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Estuve detenido en el 8° Comando de Comunicaciones de Montaña. Había un grupo de gente que nos custodiaba, cuya cabeza era el teniente Miño y algunos suboficiales. Estábamos en una cuadra del ejército rodeada por alambres de púa. Había un pabellón inmenso que estaba formado por el baño y un dormitorio con cien camas. Luego estaba la guardia, teníamos salida al patio. En el frente y en la parte de atrás había un bodegón. Ahí teníamos una entrada grande donde había cuatro puertas a desnivel. Subíamos unas escaleras y ahí estábamos detenidas más de 120 personas. Estábamos en cuchetas y por eso cabíamos, porque el espacio era para 60 personas.
Yo llegué el 2 de junio de 1976 y estuve allí hasta el 27 de septiembre del mismo año. En esa primera etapa fueron las torturas. Era como un campo de concentración porque al otro lado de los alambres de púa, había soldados con ametralladoras de pie, apuntando permanentemente a donde estábamos.
Nuestra vida transcurría básicamente en ese lugar. Después que se iban los torturadores a las ocho de la noche nos levantábamos y jugábamos al naipe, y habían suboficiales que pertenecían a una especie de mutual del ejército y estaban en cana por haber robado y uno de ellos tenía televisor. Veíamos televisión y se armaban unas rondas de charlas, con mucho cuidado porque no sabíamos si éramos todos los que estábamos.
Por la mañana temprano, como si marcaran tarjeta en una fábrica, llegaban los torturadores y venían soldados o suboficiales a buscarnos. Nos llamaban y nos llevaban al baño, nos vendaban los ojos y nos ponían esposas y de ahí nos sacaban. Nos subían a vehículos y de ahí nos daban algunas vueltas, y nos llevaban a otro lugar donde nos torturaban.
Yo tuve tres sesiones de tortura. La primera fue de ablande. Me colgaron de los brazos abiertos, y sin poder asentar los pies, tanto así que cuando me pegaban, era imposible aguantar el golpe. Esa fue la primera sesión, donde me preguntaban cualquier cosa. Cuando te torturan perdés el sentido del yo, y ni si quiera me acordaba el nombre de mi cuñado, y me pegaban porque yo no decía lo que no podía decir, porque estaba bloqueado.
Me preguntaban de qué sindicato era mi papá, que pertenecía al sindicato municipal de Lujan. Yo no me acordaba y me hicieron una causa, la 2840. Ellos dudaban también de que yo fuera dirigente gremial. Esa sesión duró como tres horas cuando a la tercera piña perdí la sensibilidad, entonces no me dolía, porque no sentía, solo escuchaba el ruido del golpe. Escuchaba el ruido de mi cuerpo recibiendo golpes como si mirara la escena desde afuera.
Después fui descubriendo que al no sentir el dolor, podía pensar y contestar lo que yo quería. Los tipos me pegaron, y me dijeron “este es un perejil”. Entonces me agarraron y me llevaron a la cuadra donde estaba y me tiraron en la entrada. Mis compañeros se asustaron, porque me vieron muy mal y golpeaban las rejas porque estábamos separados de los suboficiales. En ese momento vinieron los milicos y me llevaron al hospital militar.
En el hospital me pusieron al lado de Martínez Vaca, que estaba muy custodiado. A mí también me pusieron una custodia impresionante en la puerta del baño, y en la ventana. Me revisaron, y el médico que también era del sindicato municipal de Luján, me dijo que me iban a operar del vaso. Cuando me desperté estaba en el hospital en la misma sala.
Vinieron a visitarme unas monjas compañeras de la escuela secundaria de una novia de esa época, no dejaba de ser un alivio. Ahí estuve como un mes y me llevaron de nuevo a la cuadra. Tenía 20 puntos y una laparotomía.
Después pasaron 15 días y me llevaron de nuevo a la sala de tortura. Esta vez fue distinta, fue muy fea porque era con picana y tiraban tiros al lado mío y sentía los fogonazos. Querían que yo me asustara porque supuestamente estaban matando gente al lado mío. El tipo me empezó a hacer preguntas “qué ideología tenés”, y por cada respuesta que yo daba me tenía que sacar una prenda hasta que me dejaron desnudo. Me ataron a una cama, con cadenas. Había un mecanismo que nos daba corriente, que manejaban con una especie de manivela y regulaban si darnos más o menos corriente.
Eso duró un determinado tiempo, porque descubrí que entre tanto dolor, ya no sentís el dolor. Entonces podés pensar cosas y responder. Me preguntaron si yo era del PRT, y les dije “soy del partido socialista de los trabajadores”, y un porteño que había en la sala dijo “este es un perejil, dale máquina con todo”. Ahí se me contrajeron los músculos de los dos brazos y piernas, y se rompieron las cadenas que me ataban a la mesa y se acabó la corriente. Ahí pensaron que yo me había muerto. Vino el médico, y me llevaron a la cuadra de vuelta. Era tanta la barbaridad de cosas que había sentido que entré en una especie de pozo psicológico. No podía creer que existieran este tipo de seres humanos.
