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“Hace siglo y medio, Karl Marx predecía que el capitalismo moderno sería incapaz de producir una distribución de renta aceptable. La riqueza crecería, pero beneficiaría a unos pocos, no a la mayoría, y que esta injusticia provocaría revueltas y revoluciones, las cuales tendrían consecuencias en la aceleración de un sistema más igualitario. El mismo lenguaje que él contribuyó a desmantelar le ha jugado malas pasadas. Las traducciones, por ejemplo, realizadas a lo largo de los años sobre el original del alemán han instituido sintagmas y lugares comunes, como el de “dictadura del proletariado”, que no se corresponde con el sustrato exacto de su tesis”. La reflexión no proviene de un enajenado ideólogo marxista, le pertenece a J. Bradford DeLong, ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, en una nota publicada en Project Syndicate. Es lo que tienen los catedráticos de integridad intelectual, que más allá de pertenecer al “establishment” dominante, no pueden traicionar su honradez con la Historia. El profesor de la Universidad de Berkeley considera que Marx no está muerto, sino, que, de forma maliciosa, lo han querido enterrar vivo. Y cada cierto tiempo sale de su tumba.
El pensamiento de Karl Mark parece escrito, con tinta indeleble, sobre el viento de la Historia. Reaparece siempre, en los contextos de crisis económica y social, con toda su lucidez y con capacidad de estimular la reflexión. Hay muchos marxismos en Marx, muchas refutaciones y rescates. Desbarató los esquemas ideológicos de la clase dominante, rompiendo las costuras y las trampas de su lenguaje y de su capacidad de dominio. Tiempo después. Antonio Gramsci, fiel a los ideales del marxismo revolucionario, argumentó que era necesario lograr la hegemonía cultural, dominar el panorama, el pensamiento, el arte, la educación, el deporte, los medios de comunicación, el sentido común, las creencias, la moral. Si Marx había establecido que lo importante era transformar la base económica que reposaba sobre la “superestructura”, donde se encontraban las facetas económicas de la sociedad, el teórico italiano incluía ahora a la cultura como un ingrediente más de conquista revolucionaria.
El marxismo cultural, así definido por la extrema derecha y la derecha alternativa, se enmarca como teoría de la conspiración, que desde finales de los años noventa decidió apostarlo todo a las guerras culturales. Entendiendo por cultura un sentido mucho más amplio de expresión popular, que conspira contra el libre mercado, la familia tradicional, la religión, el yo narciso e individual.
Desde este pensamiento reaccionario fueron a la caza de Riquelme. Un referente de cultura popular insertado en la médula de un negocio millonario que podía tambalear. Un símbolo de resistencia, de fuerte identidad, que entendió enseguida que no venían solo por su cabeza, sino por el hígado de la entidad. Arropados por esta modernidad sin alma, la ultraderecha fue al embiste. Pero fracasaron. Se fueron como quien después de una larga y sudorosa frustración llega a casa y se pega una ducha fría para quitarse la suciedad de encima.
Lo de Riquelme no fue poca cosa. Seguramente él no lo sabe. Pero hay algo en estos tiempos líquidos más marxista y “gramsciano” que escuchar que “Boca no se privatiza”; “que el club es de la gente”; “que la identidad cultural de un club no se vende”. Uno recuerda esos firmes “alaridos”, que tienen algo de liturgia, de breve momento supremo, en que una decisión se transmuta en voluntad colectiva.
El presidente de Boca se enfrentó a una extrema derecha desatada, representada por un Milei empecinado en ir a votar, y a una información manipulada por intereses que tienen a su servicio las mejores herramientas de persuasión. Sin embargo, se embanderó en aquello que hierve con la doble pasión de la denuncia y la rebeldía, y detectó enseguida que la única “libertad que avanza” es la de los ricos.
Sin un grado decente de justicia social y de salud cívica, la realidad no es más que un espejismo mentiroso. Ya no queda tiempo para nada, y la nada importa. Ese mérito de salir de la nada para alcanzar, a base de trabajar y trabajar, la más profunda de las miserias. Los humanos solo estamos preparados para gestionar la escasez no la abundancia. El “marxista” Riquelme lo sabe, y se lo dijo a la cara a la vieja casta de ricos de Boca, esos que hoy manejan los hilos como titiriteros en este nuevo gobierno de pandereta y vodevil.
Logroño, España, 25 de diciembre de 2023.
La Tecla Eñe
José Luis Lanao es periodista. Colabora en Página/12, Revista Haroldo y El Litoral de Santa Fe. Ex periodista de “El Correo”, Grupo Vocento y Cadena Cope en España. Jugador de Vélez Sarsfield, clubs de España, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979.