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La pandemia de COVID-19 se ha expandido de manera masiva a lo largo de todo el mundo. Ante la vista de todos y todas se observa una gran fragmentación social, una escalada de la violencia social y desigualdades que se imponen ante nuestros ojos, porque enfrentar a la pandemia es también enfrentar las desigualdades.
El contexto nos insta a reflexionar y repensar las desigualdades generacionales y cómo en este momento de aislamiento que vivimos nos pone sobre la mesa algunas dificultades en el acceso pleno a derechos de adolescentes y jóvenes.
El tiempo para reflexionar nos permite no solo la introspección, sino también el lugar para repensar las instituciones, cómo ellas nos moldean y construyen subjetividades. La idea de libertad y sentido común, que en estos últimos meses ambos conceptos han entrado en una clara tensión social. Por otro lado, la democracia y las desigualdades, las dos “D” más importantes para abordar, ya que por un lado las enormes desigualdades nos invitan a tensar el concepto y los alcances de la democracia. Y, por último, el tiempo en casa, nos permite soñar, y es allí donde entra la idea de imaginar nuevas utopías, que nos permita generar riqueza colectiva.
Las instituciones condicionan y a su vez moldean el proceso de socialización, construyen subjetividades como, por ejemplo, ser parte de una familia, una comunidad, una institución, se vuelven soportes para esa construcción que se trazan en las adolescencias y juventudes. La falta de respuesta a las problemáticas que afectan a las juventudes, la falta de presencia del estado y de las sociedades, generan un vacío que muchos sentimos como indiferencia, o como decía el libro de Françoise Dolto “La causa de los adolescentes”, (...) “lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia”.
Si tomamos como propia la idea de que las utopías son esas ideas en las cuales nos apoyamos para lograr cambios en las estructuras, las juventudes debemos poner como idea, la construcción de un nuevo contrato social que se despoje de todo centrismo, y que tome como propia la idea de integración, ya que, la historia ha mostrado que todo centrismo es una forma de violencia, principalmente porque imposibilita conectar con el otro como otro, que ya de por sí es un problema.
Las juventudes tienen la obligación moral de no caer en el burguesismo estatal, salir a tensionar y debatir sobre las ideas, las prácticas y los desafíos que debe poner foco la política y quienes hacen política.
Y en esto de tensionar las ideas, se debe repensar la idea de libertad, esa que para el neoliberalismo representa que el ser humano puede hacer lo que quiera, sin límite alguno, incluso con la enorme contradicción que trae consigo esta idea, por un lado, reprochan todo lo que tenga que ver con blanquear información al estado, sentando la base de que, si soy libre no tengo que rendir cuentas, pero por el otro lado le ceden todos los datos a Facebook o Google.
Para el campo popular la idea de libertad radica en poder tener un orden común, y un horizonte colectivo. En donde las normas existen para todos por igual, porque más allá de que parezca que las normas son para todos y todas, eso en la práctica no se da. Podríamos decir que, en la teoría existe, pero de hecho no. Existe un 1% de la población mundial que concentra más riqueza que el 99% del mundo. Para esos ricos no existen las normas, están acostumbrados a evadirlas, a no pagar impuestos, a vivir en lugares privados, con su propia seguridad, como si fueran independientes del país, o hasta incluso como si estuviesen por encima de los países. Ahora, ¿qué pasa con los ricos cuando el mismo sistema que les garantizo esa enorme concentración de la riqueza entra en crisis? Se toman medidas que claramente son para todos por igual, tanto para una trabajadora, como para un dueño de una multinacional. Eso no les gusta, porque los iguala y porque no están acostumbrados a normas comunes.
Entonces, acá podemos entrar a ver cómo se reproduce de manera cotidiana en cualquier canal de televisión el discurso de la libertad basado en la meritocracia, y la meritocracia no sirve para salir de las crisis, porque solo se puede salir desde la cooperación, entonces esa idea de libertad individualista fracasa como lógica de desarrollo.
Este concepto de libertad que utiliza el neoliberalismo no hace otra cosa que legitimar la desigualdad, ahora, sí preocupa y mucho como crecen los grupos de jóvenes que se “politizan” por derecha, y que encuentran como enemigo al estado, a la política y la lógica de independizarse del estado.
Pero también como contracara a eso, vemos como quienes impulsan, promueven y difunden esta lógica de independizarse de la política, en una pandemia que puso en jaque a todo el mundo, no acuden al dios mercado para que salve a las empresas y a las personas, o sea no los salvan aquellas empresas a la cual se les regala toda la información, como fFcebook o google, sino que las salvan los estados.
Por consiguiente, en estos momentos de crisis vemos como lo que está en discusión o lo que en definitiva molesta, no es la intervención del estado, sino a favor de que sector social interviene ese estado. Si el estado interviene para blanqueo de capitales, fuga, timba financiera, sobre endeudamiento y utilización de las fuerzas de seguridad para reprimir, está bien. Ahora sin el estado interviene para ampliar derechos, disminuir la brecha de desigualdad social, económica y política, es totalitario y demagógico.
Otra cosa que debemos poner sobre la mesa de discusión es la felicidad, ya que este término se lo vincula constantemente con el de libertad, o sea nadie es feliz solo, pero la idea del neoliberalismo nos hace creer que sí, porque son permeables al sentido común, quién puede ser feliz viviendo en la opulencia rodeado de miles de villas.
