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“Cabezas, presente. Cabezas, presente, ahora, y siempre”. Escuché a un grupo de personas gritar eso por primera vez desde un televisor cuadrado, cuando tenía siete años, quizás ocho, en unas vacaciones en Necochea. Recuerdo la cara de la persona por quien gritaba el grupo, impresa en un panfleto en blanco y negro.
Siempre tuve una buena memoria auditiva, por lo que “Cabezas” y el “presente” se repitieron hasta hoy en mi mente, solo que ahora, su figura tiene más peso y significado de lo que alguna vez tuvo para mí.
Dirán que mi punto de vista está sesgado, y les invito a replantearse esa opinión si aplauden a Bob Woodward con su precioso Watergate, o a quienes destaparon el escándalo de los Panama Papers, o los abusos en las iglesias cubiertos por el Boston Globe. En fin, a medida que fui creciendo y adquirí la maravillosa capacidad posmoderna de googlear, supe quién era ese Cabezas por el que la gente gritaba, y por qué lo hacían.
José Luis Cabezas era un hombre enamorado de su familia y amigos, y un apasionado por su trabajo: la fotografía. Siempre decía que era feliz porque hacía lo que le gustaba, y además le pagaban por ello.
“Él no era ni un ídolo ni un héroe, era un laburador que amaba la cámara y sacar fotos" recordaba su hermana Gladys; otras personas, como su colega Gabriel Michi, lo evocan por su risa, una estridente carcajada lo suficientemente potente para seguir resonando en la mente de quienes tuvieron la suerte de conocerlo.
Trabajó como fotógrafo y reportero para la revista Noticias, su causa de muerte en Wikipedia figura como “fotografiar al gánster Alfredo Yabrán”. En 1996, Cabezas ignoraba que, presionando el botón de disparo con dirección a Yabrán y su esposa en una playa de Pinamar, con Gabriel Michi posando a modo de distracción, sellaría su destino de manera fatal.
El cuerpo de José Luis fue encontrado quemado en una zona abandonada de Pinamar, con las manos amarradas en la espalda y dos disparos en la cabeza el 25 de enero de 1997. Lo reconocieron por sus botas texanas y las llaves de la oficina que la revista les había alquilado para cubrir la temporada en la ciudad costera.
La familia Cabezas no vio verdadera justicia. Alfredo Yabrán se quitó la vida poco después, y los acusados por el crimen enfrentaron laxas condenas, amparados por la policía y los políticos de la época. Un caso que estaba destinado a ser olvidado, más no fue así.
José Luis Cabezas no puede ser olvidado, vive en el inconsciente colectivo porque, así como decía su hermana, era un laburador, como usted, como yo, e hizo su trabajo hasta las últimas consecuencias. José Luis es recordado incluso hoy, porque a través de la foto de Yabrán, le puso un rostro a la corrupción de la época menemista, que juraba pizza y champagne, Miami y dólar barato, al costo de vender la patria a capitales despiadados que lucraron y lo siguen haciendo con el egoísmo y el juego sucio.
Yabrán fue solo uno de los rostros que prostituyeron la patria en pos del incremento de su capital económico, y en los noventa no se vio más sucesos del corte de Cabezas, porque nadie más apostó su vida, fue la década naíf del periodismo, y la corrupción desfiló tranquila por las calles argentinas.
José Luis Cabezas fue el verdugo del flagelo de la corrupción, quizás sin saberlo, y se transformó en un símbolo, un ¿mártir?, se hizo bandera del periodismo de investigación en Argentina, y quizás hubo muchos niños y niñas que escucharon el grito por él en televisión, y luego lo googlearon, y que hoy están escribiendo sobre él, como yo, lo que confirma eso que las personas vociferaban, con la garganta roja de tanto gritar las injusticias: Cabezas presente, ahora y siempre.