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“Nos vemos a las 11 de la mañana en el Contact”, fue el mensaje que encontré en mi whatsApp al despertar el 25 de abril. Esa misma madrugada yo había aterrizado en la ciudad de Belgrado invitado, justamente, por el remitente de este mensaje: el escritor serbio Igor Marojević.
Todavía aturdido por el caos del aeropuerto Nikola Tesla, donde refaccionaban casi enteramente el edificio y solo dejaban una pequeña ala para congregar a todo el mundo, le respondí un vago “ok”. La relación que habíamos forjado me permitía lo sucinto sin lucir descortés o desinteresado: Igor y yo trabajamos durante varios meses uno de sus últimos libros de cuentos y una novela (ambos inéditos aún) escritos originalmente en español. A su vez, él semanalmente escribía para mí informes sobre su experiencia en los Balcanes tanto en 1992 como 1999, pues yo me había obsesionado por escribir una novela que ocurriera entre Sarajevo y Novi Sad en la década de los 90.
Igor mide casi dos metros, lo que facilita ubicarlo sin problema. Estrechamos manos en el Bar Contact y en seguida intercambiamos libros. El me dio The Canon was red hot de Vladimir Kecmanović. “Es de un amigo mío”, me dijo con esa voz sombría y algo gutural pero que lejos intimidar, armonizaba con sus cualidades atropométricas y su mirada meditabunda. Yo le regalé los cuentos completos de Borges y le dije, a modo de compadrada: “Este también es de un amigo íntimo”. Luego contextualicé mi comentario diciendo que Borges había dicho lo mismo en el prólogo de Voces de Antonio Porchia: “No nos conocimos nunca (...) pero puedo asegurar que a través de sus Voces, es hoy mi amigo íntimo, si bien acaso él no lo sabe”.
Este preciso comentario abrió paso a nuestra charla, mientras llegaban nuestras cervezas e Igor encendía uno de esos cigarrillos hibridos, mitad electrónicos , mitad, ¿como decirlo?... ¿reales?
I.M.: Precisamente me mudé de Serbia a España en 2001 con la experiencia de haber leído de la literatura argentina a tres autores, todos muy conocidos: a Borges, Cortázar y Sábato. Me apunté en el Doctorado de literatura comparada en Barcelona para poder, teóricamente, leer casi todo lo escrito en castellano y no por el simple hecho de obtener una carrera; de hecho, no defendí ni la tesina. En cuanto pude, empecé a leer libros hispanos de ficción que no habían sido traducidos al serbio. Así fue como “descubrí”, entre otros autores, al argentino Roberto Arlt. Pero el hallazgo literario clave para mí en Barcelona fue descubrir la prosa del chileno Roberto Bolaño. Primero lo que leí de él fue el cuento Sensini que, al parecer, va de Antonio Di Benedetto, ya desde hace tiempo mi escritor argentino preferido, cuyas novelas no lograría promover para traducciones al volver a Serbia pues no despertaron mucho interés de los editores locales. La mayoría de los últimos me decía, al ofrecerles traducirlo, que no creían que su escritura, por ser descaradamente tragicómica como yo la había descrito, podría tener un efecto comercial satisfactorio, y algo parecido y por las razones similares pasaría con los cuentos del cubano Virgilio Piñera. Tampoco logré situar editorialmente unas novelas del argentino Fogwill, por razones que se me escapan. Afortunadamente, alguien ha traducido mientras tanto El juguete rabioso de Arlt al serbio.
J.M.V.: Bueno, tú, de hecho, fuiste amigo de Roberto Bolaño en tu estancia en España y años más tarde lo tradujiste al serbio. ¿Qué fue lo primero que te llamó la atención de su narrativa? ¿Y cómo conectaron?
I.M.: Su narrativa y la influencia poética me hicieron ver que la literatura del realismo mágico, del pseudo documentalismo borgeano o de los ludismos cortazarianos –no me refiero a sus cuentos–ya no era lo que, de modo concluyente, definía la literatura contemporánea latinoamericana. Además, debo decir, que por su economía lingüística, dramatúrgica e intertextual de su narrativa, lo convirtió en el primer escritor hispano que pude leer en la lengua original, a pesar de las limitaciones de mi castellano de aquel entonces. De hecho, gracias a sus relatos decidí empezar a traducir. Puede que también por algunas similitudes poéticas no me resultara tan difícil leerlo y ni siquiera traducirlo. Por ejemplo, al conocernos resultó que la protagonista de algunas narrativas de ambos fue la estrella porno italiana Moana Pozzi, sólo que Roberto le dio, en Estrella distante y en Llamadas telefónicas, el nombre de Joanna Silvestri. Ya en el año del 2002 apareció en serbio mi antología de los cuentos de Bolaño. Y en 2003 planificamos hacer un fan club de Moana Pozzi pero en julio del mismo año la muerte le impidió dedicarse a unos proyectos mucho más serios.
Igor se lamenta chasqueando con la lengua, lo que le hace expulsar el humo de su raro cigarrillo por la comisura derecha y acto seguido hace la mueca que todos hacemos luego de agotar las palabras sobre la muerte de alguien cercano: hombros y cejas arriba y ojos cerrados. Como si dijéramos: seguimos sin encontrar en el lenguaje la explicación a la muerte.
Cambio de tema a la llegada de otra cerveza. Agradezco el gesto de haberle dicho a su editor español que me enviara a Mendoza, Argentina un ejemplar de su última novela en Español Corte, editada por Trampa Ediciones y le pido que me cuente cómo se le ocurrió la trama.