Entonces, si se quiere dar la batalla como jóvenes por el sentido común, se debe repensar la democracia, la participación, la libertad, la solidaridad, la felicidad, y el sentido común como los ejes fundamentales donde pivotear y construir la hegemonía del campo popular.
En esos ejes, la felicidad es fundamental, hay que hacer política para lo que verdaderamente importa. Y si algo está dejando esta pandemia es el desafío de conectar lo individual con lo colectivo, nos invita a hablar de lo que nos pasa realmente como sociedad, nos pone en crisis el tiempo, el sueño, lo que consumimos, lo que contaminamos y nos muestra que como jóvenes se debe luchar mancomunadamente por el derecho a ser felices en un ambiente sano y saludable, pero sobre todo dentro de una comunidad que se realice, porque nadie se realiza en una comunidad que no se realiza. Con lo cual no se puede ser feliz, en una comunidad que no es feliz.
El desafío de los jóvenes es construir sentido común en todos los ámbitos, de manera integral e internacional. Las juventudes tienen que tensionar valores y permear al conjunto de la sociedad, trabajar incluso en los terrenos que son adversos ideológicamente. Ya que históricamente las juventudes no se quedaron estancadas en las zonas de confort, más bien avanzaron en romper con el status quo y mover el horizonte de las utopías hacia una sociedad más justa, con igualdad de condiciones, para poder realmente construir riqueza colectiva y con ella igualdad de oportunidades.
Siguiendo con este desafío, otro de los retos es poner en crisis la estructura de valores del neoliberalismo. El éxito que propone el neoliberalismo es efímero, y radica básicamente en que los individuos se administren como si fueran una empresa, mostrándose incluso siempre felices, cuando por dentro están destruidos. Un claro ejemplo es mostrado en la serie “The Social Dilema”, la cual a todos nos salió como recomendada para ver, osea que nos la hicieron ver. Allí se muestra lo que pasa con las redes sociales, donde no se muestra lo que nos pasa, o cómo estamos realmente. La pandemia nos mostró que ese éxito es mentira, dura los 15 segundos de una historia de instagram. Pero después no se duerme en las noches, se toma pastillas para dormir, se tiene miedo, angustia y hasta incluso se potencian los inicios de depresión en los jóvenes. Eso nos deja también la pandemia, lo efímero del éxito y la felicidad que termina en una foto, un video o una historia, para que cuando termine caigamos en la introspección que nos pone en tensión nuestro bienestar.
Es por ello que la política tiene que hacer propia la idea de humanizarse, y de sacar a luz que no todo lo que se hace tiene un interés detrás, tiene que reinar la vocación por la política, que debe pisar fuerte en la transparencia y la austeridad, la juventud no debe permitir ser conducida por clases políticas millonarias, a eso también se le debe decir nunca más. La utopía generacional debe ser sentar las bases para forjar un nuevo contrato social, con una nueva clase política más humanizada, transparente y que viva como la mayoría de la población, que debata lo que le pasa día a día a la gente, sin miedo a hablar sobre felicidad, el tiempo, la solidaridad y el desarrollo colectivo, que ponga a la sociedad en el centro, donde la política esté por encima de la economía. Pero esa política no puede estar sentada en bases anacrónicas, y contradictorias en su esencia, porque si no se pone en tensión el sentido común neoliberal, la batalla cultural al largo plazo está perdida.
La política es persuasión, es la que permite generar certezas, credibilidad, incluso asumiendo que la gente no quiere grandes alteraciones de su vida cotidiana. La política debe poner el foco en que no todos son militantes, hay una inmensa mayoría que no está dispuesta a dar todo por un cambio hacia un mundo más solidario. Reconstruir y repensar la militancia, es lo que permite reconstruir la sociedad, saliendo de la lógica binaria de valores de izquierda contra valores de derecha, se debe construir más comunidad y así sacarle terreno al sálvese quien pueda del neoliberalismo. El goce común por sobre la ansiedad individualista.
Por último, reconocer que la democracia significa también alternancia en el poder, incluso hasta aceptar que por etapas el neoliberalismo va a gobernar nuestros países. Ahora, hay algo que moralmente si depende de la juventud, es la construcción de las bases inamovibles que se consoliden y que la sociedad las sienta propias, para que esas bases el neoliberalismo no pueda alterarlas, para que cuando vuelvan los gobiernos populares no sea volver a empezar. Construir los cimientos populares de toda Latinoamérica que permita que sean intocables cuando les toque gobernar a ellos. Pero, sobre todo, que las generaciones futuras no tengan que volver al mismo punto de partida del que salimos nosotros.
Estamos en un momento de ponernos al frente, la pandemia nos permite sentar la base de que la política está por encima de la economía, y que el estado es el único que garantiza y que debe naturalizar lo público como lo de todos. Por otro lado, lo que nos permite construir las bases, es que un virus minúsculo nos demostró que el mundo es frágil, finito y desigual. Nos demostró que es lo realmente esencial y que por sobre todas las cosas nadie se salva solo. La pos pandemia debe ser el puntapié inicial para construir pueblo crítico por sobre las construcciones de izquierdas tradicionales.
Debemos salir de la confrontación izquierdas derechas para fundar pueblo soberano. Para que la política sea el canal de construcción de más humanismo, más amor, más goce, más felicidad y por sobre todo más empatía, porque una sociedad distinta y más justa es posible.