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La popular plataforma de streaming Netflix lanzo una serie que causo revuelo, “El reino”, una ficción que sumada a la denuncia contra la coautora Claudia Piñero por parte de ACIERA (Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina) no deja de causar más controversia aún. Lo interesante de esto es poder analizar, mas allá de lo anecdótico, el rol de las iglesias evangélicas en la configuración del escenario político de nuestro país.
Las Iglesia Evangélicas se instalan desde hace décadas en nuestro continente, diferentes a la tradición católica, con un nuevo mensaje de amor, prosperidad y hermandad, que prenden de manera notoria en nuestras sociedades, sobre todo en los sectores populares. Las iglesias evangélicas, en gran medida reciben aportes desde EEUU, sin que estos sean “naturales” y con una clara dirección política y económica, ser parte del statu quo, de la derecha y acumular poder. ¿Qué se esconde tras la idea evangelizadora de las iglesias? Ellas forman parte de la configuración barrial desde hace décadas, lo novedoso en estos tiempos que corren es su participación política en temas que con anterioridad no eran de su interés. Militaron fuertemente la teoría de “salvemos las dos vidas” intentando ligar sus creencias a la idea de defensa de la vida. Poniendo en contra parte la idea de muerte, en quienes defendíamos la libertad y el derecho de poder decidir sobre nuestros cuerpos. La construcción del discurso, del pensamiento, de “lo buenos y lo malo”, parte de arriba hacia abajo, por eso el poder se instala en el pastor, la pastora, ya que es quien tiene comunicación directa con dios y por lo tanto define designios para la vida de la iglesia y sus fieles.
La cantidad de adeptos no es menor, la fidelidad a sus creencias es incuestionable. Los preceptos de la iglesia no admiten cuestionamientos. Y es aquí donde entramos en un terreno peligroso. Lejos de desmerecer la genuina fe que trasmiten muchos de los fieles y de sus líderes, se cuestiona la incapacidad de pensar críticamente dentro de sus filas. De poder criticar a sus líderes, sin temor, porque en el fondo son la voz de DIOS… entonces. ¿Cómo criticar a un ser supremo? ¿Cuál será el castigo? La línea entre el fanatismo y la fe es muy delgada. Los dogmas no ayudan… Ahora bien, esto vale tanto para la iglesia como para cualquier ámbito de participación. Partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, en todos los ámbitos. La capacidad de la voz disidente, de escuchar la critica que mejora, de poder “patear el tablero” y reconstruir lo que no da resultados es lo que nos permite ser una sociedad permeable al cambio, una sociedad plural, donde todas las voces son importantes y son escuchadas.
La iglesia acumula poder, y hoy, está dispuesta a jugar esa carta políticamente. Sus discursos de prosperidad, su estética, su idea de esfuerzo personal, el dinero que manejan, su oposición a la ESI la acercan al discurso de la derecha. Ese pálido esfuerzo por mostrar que la suerte de cada uno es construida individuamente, por mérito, sin tener en cuenta los condicionantes sociales. Pero también la iglesia lleva en si la contradicción de su propio discurso, amar al prójimo. Soy consciente del amor y dedicación que ponen en los barrios, en sostener merenderos, casas hogares, trabajo en cárceles, trabajo con adicciones. Y cuando el Estado no está, cuando las organizaciones no llegan a los barrios, cuando los militantes no tienen suficientes “fierros” para bajar a los territorios, allí, hay una iglesia dispuesta a abrir sus puertas.
El desafío es enorme. La construcción del “bien común”, la solidaridad y la comunidad tienen que ser pensados desde una perspectiva de derechos humanos. Las iglesias toman para si la espiritualidad, un campo diverso y muy arraigado en nuestras sociedades latinoamericanas. Desconocerlo es un error, menospreciarlo también. Creo que es un campo en donde debemos dar batalla. Por un lado, un ESTADO presente, con soluciones económicas, sociales y culturales reales, presente en el territorio, en cada localidad, sembrando derechos donde antes había necesidad y vacío. Por otro lado, personas comprometidas con valores como la verdad, la justicia, la solidaridad, la esperanza, la vida digna, ya que son valores que pertenecen a las filas del progresismo, de los derechos humanos, de pensarnos todos todas, todes. Pensar y actuar desde la ética militante, desde la coherencia y el amor por el otre es la parte que nunca debe abandonar, son los espacios donde tenemos que estar, llevando una voz esperanzadora, coherente y de justicia social.