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Malvinas cala hondo en el pueblo argentino. Es la lejanía del territorio anhelado, donde duermen y descansan nuestros héroes, que son y serán parte de nuestra historia y nuestro presente.
Hay sombras que se ciernen sobre Malvinas y no nos dejan ver. Una neblina eterna, que nos confunde y nos marea, y cada tanto un rayo del sol de la mañana en el sur del mundo, nos permite asomarnos y ver desde lejos los retazos de una historia mal contada, que nos despierta en la noche, agitados, con la sensación de que allí hay algo abandonado que necesita ser abrazado, en medio del frío y los vientos, y las olas que se retiran lentamente hacia otros océanos a los que no pertenecen.
En los sueños, aunque también a oscuras a veces, podemos ver, y al otro día en la mañana, anotamos partes de esa memoria borrosa, y de a poco y con dolor vamos reconstruyendo una historia que necesita ser contada, y hay nombres y apellidos, y jóvenes con dolor y hambre. Y mucho frío.
Una noche, pude ver las caras. Eran jóvenes, y tenían sueños. Uno de ellos le escribía una carta a su madre, contándole cómo era el mar. Había uno, que soñaba la vuelta a casa: una multitud los esperaba, las islas eran argentinas, y el pueblo entero festejaba la recuperación del tesoro perdido.
Pero a veces, vienen las pesadillas. Y veo a un hombre, en su casa, con la pistola en mano pensando en Malvinas, y al final, un tiro en la sien.
Y hay noches que no quiero dormir, porque prefiero estar despierta el día en que a paso firme descubra el suelo que me pertenece, y uno a uno pueda revelar los rostros de aquellos que aún persisten ocultos.