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¿Bajo qué dominio del poder se debe analizar la pandemia del Coronavirus? Estamos bajo los efectos del virus, difícilmente localizarnos en otro lugar y aún más difícil comprender nuestra posición fuera del alcance de la cuarentena que nos gobierna ¿A dónde nos lleva esta gobernabilidad? ¿De qué nos inmunizan los dispositivos de control en esta gobernabilidad? ¿Quiénes serán los “gobernantes” y “gobernados” a la salida de esta partida?
Lo coyuntural se desliza de nombre a nombre; lo orgánico en la crítica histórico-social. A primera vista el virus parece volver palpables las relaciones de poder, pero algo se escapa del centro de la mirada y quedan fuera de observación: nuestras acciones y quietudes; nuestros aislamientos y distanciamientos se desenvuelven en condiciones capitalistas.
Epicrisis: hegemonía-crisis y crisis-hegemonía
En las últimas semanas circularon diversos artículos, en algunos de ellos consideramos que está presente cierta interpretación que podemos llamar “acumulación catastrófica” al vincular el movimiento de capital y el coronavirus.
Si registramos los dispositivos de control y las estrategias de poder desplegadas es imposible creer en el “fin” automático del sistema. La peste, dificultosamente develaría la verdad última y oportuna para que suceda el final del capitalismo (¿o el mundo?). De cualquier manera, al revisar las argumentaciones, el cambio sólo implicaría un viraje a políticas de los gobiernos del Estado hacia “regulaciones” o “intervenciones” activas.
Estas posiciones ideológicas sólo nos muestran ilusiones sin organización. El “fin” –todo “fin”- que describen, nos revelaría una verdad que nos pasiviza, nos paraliza, una verdad última que no nos sirve para la práctica política cotidiana, aunque nos muestra las injusticias de un sistema. Mientras, el modo de resoluciones en la historia está vinculado a quién tiene fuerza y, desde ya, la utiliza. ¿Algún sistema se cae sin oposición?
Nuestra hipótesis es que nos situamos en el inicio de una crisis hegemónica del capital financiero a nivel global, asumiendo en cada territorio social características particulares. La crisis puede resolverla el mismo capitalismo, capaz de revolucionarse a sí mismo.
Esto, claro, no se lograría sin conflictos sociales, sin luchas, incluso entre distintas fracciones de capital. En situaciones críticas se tienden a eliminar a grandes y pequeños: concentración y centralización de capital.
Cuando la discusión llega al límite de la comprensión de la situación hay que ir a su raíz. Preguntarnos sobre la trascendencia del sistema capitalista, ¿es todavía una pregunta metafísica? Cuando parece derrumbarse el sistema y no se derrumba se abre la posibilidad de revolucionarse a sí mismo.
El límite del capital es el capital mismo en su canibalismo, en extensión y profundidad, por cada rincón del mundo y después, si no queda nada, fuga hacia otro territorio. El capital ficticio, cada vez con más peso, ha resuelto los límites impuestos por el sistema porque gana en la conducción todos los días.
Las contradicciones internas que no sabemos explotar desde el campo popular las capitaliza (en su doble sentido). Sin fuerza alternativa, no hay resolución deseada.
La cuestión es registrar la/las crisis para objetivar las políticas correctas… Los tiempos sociales, los tiempos de crisis, los tiempos de permanencia en relación a la construcción de un sistema hegemónico, donde ambas nociones –hegemonía-crisis y crisis-hegemonía- están imbricadas, se definen entre sí, señalando desalojos, reemplazos y sustituciones desde los problemas del poder y el estado.
Es alrededor de la crisis actual que estamos escribiendo, es alrededor de las hegemonías rotas que estamos reflexionando. Las distintas fracciones de dominantes profundizan la disputa cuando la territorialidad social en que se sostienen inicia la crisis hegemónica del capital financiero.
Comienza a develar el constreñimiento de un lugar dominante. El uso de las crisis al ras de las luchas entre los de “arriba”, nos trae la posibilidad de una mayor radicalización de la oligarquía financiera.
