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Después de la Segunda Guerra Mundial, se construyó una arquitectura a nivel global para las relaciones entre los estados. La conferencia de Yalta (febrero de 1945) con Iósif Stalin, Winston Churchill y Franklin Roosevelt, jefes de estado de la Unión Soviética, del Reino Unido y de Estados Unidos respectivamente, fue el símbolo de la construcción de un nuevo orden internacional.
El ciclo de conferencias de los “tres grandes” finalizó con la conferencia de Potsdam en julio y agosto de 1945. Participaron nuevamente la Unión Soviética, el Reino Unido y Estados Unidos. Sin embargo, habían cambiado sus representantes: Truman sustituyó a Roosevelt que había fallecido unos meses antes y Atlee, el líder británico laborista, reemplazó a Churchill que sorprendentemente perdió las elecciones generales de 1945.
El objetivo de estos encuentros era analizar la situación de Alemania (que se rindió en mayo de 1945) y diseñar el sistema internacional de posguerra, particularmente en Europa, que había sido el núcleo de la toma de decisiones del sistema mundial durante los cuatro siglos anteriores.
La Segunda Guerra Mundial significó el debilitamiento progresivo de Europa como centro del sistema internacional y el ascenso definitivo de potencias extra europeas, como los Estados Unidos y Japón. Europa, para seguir siendo parte importante en la toma de decisiones del mundo, deberá integrarse a partir de 1948 en la Unión Europea. Inmediatamente después de concluida la gran guerra comenzará otra: La guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética que mantuvo al mundo dividido en dos bloques casi hasta el fin del siglo XX. Al mismo tiempo comenzará, producto también del debilitamiento imperial de Europa, el proceso de descolonización en África y Asia.
En el plano económico, el llamado sistema de Bretton Woods de 1944 dio origen al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, entre otras instituciones, y mecanismos de regulación del sistema económico-financiero internacional.
En el plano político, el Sistema de Naciones Unidas y otros organismos multilaterales dieron origen a una especie de plataforma para abordar los asuntos internacionales. En el caso de Naciones Unidas se creó un elemento democrático como la Asamblea General (donde todos los países tienen un voto) y un aspecto oligárquico como el Consejo de Seguridad (donde solo China, Rusia, Francia, Reino Unido y Estados Unidos tienen derecho a veto).
En el plano militar, Estados Unidos y sus socios crearon la Organización del Tratado del Atlántico Norte en 1949, que ha realizado intervenciones y operaciones militares en todo el mundo hasta hoy.
Las grandes crisis internacionales tienen consecuencias importantes para el mundo. Antes de las situaciones mencionadas arriba, la Gran Depresión que comenzó con el crack de Wall Street de 1929 generó las condiciones para facilitar el aislacionismo, el nacionalismo y el nazi-fascismo que dio origen a la Guerra Mundial, pero también condujo al New Deal norteamericano. De manera que las grandes crisis mundiales generan consecuencias, pero no las mismas consecuencias en todos lados. ¿De esta esta nueva crisis global provocada por la pandemia, también debería surgir una nueva estructura desde donde regular las relaciones internacionales en el futuro?
Durante la pandemia, se ha puesto en discusión en todo el mundo la capacidad del estado, la conducción política de las dirigencias y la cohesión social de los pueblos.
Los países que han logrado una organización eficaz proporcionada por el aparato del estado, un gobierno a la altura de los desafíos en el que los ciudadanos confían, con liderazgos serios y eficaces, han podido además lograr que inmensos sectores de la sociedad actúen con respeto y cuidado para sí y sus semejantes.
Al contrario, los países con estados adormecidos e incapaces de dar respuestas, con sus sociedades polarizadas, divisiones internas o conducciones políticas sin liderazgos eficientes han tenido un mal desempeño junto a sus ciudadanos que generalmente han actuado con desidia, irresponsabilidad y descuido.
Durante los últimos años, la concentración económica, la desigualdad, la pobreza, discriminación y maltrato de inmensos sectores de la población ha debilitado la convivencia social, por ejemplo, en los Estados Unidos. Un pequeño grupo de familias concentra gran parte de la riqueza y el poder del país (lo mismo sucede a escala global). El racismo, la violencia, las adicciones y la apatía social no son novedad. ¿No será, acaso, que ciertas sociedades estaban ya enfermas antes de que el coronavirus llegue?
