Columnistas // 2018-04-08
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¿Guerra comercial o transición geopolítica?
La aprobación por parte de Estados Unidos de aranceles para acero y aluminio, (que afecta principalmente a China) ha desatado lo que muchos analistas denominan “guerra comercial”. Sin embargo, lo que sucede tal vez sea síntoma de corrientes más profundas.


El presidente estadounidense, Donald Trump, firmó el 8 de marzo la imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio, para "proteger la seguridad nacional" de su país. Los primeros días de abril, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos informó que iba a aplicar aranceles a las importaciones de 1.300 productos chinos por un valor total de 50.000 millones de dólares. Dos días después Trump afirmó estar dispuesto a subir los aranceles por un valor de 100.000 millones de dólares.

A su vez, el Ministerio de Comercio de China anunció la aplicación de aranceles comerciales contra 128 productos provenientes de Estados Unidos, tales como la carne de cerdo, vino, soja, frutas y productos petroquímicos.

Esta medida de las dos economías más importante del mundo ha desatado lo que muchos denominan “guerra comercial”. Sin embargo, para algunos analistas más bien se trata de un síntoma de la transición geopolítica de poder mundial.

Transición

Estados Unidos, hasta hace poco era considerado la potencia número uno indiscutida, por lo que marcaba las pautas del sistema internacional. Ese poder está siendo interpelado por el crecimiento y la influencia que ejerce China, acercándose cada vez más a ser quien domine en la escena global. Se trata de dos potencias en continua tensión y negociación: uno que se debilita sin dejar de ser muy importante y otro que avanza a paso firme por liderar.

Desde los viajes interoceánicos de España y Portugal y el consiguiente “descubrimiento” de América, hace ya más de 500 años, el sitio de acumulación mundial del capital comenzó a concentrarse en los países de Europa Occidental, producto del saqueo de nuestros recursos y de la explotación, esclavitud y asesinato de millones de personas.

Desde la segunda mitad del Siglo XVIII, luego de las transformaciones que generó la “Revolución Industrial” encabezada por Gran Bretaña, esa nación se situó como la primera potencia mundial. Su hegemonía permaneció hasta que fue reemplazada por el poder nacional de los Estados Unidos, consolidándose sobre todo a partir de la segunda guerra mundial.     

El espectacular proceso de crecimiento de la República Popular China, luego de una fuerte política de industrialización que comenzó Mao Tse Tung, pero sobre todo a partir del periodo denominado “Reforma y Apertura” que lideró Deng Xiaping desde el año 1978 ha estabilizado a ese país como potencia económica y política mundial.

Parece ser que estamos frente a una nueva transición geopolítica global, cuyo eje de acumulación de capital se instala en la zona del Asia-Pacífico y es liderado por la República Popular de China. Este reacomodamiento de las relaciones de fuerza presenta como irreversible y estabilizándose en el transcurso del presente Siglo XXI.

Latinoamérica

La disputa de las dos principales potencias mundiales puede ser una oportunidad para América Latina. Es decir, se pueden buscar ventajas de esta tensión global. También puede haber perjuicios si quienes conducen la política exterior no están a la altura de la situación.

Algunos gobiernos neoliberales de Latinoamérica van a contramano del nuevo contexto internacional, entre ellos el del presidente Mauricio Macri, que debería tomar conciencia de los tiempos actuales, donde el “libre comercio” es una ilusión. Ejemplo de ello fue la negativa de Estados Unidos de firmar el tratado de “libre comercio” que pretendía al comienzo de su mandato y lo mismo sucede con el acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea, donde estos últimos no quieren incrementar la importación de productos de nuestros países.

No se trata de una nueva ola de proteccionismo, sino de la defensa del interés de la Unión Europea en lo que se refiere a los mercados ganaderos y agrícolas, al igual que defiende Estados Unidos sectores de su industria, como siempre lo hizo, poniendo límites ahora a la introducción de productos extranjeros. La apertura que propagan las principales potencias prioriza siempre aquellos sectores donde tienen alta competitividad y les permite obtener mayores beneficios.

La reacción del presidente Trump es una acción de defensa ante la hegemonía comercial perdida frente a China, donde el país norteamericano se resiste, obviamente, a seguir perdiendo cuotas de poder. En la misma dirección, intentará imponer a los líderes de América Latina que “cooperen” con Estados Unidos, buscando que prioricen las necesidades estadounidenses en su batalla contra las posiciones chinas, perjudicando las oportunidades que se pueden generar.

Algunos países neoliberales latinoamericanos parecen carecer de lo más básico: la defensa de los intereses nacionales. Mucho menos se interesan por incorporar un claro diagnóstico de la situación actual que les permita alcanzar mayores grados de autonomía y eficacia comercial. Buscan firmar tratados de “libre comercio” con las potencias que dominaron el Siglo XX, actuando en contra de la integración latinoamericana y subordinando la economía y la política con endeudamiento externo y en busca de “lluvia de inversiones” que nunca llegarán. Más propicio sería aprovechar la oportunidad para fortalecer la integración estratégica de América Latina y transformarla en un interlocutor soberano e independiente que obtenga ventajas del comercio y la política internacional, fortaleciendo nuestros mercados internos y posibilitando el desarrollo a partir de la negociación y asociación que permiten las potencias del Siglo XXI.



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