Entre crisis y descomposición: fenómenos morbosos
Intentar abrirse a la contemporaneidad, pensar la época en nosotros y dar preguntas al otro contemporáneo, es una tarea impostergable de los intelectuales. Ahí donde lo social es “algo” más que la compra-venta, que estado-mercado, nos obliga a plantear las preguntas y, al menos, esbozar las primeras respuestas.
No es automática la comprensión de las relaciones de poder, no nos parece que la “catástrofe” o “apocalipsis” de la pandemia devele a primera vista las relaciones de poder. Se observa fijamente al poder del Estado (Estado práctico, aparatos de Estado), pero no el Estado del poder entre las clases y fracciones sociales.
En este sentido el aislamiento y distanciamiento social promovido en las medidas sanitarias por cada poder del Estado, tiene su correlato en una huella preexistente de fractura y aislamiento político-social de la clase obrera y el resto del campo del pueblo, la huella del régimen de dominio es previa a la cuarentena.
¿La llamada “acumulación originaria” o “primitiva” de la que escribió Carlos Marx continúa sucediendo? No deja de suceder la coacción física, no ha dejado de suceder el aniquilamiento físico y moral en la disputa por la hegemonía de nuevas formas de capital.
Lo que podríamos llamar de modo nada original la “acumulación catastrófica”, o “apocalíptica”, es la expropiación de territorios sociales entre fracciones dominantes por el control de regiones al ritmo de la pauperización y desolación de poblaciones y los lazos sociales más complejos que la constituyen.
De allí las relaciones sociales de constreñimiento por la conducción del momento y el periodo ¿Desde la percepción de las luchas políticas y sociales se toman políticas de reconstrucción o freno frente a este tipo de direccionalidad económica-social?
De hecho, ¿los múltiples intentos diarios por inmunizar al sistema de una crisis son inoperantes? Aún queda comprender la fase de descomposición tras el límite al sistema observado en las luchas recientes de Latinoamérica. Si nos abstraemos en busca de un denominador común entre la peste y el capital nos animamos a decir que el punto en común es la acumulación de los cuerpos, pero de modos muy diferente.
La ausencia de políticas de salud para la población por parte de un Estado: un sistema de salud en un Estado-Nación implica conocer la relación de fuerza entre las clases y fracciones sociales durante un periodo que tienen de resultante aquello que visualizamos en la legislación y el estado.
Un punto de llegada al que “dejar morir” nos interroga desde lo aberrante de los significados del ámbito del poder y el ámbito estatal sobre el estado de los cuerpos en la sociedad.
Comprender la pandemia en las condiciones actuales del desarrollo del capitalismo, es poner el acento en la fase de descomposición (no derrumbe, ni desaparición). Por ejemplo, en aquellas acciones descomponedoras del bienestar común que son reemplazadas por negocios económicos y políticos.
¿No es acaso el “dejar morir” el anverso y reverso de la política económica de exclusión?
Al pararnos sobre la crisis como en un techo a dos aguas o en un terreno que tiende a partirse, a descomponerse, el día a día nos exige estar cada vez más atentos a sobrevivir. De allí nuestra caracterización de los fenómenos morbosos, constituyendo un espaciamiento entre aquello desalojado, aquellas relaciones sociales que se descomponen, y no puede ser reemplazado en un sentido progresivo.
El fármacon: capitalismo de estado como expresión de crisis
Si recurrimos al uso de Gramsci de la palabra catástrofe, nos remite a las fuerzas sociales, a determinadas situaciones donde las fuerzas “se equilibran de modo catastrófico” en el sentido que “la continuación de la lucha no puede concluir más que con la destrucción recíproca”.
Se destruyen ambas fuerzas o una tercera aprovecha el desgaste de los contrincantes. Otra interpretación merece “fase catastrófica”, según nuestro autor, por deficiencia de la fuerza dominante tradicional, incluso menciona la absorción de ambas fuerzas en un proceso de resolución.
El papel principal en la escena política estaría demarcado por una figura “cesarista”, puede ocuparlo una personalidad o un conjunto de intereses permanentes de la burocracia estatal (claro, también militar, pero no necesariamente). Desde nuestra percepción la salida cesarista es solo coyuntural o momentánea de la crisis de hegemonía ¿Es posible la perspectiva catastrófica sin cesarismo?
