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Actualmente estamos transitando un proceso de deconstrucción en términos de sociedad. Sin duda lo que acelera este proceso son las nuevas tecnologías y las maneras de comunicar, que van transformando el modo de vincularnos, de aprender, de como nos comportamos y actuamos, a su vez impacta en como educamos, en los medios de trabajo, la producción, el comercio, las finanzas, la cultura, la política y que con la velocidad de esta era 4.0 se expande en la población la creatividad, la autonomía y la solidaridad.
Pero estas tecnologías enmarcadas en lo que llamamos TIC no son la nueva civilización, de algún modo facilitan su creación y permiten el tránsito hacia ella. Para poder asumirla, repensarla y proyectarla hay que tener claridad conceptual y es allí donde ingresa el tema de las relaciones entre mercado, estado y sociedad. En estos tres conceptos están en constante debate y conflicto, tanto ideológicos, como económicos, políticos y culturales. Actualmente de manera predominante pero no total, el mercado asume la forma capitalista, la regulación y planificación estatal se la enmarca en estatista y la sociedad en la beneficencia, filantropía y el individualismo.
En nuestro país tanto las corrientes liberales y neoliberales, como las corrientes del peronismo o de la izquierda identifican de manera teórica y práctica al mercado con el capitalismo, la regulación con el estado y la solidaridad con el altruismo. Sosteniendo estas premisas y límites teóricos se torna difícil una comprensión más amplia y más profunda, e impiden imaginar y proyectar alternativas a lo vigente.
A lo mejor dejar a un lado estas concepciones nos permite encontrar soluciones mixtas y respuestas intermedias, ya que tanto el mercado como la regulación del estado son necesarias e irremplazables. De no hacerlo caemos en la confrontación, la minimización de los problemas estructurales y la marginalidad de los espacios de la sociedad. Entonces debemos tratar de reformular los conceptos del mercado, de la regulación y planificación institucional, y de la solidaridad, para no confundir el mercado con el capitalismo, la actividad institucional con el Estado, y la solidaridad social con el altruismo y la beneficencia.
A lo largo de la historia el mercado ha asumido diferentes formas, ha sido más o menos cooperativo, competitivo y conflictivo. Más o menos igualitario y equitativo; más o menos concentrado y desigual; más o menos integrador o excluyente; más o menos justo o injusto.
Pero siempre, aún en sus formas más inicuas, el mercado es necesario. Consecuencia de lo anterior es que nadie puede estar razonablemente contra el mercado; pero podemos luchar porque el mercado sea más equitativo, menos concentrado, más democrático, más justo y sustentable.
Esto nos lleva a pensar que es posible transformar el mercado y perfeccionarlo también a nivel global, haciéndolo más democrático y menos concentrado, más integrador y menos excluyente, más cooperativo y menos competitivo, más solidario y menos conflictivo.
Algo similar podemos decir sobre el rol del Estado, su potestad de regulación y planificación institucional, que se constituyen a través de su rol dentro de una economía mixta (donde el mercado no lo puede todo), por medio de las tributaciones que los ciudadanos y ciudadanas realizan en función de necesidades colectivas. Existe regulación y planificación porque es necesario que contribuyamos y que nos demos un ordenamiento institucional para que puedan ser atendidas las necesidades comunes de la sociedad en su conjunto. En tal sentido, nadie puede razonablemente estar contra la regulación y la planificación institucional que debe llevar adelante el estado.
Presenta cualidades y defectos, sin duda, pero también es posible concebir, proyectar y organizar un orden institucional construido desde la base hacia arriba, que genere niveles muy superiores de bienestar, de integración social, de participación política y de empoderamiento comunitario.
Y llegamos así al tercer término de la ecuación, lo que llamamos solidaridad social o economía solidaria (economía de donaciones). La economía solidaria se encuentra constituida también por aquellas actividades y organizaciones que proceden en base a relaciones de reciprocidad o cooperación. Se configuran, así, como parte de la solidaridad social, la “economía de reciprocidad”, la “economía de comunidades”, la “economía de redes”, la “economía de cooperación y de mutualismo”. Expresiones de estas son, entre otras, el cooperativismo, el comercio justo, el consumo responsable, las redes sociales, las aplicaciones que facilitan la coordinación horizontal de las decisiones, pero también, los influencers, la filantropía y muchas otras formas de solidaridad activa que se están experimentando en todo el mundo.
