y apartar la influencia de otras potencias en lo que consideran un área propia.


 La premisa de que la seguridad nacional estadounidense es primordial y, sobre todo, extensiva al resto del continente, es la principal idea de política exterior sostenida y continuada desde la aparición de la Doctrina Monroe en 1823.

Retomar el deseado dominio de la región a través de su presencia política y militar parece ser el objetivo de la gira de James Mattis. El estadounidense busca profundizar alianzas militares y restringir la influencia de otras potencias en la región, especialmente la de China.

Mattis se reunió con su homólogo de Brasil, Joaquim Silva e Luna, que ha revelado en una entrevista que el secretario estadounidense ha sugerido a Brasil que “tenga cuidado” al escoger a sus socios en la región y que reduzca su dependencia de China al advertir “la dependencia tecnológica e incluso económica de países que no están alineados con nuestra forma democrática de proceder”.

También se le recordó a Silva e Luna la “importancia de escoger a los socios”, ya que, según el jefe del pentágono, Estados Unidos y los países de Latinoamérica, “tienen intereses basados en una historia compartida” y agregó que “otros no pueden decir lo mismo con credibilidad”.

En otra parte de sus declaraciones de este martes, el jefe del Pentágono también ha expresado la disposición de Washington para alcanzar una “relación más fuerte” con Brasil, en particular, por el uso de la base militar espacial de Alcántara. Además respondió a la solicitud del gobierno de facto de Michel Temer que reclama apoyo a sus fuerzas de seguridad, tras decretar el estado de excepción en favelas de Río de Janeiro, a las que ha convertido en un campo de batalla y sangre, sobre todo en las zonas más humildes.

Mientras tanto, en Argentina, la visita llegó semanas después de que el presidente Mauricio Macri promulgara el decreto que le atribuye nuevas funciones a las fuerzas armadas en seguridad interior. Jammes Mattis se reunión con el ministro de Defensa argentino, Oscar Aguad y se firmaron acuerdos de colaboración además de comprometer la asistencia estadounidense en la seguridad de la cumbre del G20 de noviembre en Buenos Aires.

Aguad ratificó el alineamiento con las políticas de seguridad promovidas por Estados Unidos. "Si bien en los últimos años Argentina se alejó de uno de sus principales socios, hemos vuelto al camino que nunca debimos dejar", celebró el funcionario. 

También el viaje tuvo como misión hostigar y aislar aún más a Venezuela. En su visita a Brasil, Mattis calificó al gobierno de Nicolás Maduro como “régimen opresor y hambriento de poder”, e insistió en la necesidad de intervenir para salvar al país de una “crisis humanitaria”.

La gira del pentágono, que pasó también por Chile y Colombia alcanzó acuerdos en Brasil relacionados con el uso de una base aeroespacial, en Argentina vinculados a educación, intercambio de información y colaboración militar y en Chile principalmente en el sector de la ciberseguridad. Terminó en Colombia, donde se consolidó el ataque a Venezuela junto a las nuevas autoridades del gobierno de Iván Duque. Otro de los motivos de la gira se debe a la preocupación por la creciente influencia de China y Rusia en la región.

La gira sudamericana del secretario de Defensa es una evidencia más de la reactivación de la doctrina Monroe, una política exterior que ve a América Latina como un territorio "natural" bajo la influencia de Washington. A principios de este año, el exsecretario de Estado, Rex Tillerson, y el vicepresidente Mike Pence también visitaron la región con el mismo objetivo. De hecho, la Casa Blanca decretó el 2018 como el “año de las Américas”, en una clara señal del giro del Departamento de Estado, que parece cambiar la dirección de su política hacia el sur.

Apodado “perro rabioso”, Mattis es un general retirado del cuerpo de marines luego de 44 años de servicio. Fue comandante de un batallón en la primera Guerra del Golfo (1991) y estuvo a cargo de las invasiones en Afganistán (2002) e Irak (2003) que hoy se encuentran destruidos luego de sufrir un baño de sangre. El hombre responde directamente a los intereses del complejo militar-industrial que diseña la política exterior de Estados Unidos. La disposición de cooperación y servilismo de algunos gobiernos sudamericanos les son ampliamente favorables a sus intereses.


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