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Se habla de dos almas en la coalición de gobierno del presidente Boric, refiriéndose a las diferencias entre Apruebo Dignidad y el Socialismo Democrático.
Una de ellas sería más radical y dogmática, mientras que la otra se caracterizaría por ser más dialogante y pragmática.
Los desencuentros de posiciones, que se han observado, en materias legislativas, de iniciativas gubernamentales, electorales y en los énfasis discursivos, se sitúan en relación al gobierno y sus compromisos de llevar adelante transformaciones fundamentales tales como las reformas en materia tributaria, de pensiones, seguridad, entre otras.
En un contexto societal de transiciones múltiples, simultaneas y a escalas diversas, el debate sobre las dos almas concentrado solamente en las fuerzas de izquierda y centro izquierda que participan en el gobierno, puede ser
descriptivo de diferencias y desencuentros entre ellas, pero es reduccionista respecto de los requerimientos de sustentabilidad social y política para el proceso transformador, visto en perspectiva estratégica.
Son muchas las almas que seguramente convergen -y que se requieren- en el ideario de un mínimo común civilizatorio que asuma la realización de los valores fundamentales de democracia, justicia, libertad y dignidad y su expresión material en las condiciones de vida de las personas y en las realidades, tanto de las instituciones y de las relaciones cívicas y políticas, como las económicas y sociales. Sin dudas son muchas más almas que las
solas dos a que se refiere la reflexión y debates públicos que comentamos.
La sociedad es mucho más diversa y plural como diversas y plurales las propuestas que aspiran a superar las condiciones económicas e institucionales y las causas estructurales de estas. Es tarea de la política abrir cauces y construir acuerdos, alianzas y pactos políticos en los distintos niveles y dimensiones de las relaciones sociales y escalas territoriales.
La materialización de acuerdos y pactos, así como la construcción de alianzas políticas se deben asumir como procesos dinámicos y, muchas veces, plagado de contradicciones. Y esto porque las líneas divisorias entre los grupos sociales suelen ser sinuosas, mutables, frágiles y, muchas veces, expresiones de atavismos culturales permanentemente reforzados y moldeados por los medios comunicacionales dominantes.
Las lógicas de las responsabilidades y de las convicciones no están necesariamente reñidas ni son excluyentes entre sí, son componentes coexistentes en todo análisis y sistema de decisiones políticas. Los principios no se certifican en cada paso sino en la marcha general, en la perspectiva de los fines y, sobre todo, en el resguardo de la ética de los medios
implementados.
Si los procesos fueran lineales y las sociedades compuestas de subsistemas rígidos e invariables, simplemente no habría lugar para la política como construcción colectiva y plural. Esto último es fundamental para cerrarle el paso a las tendencias y pulsiones a la cancelación y descalificación arbitraria del otro, que se critica, y con razón, a quienes postulan la vigencia del llamado pensamiento único.
Recuperar certidumbres, reconocer espacios comunes, incluido nuestro pasado, identificar objetivos de largo, mediano y corto plazo constituye una tarea formidable y que debe desplegarse en un marco de tolerancia, respeto institucional y cultural de lealtad democrática y humanismo.
Por supuesto, para la envergadura de los objetivos de transformación por el bien de Chile, se requiere comprometer el empeño en lograr la convergencia más amplia y vigorosa de todas las almas necesarias que, desde distintas vertientes, con matices y énfasis diversos, aspiran a una sociedad signada por el reconocimiento, institucional y cultural, de los derechos humanos fundamentales de universal y común aceptación.