Columnistas // 2018-04-22
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Siria y el terrorismo occidental
El año 2011 comenzó una guerra que marcará para siempre la historia del país, dejando cientos de miles de víctimas mortales. La responsabilidad de las algunas potencias en la catástrofe.


En aquel momento, Siria era uno de los pocos países de Medio Oriente que no tenía conflictos internos y las religiones (cristianos y musulmanes) convivían en paz. Las mujeres tenían los mismos derechos de educación y tránsito que los varones y no eran obligadas a usar velos.

Fue el único país del mundo que admitió refugiados iraquíes sin ninguna discriminación social, política ni religiosa. Pero los miles de ciudadanos que hoy huyen de sus tierras sufren xenofobia, represión y abuso. Sobre todo, al llegar a Europa, que es parte activa de la desestabilización y caos de la región.

La unión entre sectores armados opositores al gobierno y mercenarios pagados por potencias occidentales instalaron el horror que llevó a Siria a un escenario de devastación. El Estado Islámico creó un régimen religioso extremista que realiza torturas, asesinatos, violaciones, secuestros, explosiones suicidas, entre otras atrocidades en la población civil.

Todo se desata porque sus riquezas y su posición geopolítica despertaron el interés de países dominantes. Las tropas del gobierno sirio se enfrentan a organizaciones terroristas que se apoderaron de fuentes millonarias de petróleo y gas. Las mismas cuentan con financiamiento y ayuda logística de naciones occidentales y sus aliadas (Estados Unidos y Arabia Saudita, entre otras).

El apoyo militar ruso desde 2015 fue clave para que el gobierno de Al Asad pasara a la ofensiva y recuperara buena parte del territorio que había perdido. Irán es otro aliado cercano del gobierno sirio. Por eso, su principal rival en la región, Arabia Saudita, también ha enviado ayuda militar y financiera importante a los rebeldes, incluidos los grupos con ideologías extremistas.

Los rebeldes de la oposición han contado con apoyo de otras potencias regionales como Israel, lo que demuestra que la región se ha convertido en el campo de batalla de un conflicto internacional.

El saldo de la catástrofe ya cuenta con más de seis millones de desplazados internos en el país, quienes, sin ser responsables de la guerra, sufren las consecuencias. Según distintas organizaciones internacionales, entre marzo de 2011 y el mismo mes de 2018 han muerto entre 400.000 y 500.000 personas. El conflicto bélico ha provocado también la huida de más de cinco millones de personas, según cifras del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), uno de los mayores éxodos en la historia reciente.

Según la ONU se necesitan 3.200 millones de dólares para ayudar a los 13,5 millones de personas, incluidos seis millones de niños, que requieren asistencia humanitaria dentro del país. Cerca de 70% de la población no tiene acceso a agua potable, una de cada tres personas no puede satisfacer sus necesidades alimentarias básicas, más de dos millones de niños no van al colegio y una de cada cinco personas vive en la pobreza.

En abril de 2017 la Casa Blanca, por primera vez en el conflicto, ordenó un ataque que involucró 58 misiles de crucero contra las fuerzas de Al Asad. La acción militar estadounidense fue en respuesta a un supuesto ataque con armas químicas que habría sido llevado a cabo por el gobierno sirio. Un año después, el 14 de abril de 2018, y con el apoyo de los gobiernos británico y francés, Washington realizó otra operación aérea en respuesta a un nuevo ataque con armas químicas. En ninguna de las dos ocasiones se presentaron pruebas contundentes de esta utilización de armas por parte del gobierno sirio.

Tampoco se encontraron jamás las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Irak, que hoy se encuentra en ruinas bajo el control de los Estados Unidos.

La guerra en Siria parece ser una etapa de un plan mayor de ciertos poderes mundiales, que buscan la desintegración de Medio Oriente para controlar sus riqueza y dominar la región. Se trata de una zona política importante debido a que significa la conexión entre Europa y Asia, por donde además se obtienen y transitan recursos fundamentales para los países más importantes del mundo.  Siria tiene una posición geográfica de gran valor, ya que comparte fronteras con Turquía, Líbano, Israel, Irán, Irak y Jordania lo que permite conectar las fuentes de petróleo y gas de los mayores productores de Oriente Medio e Irán con Europa a través del Mediterráneo.

Hoy, siete años después del inicio de la guerra, gran parte del país está en ruinas y millones de personas han muerto o sido heridas, han escapado o están sufriendo terribles consecuencias.

La responsabilidad del terrorismo occidental es inocultable. Será también inolvidable.    




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