Hechas estas precisiones teóricas sobre el mercado, la regulación institucional y la solidaridad, estamos en condiciones de pensar nuevas respuestas a la pregunta sobre las proporciones en que los tres “sectores” pueden desarrollarse y acoplarse para proporcionar mayor y mejor beneficio tanto humano como social, económico, político y cultural.
Desde el momento que comprendemos que cada “sector” puede estar constituido de modos más o menos integradores e incluyentes, menos concentrados, más democráticos, más justos, nos damos cuenta de que son posibles distintas combinaciones ideales entre ellos.
En síntesis, no hay un tamaño óptimo para cada sector, sino que eso depende de su grado de perfección interna. Mientras más coherente, integrador y transparente sea el sector de la solidaridad social, más importante podrá ser su aporte, y menos necesarios serán el mercado y la regulación institucional. Mientras el mercado sea más democrático e incluyente, más amplio podrá ser su espacio y sus dimensiones relativas, siendo menos importante la regulación institucional. Mientras más democrática y desconcentrada sea la regulación institucional, más amplia podrá ser su presencia y aportación al bien común. Siendo así, más que ocuparse en organizar alguna determinada estructura que armonice y combine los tres “sectores”, lo que cabe hacer es buscar el perfeccionamiento de cada uno de ellos.
Hacer que la solidaridad social sea más genuinamente solidaria e integradora; que el mercado sea más democrático; que la regulación institucional sea más eficiente, son los desafíos y tareas para promover una mejor economía y alcanzar el bien común.
Para finalizar, la cuestión de fondo que nos interesa y que está en la base del tema de las relaciones entre mercado, estado y sociedad, es ¿cómo construimos esa sociedad? ¿cómo la transformamos y perfeccionamos? Y ¿cómo damos comienzo a la creación de un nuevo paradigma? A través de las actividades y relaciones de intercambio, en las que todos participamos con algún pequeño grado de influencia, construir el mercado que tenga a la sociedad como ordenadora. A través de las relaciones de tributación y asignaciones jerárquicas, que son establecidas por el poder y a la que los ciudadanos adherimos, con algún mayor o menor nivel de participación activa, construir un nuevo contrato social donde la sociedad funcione como organizadora de la política. Y construir la sociedad con la idea de comunidad, donde entendamos que “no existe persona que se realice en una comunidad que no se realiza”.
Transformar el mercado para que sea más democrático, equitativo, justo y sostenible; crear un orden institucional más representativo, participativo y libre; y desarrollar una solidaridad social más extendida, con eje en la diversidad y la integración, para ser protagonistas más activos e incidentes en tales procesos necesitamos desarrollar nuestra creatividad, autonomía, solidaridad, y proveernos de una nueva estructura de conocimiento; o sea, de una nueva epistemología y concepción del mundo, de nuevas ciencias de la economía, de la historia y de la política, de la educación y las ciencias, que sean comprensivas de la complejidad de lo real y de las potencialidades que tiene el ser humano.
Es un gran desafío no permitirnos caer en los discursos que operan detrás de estas figuras que mueven millones de pesos en tan solo días y que, ahora, sustituyeron a las celebridades de otra era que antes bailaban en la televisión para construir una escuela en el norte argentino, ya que eso forma parte de una retórica renovada bajo un formato centennial de que todos podemos cambiar el mundo aportando cien pesos. A su vez evitar deslegitimar el alcance que pueden tener diversos actores individuales para ayudar a personas que realmente lo necesitan.
Esta tendencia neoliberal que promueven diferentes actores de poder de reducir la intervención del estado en todos los aspectos, lleva inevitablemente a la percepción popular de que este estilo de voluntarismos filantrópicos expresado a través de diferentes influencers y celebridades, es el “estímulo suficiente” para responder a los problemas sociales de países como el nuestro, sin tener en cuenta el origen de estos problemas y las dinámicas de poder que tienen un rol activo generando desigualdades estructurales y modelos económicos extractivistas.
Hay que comprender que, suscribiéndose a la lógica del mercado, despolitizándose estos influencers y con ellos quienes reproducen el concepto de salvadores individuales, pierden todo el poder transformador que se le podría otorgar desde el principio, ya que se subordinan al sistema que concentra la riqueza y en consecuencia crea la necesidad de la caridad, el mercado financiero.