_
Hay pocas cosas que los argentinos celebran tanto como una conquista futbolística y, sin dudas, el retorno del peronismo al poder de la mano del Frente de Todos (FdT) es un ejemplo de ello porque fue un grito de gol atravesado en la garganta de la mitad de los argentinos durante cuatro años que necesitaba salir.
El equipo ganó, gustó y goleó. Hizo todo bien pero solo fue el partido de ida de una serie que se disputa cada cuatro años y en la que el enemigo de los pueblos ―léase neoliberalismo― seguirá inclinando la cancha con sus operaciones de sentido y de manipulación simbólica para darla vuelta y dejarnos afuera, literalmente.
Acaso... ¿No lo sabía? Claro, quizás usted solo estaba al tanto de que el neoliberalismo es un proyecto económico de transferencia regresiva de los ingresos que le saca el dinero del bolsillo a los que menos tienen para llenar el de los que más tienen, como ya lo sufrimos en estos últimos cuatro años en los que según la Cátedra Unesco el decil más rico de nuestro país concentró el 32% de las riquezas además de que amplió la brecha veintiún veces con respecto a los que menos ganan.
Quizás usted no tuvo en cuenta ―y acá está el reverso de la trama― que el neoliberalismo también es un proyecto cultural que busca, a través de toda su maquinaria de colonización pedagógica, trabajar sobre las subjetividades de las personas y construir así la ilusión de que el fin de las restricciones sobre el mercado traerá prosperidad para todos.
Ya lo sostuvo el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz cuando advirtió que “debemos olvidar la fantasía neoliberal de que los mercados sin restricciones traerán prosperidad para todos”. Esta es la idea más poderosa que se ha instalado, de que quitando las restricciones a los mercados una mano invisible conducirá la economía hacia resultados eficientes en la que cada individuo, en la búsqueda por satisfacer sus intereses, traccionará a los intereses generales.
Si fuera así, la cuna en donde nació el recordado por todos «Consenso de Washington» ―esto es Estados Unidos― aplicaría este modelo económico ¿No es verdad? O, al menos, esto es lo que nos diría nuestro sentido común si no hubiera sido manipulado durante tantas décadas. Por ello, en el clásico de lectura obligatoria, Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano sostiene en relación a los EE.UU que “el éxito no fue la obra de la mano invisible”, sino más bien, del proteccionismo y de la intervención del Estado.
La mano invisible significa dejar en libertad al mercado para que se ponga al servicio de las corporaciones y, obviamente, siempre en detrimento de los intereses de las mayorías populares. Cuando nos dimos cuenta del buzón que nos metían nos dijeron que había que esperar a que la copa se llene ―es decir el bolsillo de las elites económicas― para que comience a derramar hacia abajo, redistribuyendo los ingresos y la dignidad. Pero redistribuir nunca pasó con ellos en el poder por culpa de la codicia descontrolada y sin límites que los caracteriza, la misma que los lleva a crecer inescrupulosamente en perjuicio de todos.
El neoliberalismo de la mano invisible y de los mercados sin restricciones, no sabe hacer otra cosa más que generar caos. A las pruebas nos remitimos: Bolivia golpe de Estado, Chile en estado de emergencia, Ecuador en estado de sitio, Colombia con crisis humanitaria, Perú con disolución constitucional del Congreso, Brasil en plena crisis económica, Haití al borde de la hambruna y la Argentina con un pobreza cercana al 40%.
Un modelo económico ―y también ahora cultural― que encontró en las corporaciones mediáticas sus mejores aliados para hacer rodar una representación del mundo en que las consecuencias de la implantación del neoliberalismo, esto es la pobreza, sea entendida como un estado natural en la que la gente elige ser pobre porque esa es su condición y no porque sea el resultado de un modelo de exclusión que tiene ese cometido.
Todos recordaremos los titulares en primera plana que los profetas del odio hicieron rodar buscando manipular nuestro sentido común: “Pensión por vejez, las mujeres de 65 años no se sienten viejas, argumenta el gobierno”, “se puede despedir y terminar a la vez con la pobreza”, “se puede comprar menos y, aun así, tener mejor calidad de vida”, “volver al ventilador, el mejor aliado para combatir el calor y la crisis energética”, “crece la moda de alquilar con otras familias”, “vivir en menos de 30m2, una tendencia que crece”, “volver al pañal de tela, una opción impulsada por razones ecológicas y, de paso, para ahorra”, llega al país el alquiler de juguetes y permite ahorrar hasta un 50%”.
Además, instalaron con tanta fuerza un sinfín de mentiras que a gran parte de la ciudadanía no le quedó otra que aferrarse a ellas como el Diego a la pelota, le hicieron creer con mentiras y engaños que la reducción del déficit y el achicamiento del Estado iban a conducir a la recuperación económica, le hicieron creer que la liberación de los mercados era el camino al secreto del éxito, le hicieron creer que el control sobre la emisión monetaria era la clave de la inflación, le hicieron creer que había que someterse a la disciplina impuesta por el sistema de finanzas mundial para que esa prosperidad pueda sostenerse.
Se preguntará nuestro atento lector: Entonces, ¿Era todo chamuyo? Claro que sí, porque solo con mentiras era posible alcanzar su propósito. Imagínese que si decían la verdad de lo que iban a hacer hubiesen obtenido en las elecciones del 2015 menos votos que los históricos sectores de izquierda.
El 27 de octubre, en lo que quizás sea recordado como las elecciones más polarizadas después de las de Raúl Alfonsín e Ítalo Luder ―con casi el 90% de los electores votando en primera vuelta entre dos candidatos―, el pueblo le ganó el primer partido al neoliberalismo porque la legitimidad que buscó construir durante los años en que Mauricio Macri estuvo en el poder no fue suficiente para tapar las consecuencias de un modelo nefasto.
Tenemos que cerrar la serie en el próximo partido teniendo en cuenta que el rival del pueblo apela a todas las artimañas posibles para imponerse. Y la única manera de hacerlo es con el desarrollo de una conciencia social y nacional que se meta en el interior de las instituciones de la sociedad civil y que entienda que el neoliberalismo solo es para unos pocos y el tiempo de unos pocos se acabó, esperemos que para siempre: Ahora es el momento de levantar de nuevo la Frente de Todos.