I.M.: Quise prestar especial atención a la moda durante la Segunda Guerra Mundial, al descubrir que el ejército croata de principio de los cuarenta, los ustachi, había lucido un plagio del uniforme SS cuyo diseñador era ni más ni menos que Hugo Boss. Aproveché este hecho para inventar que el dictador croata Ante Pavelić –que, curiosamente, dos años antes de su muerte había sido gravemente herido en Buenos Aires, donde se había escondido tras la guerra–había invitado al modista alemán para que fuese a su país a diseñar unos uniformes originales para su ejército, pues los periodistas serbios se mofaban constantemente por plagio. Como vivo en Zemun, un barrio belgradense que está en Serbia pero durante la Segunda Guerra Mundial fue una ciudad que formaba parte del Estado Independiente de Croacia, me facilitó un lazo más personal con toda la historia. Todas las ocurrencias descritas en Corte sobre Hugo Boss en Zemun, menos el hecho de que el uniforme de los ustachi era un copio de los SS, son ficcionales. Pero la mayoría de los episodios en la novela ocurridos en Alemania tiene el fondo histórico, incluso su muerte psicosomática después de la gigantesca multa por su “colaboracion pasiva con los nacionalsocialistas”.
J.M.V.: Ya que hablamos de guerra, traigo a colación dos fragmentos de libros para hacer esta pregunta: Olga Tokarczuk en su libro Un lugar llamado antaño dice que "la vida es movimiento y matar consiste en privar del derecho del movimiento". Esto en seguida me hace pensar en Jasmina Tešanovic y su descarnada narración sobre la guerra de Kosovo, El diario de Jasmina. En una de sus entradas dice "ahora estamos atascados en el presente como en una gota de aceite, cada segundo dura siglos repleto de dolor y sentido. (...) La filosofía de la necesidad se impone sobre cualquier otra filosofía". Veo en ambos escritos la guerra como una forma de pausa de la vida. Como escritor, dime ¿Tiene la literatura ese factor vital de crear una movilidad en la gente; una proyección de un espacio y tiempo diferente en un contexto de guerra? y ¿La guerra influye en la literatura y la literatura influye en la guerra?
La guerra siempre influye, claro, pues es una experiencia cardinal aunque mi experiencia de vivirla se basase, de modo directo, solo en los setenta y ocho días del bombardeo aéreo de la OTAN durante el año 1999. A partir de la Biblia, cuyos dos testamentos son tan diferentes entre sí que es casi como si no perteneciesen al mismo libro, la literatura para mi es sobre todo una ambigüedad. Me refiero, por ejemplo, al hecho de que uno, según creo, a estas alturas de la literatura puede escribir bien sólo sobre cosas que conoce y hacia las cuales, a la vez, es capaz de conseguir cierto distanciamiento. También creo que si hay que escribir en el siglo veintiuno ficción sobre la historia, no es muy recomendable hacerlo imitando el realismo clásico; dentro de la narrativa sobre el pasado hay que describir, aunque indirectamente, también las experiencias contemporáneas y al revés: describiendo, por ejemplo, la sociedad contemporánea de bienestar y profundizando el tema, casi siempre se llega a algunos traumas que tuvieron que ver con alguna guerra, aunque sea de unos predecesores de los protagonistas.
En cuanto a la influencia de la literatura en la guerra o en decir cómo se vive en y después de la guerra, creo que mi novela Platea (Editada al español en 2009 Por Galería H2O) es, sin duda, mi muy humilde contribución a eso. Es una novela de la vida nocturna en Belgrado del siglo veintiuno donde a pesar del bienestar relativo de los protagonistas, no les es fácil festejar relajados del todo, pues hay mucha impotencia y muchas tensiones… lo que concretamente se debe al hecho de que las guerras de los noventa en los Balcanes se habían cerrado, en su mayoría, con derrotas del lado serbio, lo que a muchos machotes locales convierte, aunque sea indirectamente y aunque ellos fueran pacíficos, en unos machistas castrados. Y El engaño de Dios (Editada al español en 2005 por Galería H2O) habla más concretamente sobre la guerra, pero de un modo marcado por una ambigüedad fuerte. O bien el protagonista principal es un paranoico al parecerle que muchas personas agresivas y creyentes quieren suicidarse sin que Dios lo perciba para evitar el Infierno o él ha acertado y todo es de verdad como piensa. Él pierde los últimos ápices de duda de que sea así al ver lo que realmente pasó en Serbia durante el bombardeo de la OTAN: las masas salían a la plaza más grande de Belgrado poniéndose los targets en la frente o en el pecho para provocar a los pilotos anglosajones que les bombardeasen allí mismo. En la novela también se describen muchas costumbres peligrosas dentro del ámbito de trabajos y del aspecto físico ¿El protagonista principal es paranoico o de verdad existe un movimiento informal del suicidio indirecto? Dejo la respuesta a mis lectores y yo, personalmente, no la sé.
Igor sonríe con estas últimas palabras. Tiene una manera peculiar de sonreír: sólo lo hace con los ojos, mientras que su boca permanece ajena al gesto. Yo, contario a él, sonrío con todos los dientes. Llega otra ronda de cervezas, paro mi grabadora de voz, miro como se trasluce el sol a través de mi vaso y pierdo mi pensamiento entre su gesto cuando terminó de hablar sobre Bolaño, en mi novela sobre los Balcanes, en lo feliz que fui en Zossener straße en Berlín, en mi viaje a Bosnia el día siguiente y en lo absurdo que me resulta el fumar ese tipo de cigarrillos mitad electrónicos mitad reales. A fin de cuentas, ¿no es lo que hacemos cuando alguien nos deja pensando? Revolver silenciosamente un poco nuestro mundo para hacerle espacio a nuevas ideas