Estuve muy deprimido, y todos los compañeros me ayudaban como Marcos Garcetti, secretario general del gremio docente. Estaba también Roberto Vélez, y Martín Lecea, el Dr. Ángel Bustelo, los secretarios de Martínez Vaca, los hijos, habían trabajadores, algunos estudiantes, obreros y vecinos de las uniones vecinales. Además estaba Antonio di Benedetto, director del diario Los Andes, Ventura Pérez, secretario del sindicato de periodistas de Mendoza, Rafael Morán de Los Andes, y Rafael Atienza, periodista radial.
Cuando ellos me detienen, entraron a mi casa buscando un mimeógrafo, que es un aparato para imprimir con un sistema de rodillos. Me deben haber seguido, porque yo además era medio loco de los libros, y me gustaba imprimirlos. También había sido parte de la toma de la facultad de medicina en el 73.
Creo que por un lado me detienen para molestar a mi papá. Llegaron a mi casa a las 2 de la mañana, tres camiones con 15 soldados. Se levantó mi mamá y le dijeron que me buscaban a mí. Me sacaron a las piñas, y mientras tanto en el fondo comenzaron a picar con palas y picos buscando el mimeógrafo, pero yo ya lo había devuelto.
Yo pertenecía a la vanguardia comunista, y la propuesta era cambiarle el nombre al partido porque la palabra comunista había sido muy desprestigiada a partir del PC. Entonces le pusieron “Partido Comunista Marxista Leninista”. Lo esencial era que estábamos priorizando la vía no armada, es decir, la movilización de masas para la toma del poder.
Antes de detenerme, en marzo y abril me fue a ver Silvia Núñez una gran compañera y me dejó unos volantes, seguramente la estaban siguiendo a ella, me los entregó el día 27 de mayo y a mí me detuvieron el 2 de junio.
La familia nos visitaba, pero solamente hacíamos intercambio de bolsos. No había contacto. Una sola vez me pudo visitar mi papá, y me avisó que mi novia Carmencita estaba embarazada. Y le dije que me iba a casar con ella. Nos casamos el 21 de septiembre. Hicieron todos los trámites con el arzobispado, y el cura Monseñor Rey fue a donde nosotros estábamos y nos casamos por el registro civil en la oficina de Miño. Accedieron a casarme por la intervención de Monseñor Rey.
El 27 de septiembre Miño y el sub oficial Peralta, dijeron “los que vamos a nombrar preparen los monos”, eran las cuatro de la mañana. Nos hacen hacer fila de a dos con los monos y nos suben a los camiones Mercedes Benz, y nos ponen sentados atados uno al otro con la cabeza entre las piernas.
Pasamos por la cárcel Boulogne Sur Mer, y de ahí a la aeronáutica del Plumerillo y nos subieron a un Hércules 130. El avión estaba vacío, solo tenía sillas similares a las de un restaurant. De Mendoza, hasta Buenos Aires nos fueron pegando.
En Buenos Aires nos llevaron a la unidad 9 de La Plata. Íbamos aproximadamente 130 personas, y había dirigentes políticos conocidos e intelectuales, diputados, senadores, mucha gente.
Lo de la plata fue terrible, hubo dos momentos: primero estaba manejado el penal por el servicio penitenciario federal hasta que se hizo cargo el ejército en diciembre en 1976, cuando cambió el régimen de forma alevosa.
Estando en La Plata me informaron los jueces que estaba a disposición del Poder Ejecutivo. Salió mi sobreseimiento de la causa que me habían armado, la 20840, y quedé solamente con el PEN.
Recién nos dieron la libertad cuando terminó el mundial del 78.
El exilio y el regreso
En Mendoza estaba mi señora esperándome. Acá estuve laburando en cualquier cosa, pero después en el 2000 me fui a Estados Unidos. Allá estaba trabajando en una lavandería, y escuché por la radio un programa de Víctor Hugo Morales en el que anunciaba que iba a hablar Cristina. La Presidenta anunció ese día la estatización de YPF y ahí decidí volverme a la Argentina, además también para participar de los juicios.
Cuando volví me junté con Roberto Vélez, y me comentó de la causa 076-M en la que se juzgaba a Furió y a Gómez Saa. Yo empecé a ir a los juicios, cuando Carlos de Casas informó al tribunal que su representado no iba a poder asistir porque estaba enfermo. Ahí es donde comete un error gravísimo el tribunal, porque había un componente raro que es que el equipo médico forense a nivel nacional argumenta que no tenía plata para venir a Mendoza y evaluar a Gómez Saa. Entonces, el tribunal de Mendoza llama a la facultad de medicina, para que se expida. Le diagnostican crisis confusional post estrés. Con ese diagnóstico lo liberaron.
Gómez Saa y Furió eran los oficiales de inteligencia, y ellos habían decidido nuestra vida.