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La escena transcurre en una galería repleta de cuadros. El ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica, le muestra a un periodista español una foto y, después de contar que se trata de un gran empresario refiere: “Soy socialista pero no quiero ser bobo, si por querer repartir exprimo demasiado, después tengo menos para repartir...”
Desde que asumió el nuevo gobierno nacional, y con mucha más fuerza a partir de la declaración de la pandemia, un sector del oficialismo comenzó a insistir sobre temas que apuntan claramente a cuestionar a los empresarios, la libertad de empresa e incluso la propiedad privada. Todo está justificado en el marco de la emergencia desatada por la pandemia. A la asfixia de la paralización decretada por el mismo gobierno, a la presión impositiva que no fue aliviada pese a la parálisis, se le agrega la amenaza explícita de que el gobierno se quede con parte de las empresas. No se aclara si en carácter transitorio o de garantía. Sólo se establece una suerte de “compensación” hacia el Estado por la “ayuda” recibida.
Más allá de las consideraciones legales, las cuales dejan a la propuesta al margen de nuestra Constitución Nacional, es preciso leer con detenimiento la intencionalidad política y qué fines persiguen al presentarla.
Pareciera que la diputada, autora del proyecto, tiene la íntima convicción de que los recursos con los que asisten a las empresas salen de algún lugar mágico que no son los impuestos y son propiedad del gobierno. Error bastante frecuente en algunos sectores, confundir la administración de los recursos con la propiedad de esos recursos.
Pero lo que más llama la atención es la vocación por apuntar hacia un mismo sector. Como si éste fuera el responsable de todos los males, una parte del oficialismo se empecina en aumentar la presión y proponer cada vez más restricciones, más tributos y más cargas al sector privado. Contrariamente a lo que plantea Mujica, líder admirado y elogiado por los dirigentes del kirchnerismo, pareciera que la idea es exprimir cada vez más.
En estos momentos, como muchos dicen, se valora el rol del Estado. Pero para que facilite, ayude, acompañe y solucione las terribles consecuencias de la pandemia, no para aprovecharse de una situación límite como si fuera un usurero, y quedarse con los esfuerzos del trabajo ajeno.
Está claro que, ante una crisis sin precedentes en el mundo, se deben hacer esfuerzos extraordinarios. Pero es el Estado el que debe hacer el esfuerzo mayor, porque ese es su rol principal y para eso los ciudadanos le confían lo más preciado que tienen: sus recursos, sus libertades y su vida. Mucho más en la situación excepcional que estamos viviendo, donde millones de personas han resignado aún más estas libertades individuales.
Es al sector privado a quien debemos proteger y ayudar a que se recupere lo más rápido posible. Desde la gran empresa hasta el más pequeño de los monotributistas, son parte fundamental del desarrollo de nuestro país. Son ellos quienes crean empleo genuino, los que arriesgan y quienes con sus impuestos sostienen el Estado. Aún quienes dicen despreciar la propiedad privada y cuya ideología o sistema de creencias religiosas hacen que se manifieste en contra de todo tipo de acumulación de capital, terminan dependiendo de los aportes que hacen los mismos que repudian.
Nuestra provincia, desde hace cinco años viene apostando, apoyando e incentivando la iniciativa privada, en el convencimiento que fue y es la única opción para ganarle a la hostilidad del desierto, el clima y, por qué no decirlo, al Estado Nacional. Hasta la campaña del Ejército Libertador fue financiada por el esfuerzo privado de los cuyanos. Ni hablar de las innumerables maniobras para poder enfrentar las consecuencias de décadas de promoción industrial, asimetrías en la coparticipación o cambios de humor de los presidentes de turno.
Por este motivo desde el primer día de la emergencia y desde todos los sectores políticos estamos abocados, sin distinciones partidarias, a enfrentar esta crisis inédita y a dar respuestas a quienes están en riesgo no sólo de padecer la enfermedad, sino de perder su trabajo, su sustento y el esfuerzo de toda una vida.
Es preciso que algunos y algunas entiendan que sin empresas no hay trabajo y que sin trabajo privado y de calidad, no existe posibilidad alguna ya no de crecimiento, sino de sustento, de viabilidad de un país entero.
Hacia el final del video, Mujica sostiene que existen virus inteligentes que no terminan de matar al enfermo para poder seguir viviendo de él. El periodista parece no comprender la metáfora, pero rápido de reflejos, el ex presidente sugiere que el capitalismo es una enfermedad inevitable. Si siguen con atención el relato, queda clarísimo quién o quiénes ocupan el lugar de la enfermedad crónica en la sociedad.
Como dice Moris (1969) en Pato trabaja en una carnicería, “Todo empezó con el chiste que decía, lo tuyo es mío y lo mío, es mío. No comprendimos que eso sería lo que algún día nos heriría”.