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La deforestación en la Amazonía brasileña ha alcanzado el nivel anual más alto en una década y se observa una devastación acelerada desde que el presidente Jair Bolsonaro asumió el gobierno en 2019. Entre agosto de 2020 y julio de 2021, la selva tropical perdió 10.476 kilómetros cuadrados, según el instituto brasileño Imazon; un área que equivale a 50 veces el tamaño de la Ciudad de Buenos Aires. La cifra es 57% más alta que en el año anterior y representa el peor dato desde 2012.
La deforestación es impulsada por la agricultura ilegal en la región, que se ha visto favorecida por los recortes presupuestarios del Ministerio de Medio Ambiente y las agencias de protección ambiental desde que Bolsonaro es presidente.
Por otro lado, según informó la organización Survival Internacional, la situación es crítica con respecto a los pueblos indígenas de la región, donde el gobierno no ha tomado medidas ni mostrado voluntad para garantizar su bienestar. El territorio indígena Piripkura es uno de los más afectado por la deforestación y entre agosto de 2020 y abril de 2021 se destruyeron ilegalmente 2,132 hectáreas. Diversos territorios indígenas como Piripkura, Jacareúba / Katawixi, Pirititi y Ituna-Itatá están siendo amenazados y sin protección podrían ser arrasados.
El tráfico ilegal de madera es un tema todavía desconocido para gran parte de la población. Los comerciantes de madera aprovechan el vacío del gobierno para lavar y traficar productos no autorizados, incluyendo especies prohibidas, en detrimento de los ecosistemas y las comunidades que dependen de los bosques. La situación también es muy compleja en la frontera de Colombia con Perú y Brasil, en la cual hay casi 3.300 kilómetros de límite fluvial y terrestre donde el único punto aduanero oficial es Leticia, capital del departamento de Amazonas. En toda la zona los controles son escasos con poco personal y recursos muy limitados.
La escalada de destrucción se explica fundamentalmente por la irresponsabilidad de empresarios madereros, ganaderos y mineros, que se ven alentados, a su vez, por las faltas de control y las políticas de Jair Bolsonaro relativas a la apertura de reservas indígenas y áreas protegidas. La causa principal de este continuo aumento de la explotación de los bosques radica en el incremento y expansión de la ganadería extensiva, el cultivo de soja y la creación de pastos para la ganadería. Tan sólo Brasil, país que alberga la mayor parte de la selva Amazónica, ha transferido más de 60 millones de animales a la esta región.
Además de su repercusión directa sobre la biodiversidad y las especies endémicas, la tala de árboles desmedida expone a estas tierras a un impacto mucho mayor de las tormentas tropicales que arrasan el suelo y sus nutrientes. Los seis millones de kilómetros cuadrados del Amazonas brasileño suponen dos tercios de la selva que, distribuida en ocho países, es el hogar de más de 35 millones de personas. Sin embargo, ninguno de los países amazónicos respeta a los pueblos originarios como se requiere ni protege el ecosistema con mayor biodiversidad del planeta. Las intrusiones de los buscadores de oro o los leñadores furtivos podrían provocar el exterminio de los grupos indígenas vulnerables.
Por otra parte, Brasil posee el 12 % de las reservas de agua dulce del mundo y el 53% de los recursos hídricos de Sudamérica. Actualmente vive su peor crisis hídrica en los últimos 91 años. Arrasar la vegetación nativa para comercializar madera de forma ilícita o practicar la minería ilegal también afecta otros biomas y cuencas hidrográficas del país. Los cambios climáticos, la deforestación, la construcción de hidroeléctricas y el uso excesivo del agua para el agronegocio, entre otros, son las principales causas de que Brasil se esté ‘’secando’’. La superficie con agua dulce del país pasó de 19,7 millones de hectáreas en 1991 a 16,6 millones de hectáreas en 2020, una reducción de 15,7%. Los datos corresponden a imágenes satelitales de todo el territorio brasileño entre 1985 y 2020 realizado por Mapbiomas, una iniciativa en la que participan varias ONG, universidades y empresas de tecnología.
El Pantanal es el mayor humedal del planeta y el principal bioma de este tipo afectado en Brasil. Las superficies de agua dulce en el humedal pueden reducirse aún más si continúan la devastación de la vegetación, las prácticas agropecuarias descontroladas y si se autorizan un centenar de hidroeléctricas que quieren levantarse en los ríos que lo conforman.
Es imprescindible detener el comercio ilegal de madera y el consumo desmesurado de la vida silvestre, frenar la deforestación del Amazonas y la conversión de la tierra, así como transitar inmediatamente hacia una producción de alimentos que sea sostenible y respetuosa del ambiente natural y humano. De continuar el modelo vigente de saqueo desmedido de la selva, lo que se puede esperar es solo más destrucción y muerte.