_

La pandemia destapó en todo el mundo aquellos problemas más profundos que las sociedades escondía debajo de sus alfombras comunitarias, desigualdades vinculadas a la conectividad, la infraestructura de los hogares, el empleo, y la enorme brecha que hay en el acceso a tratamientos vinculados a enfermedades mentales como: trastornos de ansiedad, incluyendo trastorno de pánico, trastorno obsesivo-compulsivo y fobias; por otro lado, depresión, trastorno bipolar y otros trastornos del estado de ánimo. Y, por último, trastornos de la alimentación, de personalidad y de estrés postraumático.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), define a la Salud Mental como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad.
Es decir que la salud mental no es sólo la ausencia de trastornos mentales.
La Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657 reconoce a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona. El Estado reconoce a las personas con padecimiento mental, entre otros, el derecho a que dicho padecimiento no sea considerado un estado inmodificable.
Las enfermedades mentales afectan a enormes grupos poblacionales, pero principalmente a quienes se encuentran en los estratos socioeconómicos más bajos, allí los servicios de atención son casi una excepción. Hay una brecha social en términos de acceso a tratamientos y es por eso que debemos replantearnos la atención centralizada en hospitales psiquiátricos, para pasar a una prestación de servicios descentralizados, integral, participativa, preventiva, y basada en la comunidad.
A esta brecha social de acceso a la salud mental se le suma una respuesta por parte del Estado inadecuado e insuficiente. Tiene múltiples razones, por un lado los y las profesionales de la salud que se encuentran prestando servicios, en segundo lugar, el desconocimiento por parte de la sociedad de los centros especializados para atender estas problemáticas, mitos o falsas premisas de que las personas que padecen enfermedades mentales son débiles y es algo “temporal”, esto recae en una falta de empatía producto del desconocimiento y la falta de herramientas comunitarias para abordar desde el hogar y las instituciones a pibes y pibas que sufren cualquiera de estas enfermedades.
Debemos apoyar la participación de la comunidad en actividades vinculadas a promover y proteger la salud mental de la población, debemos fortalecer el sector tanto con recursos humanos como económicos, pero sobre todas las cosas tenemos que HABLAR de salud mental, porque mientras más pasa el tiempo más pibes y pibas deciden quitarse la vida.
¡Empatía, participación comunitaria y organización social para que no se nos vaya ningún pibe ni ninguna piba más!