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El debate fue mucho más civilizado y maduro que el que se pudo observar cuando el presidente y su contrincante Joe Biden se encontraron hace una semana.
Este debate fue todo lo que exigía el pueblo estadounidense luego de haber presenciado cómo dos septuagenarios se profieren insultos y chicanas en lugar de contraponer propuestas en una coyuntura de crisis.
Luego del COVID positivo del presidente a menos de un mes para las elecciones y la Casa Blanca en alerta máxima tras detectar más de 40 casos positivos, el interés por los segundos en las fórmulas creció dada la avanzada edad de los candidatos: Trump tiene 74 años y Biden 77.
Es decir, quien gane las próximas elecciones, será el presidente más anciano de los Estados Unidos.
En un contexto enmarcado por la pandemia, se acentuó el distanciamiento social con respecto al primer debate presidencial entre Trump y Biden. En esta oportunidad, los candidatos se encontraban a más de 2 metros de distancia y separados por un acrílico. La sala a mitad de capacidad y respetando las normas de distanciamiento marcaron lo que posiblemente veamos en los próximos dos debates presidenciales el próximo 14 y 22 de Octubre.
Pence llegó al debate con un 9,7% de desventaja debajo de la fórmula Biden-Harris, según promedio de sondeos de RealClearPolitics, y un 4,5% detrás en estados clave. La diferencia se acentuó en la última semana.
Pence es un cristiano evangélico, miembro del Partido Republicano e impulsor de lo que en su momento había sido el Tea Party. Un movimiento ultra conservador que enfrentaba por igual tanto a los demócratas como a los representantes del establishment republicano. Él se define a sí mismo como “un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden”. Como gobernador de Indiana, cargo que asumió en 2013, llevó adelante políticas extremadamente conservadoras que lo erigieron como una de las figuras más importantes de la derecha republicana.
En lo que respecta a política fiscal, en línea con el Tea Party, llevó adelante la reducción impositiva más grande de la historia de su Estado. Al mismo tiempo, impulsó la aprobación de la Religious Freedom Restoration Act (Restauración de la Libertad Religiosa), ante la oposición del sector moderado del Partido Republicano.
Además se enfrentó públicamente en numerosas ocasiones a la comunidad LGBTIQ+, quienes lo acusan de tener una agenda contraria a la libertad de género y los derechos tanto de las mujeres como de las mal llamadas minorías sexuales.
El vicepresidente, Mike Pence, sin brillar, se las ingenió para eludir estas cuestiones ríspidas, mostrarse como un líder estable, presidencial y transmitir de forma tranquila y amable las mismas consignas que su jefe suele emitir de forma caótica.
Harris es la primera mujer afroamericana en formar parte de una fórmula presidencial, con experiencia en materia judicial -fue fiscal general del Estado de California- y legislativa -desempeña el cargo de Senadora por California-, si llega a la Casa Blanca, se convertiría en la primera mujer en hacerlo y la primera en haber ocupado un cargo en todos los poderes del Estado.
Su elección como vicepresidenta puede marcar un antes y después en la forma de hacer política en Estados Unidos.
Por haber sido su primer debate, estuvo a la altura de las circunstancias. Sin embargo, no logró dar el golpe de efecto que necesitaba la oposición para complicar aún más las chances de Donald Trump, que va detrás en la mayoría de las encuestas por casi 9 puntos, tanto en el voto popular como en el Colegio Electoral.
A lo largo de la noche las interrupciones de Pence prácticamente duplicaron a las de la senadora demócrata, se estimó que Pence interrumpió a Harris en 16 ocasiones mientras que ella lo hizo en nueve oportunidades.
Harris quería hablar sobre el presidente Donald Trump. Pence quería hablar sobre Joe Biden. Y ninguno de los dos tenía mucho interés en responder a ninguna de las preguntas planteadas por la moderadora o por el otro candidato, lo que llevó a una serie de segmentos en buena medida formales de dos minutos de duración.
Kamala quería llevar la discusión por el lado del desmanejo de la pandemia y sus consecuencias más tangibles: más de 210,000 fallecidos.
Mike Pence se sintió más cómodo con la economía y el mensaje tradicional republicano de recortar los impuestos y las regulaciones, lanzando los detalles específicos de los recortes de impuestos de Trump en puntualizaciones más claras de las que Trump manejó en su propia actuación en el debate.
Cuando se habló de justicia racial, la mera presencia de Harris en el escenario fue una declaración en sí misma, un logro que Pence reconoció directamente al felicitarla por “la naturaleza histórica de su nominación”.
Aún así, Pence trató de socavar su experiencia y de apelar a los votantes negros (que los republicanos necesitan con urgencia), acusándola de procesar a más afroamericanos que blancos y al decir que no “movió un dedo” por un proyecto de ley de justicia penal que Trump finalmente firmó.
Eludió las inconsistencias de presentar ese argumento momentos después de haber dicho que sería “un gran insulto” decir que Estados Unidos era “sistémicamente racista” o que los agentes de la ley tienen un “sesgo implícito”.
Lo cierto es que teniendo en cuenta la edad de los candidatos en un contexto pandémico, la importancia de sus vices es más grande que nunca en la historia del país. Por eso, los focos seguirán posados tanto sobre Harris como Pence.
El Partido Republicano apuesta por la continuidad y la línea dura conservadora, mientras que los demócratas buscan una renovación generacional en sus filas.
Es un momento tan bisagra como extraño en la historia de los Estados Unidos.
La encrucijada a la que se enfrenta el país comenzará, de a poco, a resolverse el próximo 3 de noviembre. Sin embargo, nuevos conflictos irán surgiendo en el camino.