Una nueva crisis ofrece la oportunidad de construir una sociedad mejor. Pero también contiene el riesgo de ir a una sociedad peor. La crisis deja expuesto los graves problemas de nuestra época, pero no da soluciones.
Mucho antes de la pandemia, había una creciente necesidad de repensar las instituciones mundiales. Ahora, ese proceso se está acelerando y pronto dará paso a un período en el que los pilares de la gobernanza mundial podrían ser reinventados. Nuestras actuales instituciones globales fueron construidas para un mundo diferente. La analogía con la post Segunda Guerra no es del todo correcta. A diferencia de ese momento, el mundo actual no tiene vencedores claros ni un consenso sobre hacia dónde dirigirse. ¿Quiénes son los líderes mundiales de hoy? Estamos frente a una crisis de representación global.
Sí podemos suponer que, en términos estructurales, la distribución del poder mundial seguirá desplazándose hacia el Este, el Pacífico y el Asia oriental que, además, ha manejado mejor la situación que Europa y Estados Unidos.
Aunque la pandemia se originó allí, China ha podido recuperar parcialmente el control y está avanzando para lograr que su economía vuelva a funcionar completamente. Ellos tienen un Estado fuerte y eficaz, una conducción política indiscutida en el Partido Comunista Chino donde, a su vez, Xi Jinping ejerce un liderazgo enorme que es respetado y acompañado por la dirigencia política, empresarial y militar. Finalmente, el pueblo chino presenta altos niveles de cohesión social y estabilidad.
Estados Unidos, por el contrario, ha fallado vergonzosamente y su prestigio se deteriora cada día. A pesar de su poderoso Estado, su presidente y las divisiones internas impidieron que se lograra una respuesta eficaz. Su actual sociedad se encuentra altamente polarizada, azotada por el racismo y la desigualdad. ¿Seremos testigos de una disminución lenta pero constante del liderazgo de los Estados Unidos en el sistema internacional?
Los países y los gobiernos que atraviesen con mayor éxito relativo la pandemia quedarán legitimados socialmente e internamente podrán tomar decisiones que antes de la pandemia hubieran sido imposibles; pero también estarán habilitados para proponer reformas internacionales. Los países con una capacidad estatal disminuida o con gobernantes y conducciones deficientes tendrán muchos problemas para salir de la crisis y se encontrarán en situaciones de retroceso económico, caos social e inestabilidad. Argentina podría quedar posicionada en el primer y selecto grupo de países por su buen manejo de la pandemia. Sería bueno planificar meticulosamente ese momento de manera de no cometer errores que perjudiquen ese capital político futuro.
Donald Trump parece estar acostumbrado a sostener su carrera política a partir de la confrontación, las peleas y los ataques contra cualquiera y en cualquier momento. Eso puede funcionar durante un tiempo. Sin embargo, este era un momento para buscar la unidad nacional y no las divisiones. La vergonzosa gestión del país más importante de la tierra en medio de la pandemia tiene en su persona al máximo responsable. Su actuación grotesca y vulgar quedará en la historia. Por estas tierras ocupa su lugar otro presidente salido del mismo molde: Jair Bolsonaro en Brasil. Son los dos países con más muertos en todo el mundo durante la epidemia y ambos están sumergidos en un profundo caos social, económico y político. Nadie podrá sentirse representado ni estará esperando que las soluciones post-covid puedan venir de ellos.
En este contexto, trabajar por la constitución de un sistema de gobernanza multipolar parece ser la opción más conveniente. La creación del G20 fue una admisión disimulada de que era necesaria una conducción política más participativa del mundo, ya que el liderazgo del G7 quedó superado por la crisis financiera de 2008-2009. ¿Será tiempo de hacer modificaciones similares en otras instituciones, como por ejemplo en el Consejo de Seguridad de la ONU?
Ya sea modificando las existentes o creando instituciones nuevas, es tiempo de mayor participación y democratización de las decisiones del sistema internacional. La nueva normalidad debería construirse alrededor de un sistema de gobernanza más igualitario y respetuoso de la diversidad. Solo bajo ese modo se avizora un futuro mejor.