La advertencia pasa por comprender el equilibrio inestable en nuestra región en un doble aspecto de la dependencia política, en tanto continuidad de lazos de dependencia con países o regiones dominantes, y en un segundo sentido de dependencia estructural entre grupos económicos y Estado, entre economía y política.
Cualquier equilibrio es inestable sin un proceso de ruptura política de relaciones de dependencia. Este constituye el planteo más crítico que podemos hacer a la hora de volver a pensar las prácticas políticas en América Latina.
Si continuamos el razonamiento de una “perspectiva catastrófica” en ese sentido de destrucción mutua de distintos proyectos y fuerzas en pugna, sumado a una tendencia aún más acelerada de empobrecimiento de la mayoría de la población en la cuarentena, aquí podemos localizar (y ocultar un dispositivo de control) a una vuelta y re-vuelta que plantea la vía de desarrollo del capitalismo de Estado como expresión de la crisis.
Sería un cambio de proporción entre el capitalismo de mercado y el capitalismo de Estado, dramáticamente invertida y hegemonizada por el primero durante las décadas de los 80s y 90s. La enunciación de una vuelta (re-vuelta) a una posición más activa del estado es una expresión de la crisis, remueve una partida por la reacomodación de los intereses.
De allí la necesidad de tener una visión cruda de los problemas del poder y el Estado para no caer en ilusiones. Por eso el fármacon (en un sentido muy reducido al de Derrida) es cura y veneno, la interdependencia entre ambos es una relación de fuerza a instalar y poner en práctica desde los de “abajo”, el poder del Estado es consecuencia del estado del poder entre las clases sociales.
Política de salida: el arte de la tregua
Lo que nos interesa de estas formulaciones políticas es el vínculo de la perspectiva catastrófica fuera de cualquier determinismo o mecanicismo donde el sistema se derrumba inmediatamente.
Y sí tener positivamente un uso desde las voluntades conscientes entre las fuerzas dominantes en pugna y la particular dinámica que se genera en el campo del “resto” de los intereses económicos y políticos subordinados. Un “resto” que en su irrupción cambiaria el sentido de la situación, una irrupción ingobernable del reino de la necesidad.
Una situación donde cada vez sobra más población para el capital, y crecen las condiciones objetivas para el inicio de la transformación del sistema. En concreto, todo es síntoma hasta que demuestre lo contrario. Las condiciones de transformación no nos dicen nada sobre la iniciativa de la misma ni el sentido regresivo o progresivo del cambio.
Desde la perspectiva catastrófica la política de salida para las fracciones dominantes consiste en lograr una tregua favorable a sus intereses económicos y políticos. Las contradicciones internas en las condiciones actuales, en las condiciones capitalistas, nos marcan la posibilidad y realidad de la crisis en lugares donde antes estaba inmunizado el sistema. Se nos plantean eslabones débiles y nudos históricos.
¿Qué elementos inmunizaban al sistema y ahora son inoperantes? ¿Quiénes serán los vencidos de este horizonte político y social? Es desde estas mesetas que escribimos algunas cuestiones para continuar pensando:
1) se constriñen aún más los lugares dominantes de las relaciones de poder en las luchas inter-imperialistas e inter-capitalistas;
2) una situación de hegemonías rotas en la región latinoamericana que está saturada por grandes y medianas potencias,
3) las fracciones financieras dominantes entran en un peligroso proceso de radicalización aún no avistado,
4) si no es vencida la hegemonía del capital financiero, los fenómenos morbosos afianzarán un periodo de clausura a proyectos de transformación social; y
5) las luchas democráticas del campo del pueblo, deben reinstalarse en alianzas de clases con peso decisivo en la escena política y producir una resonancia necesaria en políticas de salida a las hegemonías rotas del capital financiero para no quedar atadas en las aporías de los negocios económicos y políticos.
De aquí la pregunta más importante ¿cuál es la política de salida para el campo del pueblo?
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