Columnistas // 2019-10-13
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Chau “Pechi”
Más allá del personaje reaccionario que supo componer, Quiroga fue un buen intendente. Su obra no caerá en el olvido porque es inseparable del Neuquén moderno, de la ciudad a la que quiso y transformó enormemente.


Conocí y traté a “Pechi” Quiroga durante los últimos 25 años por mi labor como periodista.

Como muchas cosas buenas nuestra relación empezó probablemente con un malentendido. Yo trabajaba en el diario Río Negro y él tal vez entendió que compartíamos la misma cosmovisión política. Pero yo soy peronista y él era radical de alma. Luego, con el tiempo, nos fuimos conociendo mejor y disfrutamos de compartir la charla política, aunque estuviéramos en veredas opuestas.

Reconozco en “Pechi” la virtud de quien vive de, por y para la política. También la de su enorme tenacidad. Cuando lo conocí, bregaba por ser concejal desde la nada y terminó siendo cuatro veces intendente de Neuquén. Quería hacerlo cada vez mejor y se esforzó, desde su óptica, por lograrlo.

Es cierto que lo he criticado porque su concepción política era horriblemente de derecha. Renegaba de las mismas cosas que reniegan todos aquellos que culturalmente creen ver en los ‘grasas’, los laburantes y los gremialistas una amenaza.

Yo lo hubiera preferido más preocupado por los barrios, por los pobres o por los desheredados en general. Más preocupado por el destino del país que por algunas frases huecas sobre la República. Pero debo reconocer que en los hechos Quiroga, acaso en su afán de conquistar a ciertos sectores de la clase media, compuso un personaje que sobreactuaba su calidad de reaccionario.

Lo hacía a veces con la gracia de un estandapista inspirado, y otras haciendo gala de un pensamiento retrógrado hasta la caricatura.

Pero en los hechos, “Pechi” fue un buen intendente. Su obra no caerá en el olvido porque es inseparable del Neuquén moderno. Llegó con una ciudad que no tenía más que unas pocas cuadras de asfalto y la transformó enormemente. Que la tarea no esté concluida es otra cosa.

Irónico, mordaz, ocurrente, se burlaba hasta de sí mismo y de su condición de radical. “No sé cómo un negro, sin título y sin guita como yo, ha llegado tan lejos en un partido como este”, me dijo una vez. También sabía mofarse de que el suyo fuera, en Neuquén, un partido “sin voluntad de poder”.

El sí que tenía esa voluntad, vaya si la tenía. La gobernación le fue esquiva no porque no lo haya intentado con las más disímiles, contradictorias alianzas, sino porque por estos lares vive y reina por los siglos de los siglos el Movimiento Popular Neuquino. Al que, dicho sea de paso, Quiroga criticó acremente desde todas las tribunas, pero en privado reconoció siempre su condición de partido de poder. Igual que al peronismo.

Hace unos meses fuimos a comer y me contó de su enfermedad y de las limitaciones que ella le imponía. “Ya lo tengo decidido, me voy a hacer un trasplante”, me dijo. También me contó que pensaba comprar una fracción de tierra en la Cordillera, en un lugar para nada cotizado, para armar “una chacrita”.

Cuando le pregunté si iba a ser senador (todavía no estaban lanzadas las candidaturas) me dijo que nunca se había aburrido tanto como cuando fue diputado nacional. Pero que si no tenía más remedio, “para cerrar los acuerdos” dentro de su coalición, aceptaría la candidatura.

“Pechi” era un hombre de acción y sus agudas reflexiones sólo cuadraban en función de hechos y no de vagos planteos intelectuales. Además, tenía esa cualidad de los buenos políticos que es conocer a la gente.

Sus juicios eran categóricos, duros pero lúcidos. Me hacía reír con sus brillantes ocurrencias.

Sabedor de que compartíamos parecida pasión por la política, me regaló un libro de Carlos Fuentes sobre esa maquinaria de poder, con todas sus grandezas y todas sus miserias, que ha sido el Partido Revolucionario Institucional de México.

Estuve fuera del país dos meses y cuando volví me lo cruce en la avenida Argentina. Estaba muy desmejorado. Caminamos una cuadra hablando de las elecciones y puedo dar fe de que la gente lo paraba a cada rato para saludarlo o pedirle alguna cosa. “Pechi” era uno de esos pocos políticos que pueden caminar por la calle y recibir reconocimiento.

Sobrellevó su enfermedad con dignidad y siguió haciendo lo que le gustaba hasta el final. Lo vamos a extrañar.


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