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Te cuentan como la asesinaron y cómo encontraron su cuerpo.
Titulan ‘macabro crimen’ o ‘crimen exótico’ para acaparar tu atención y que leas el contenido de la nada que pueden informar.
Te ofrecen muchos y exhaustivos detalles sobre la forma en que suponen que fue la agresión, especulan con el arma utilizada y elaboran hipótesis.
El énfasis de la noticia está en el hecho violento y en la figura del agresor. Es el varón quien adquiere mayor protagonismo. Su figura aparece menos como la de un criminal, que la de una persona patológicamente obsesionada o muy violenta. Hay algo de singularidad en él.
El criminal siempre está en riesgo de exclusión social. Si no tiene antecedentes policiales se buscará suplir esa carencia de forma tal que el retrato que se haga de este hombre lo aleje de la cotidianeidad de otros varones.
A la mujer, víctima del hecho, también se la presenta como resultado de la anomia social, es decir alguien que vive aislada o por fuera de las normas y convenciones. Así el relato hace hincapié en las malas infancias, la desintegración familiar, el abandono o la exposición retirada al maltrato, para insinuar que es lo que trae consigo o ha vivido lo que la convierte en presa fácil del depredador suelto.
La nota se completa con el recurso del entorno. Aparece el vecindario, conocidos o ‘una fuente no experta’ -como se las suele llamar- que reproducen estereotipos, mitos y prejuicios. Las declaraciones de ese entorno suelen ser irrelevantes desde lo informativo, pero contienen un alto grado de sensacionalismo.
Algo o mucho de esta narrativa se repite en la comunicación mediática de los 236 femicidios ocurridos en la Argentina, sólo en lo que va del 2019.
Una apuesta a relatar el salvajismo o la barbarie como hecho aislado, provocador de emociones en una audiencia que se resiste a ver que la violencia contra las mujeres es un problema de orden estructural y no individual.
Violencia estructural, explica Marcela Lagarde, porque se da dentro una sociedad patriarcal que construye relaciones, prácticas e instituciones que generan y reproducen poderes (acceso, privilegios, jerarquías, monopolios, control) de los hombres sobre las mujeres.
Una sociedad donde las mujeres y sus cuerpos se convierten en objeto de un ataque que busca someter y disciplinar
Si los medios de comunicación fueron señalados en la Conferencia de Beijing (1995) como responsables en ayudar a erradicar la violencia contra las mujeres, deberían abandonar prácticas narrativas que los acercan a la novela negra y a la espectacularidad del horror.
El esfuerzo y la inversión de la empresa mediática por conseguir la voz de la madre de la víctima o del vecino del agresor, podría destinarse a investigar y auditar -en el día a día- las políticas de Estado que no se ejecutan o las partidas presupuestarias que no se asignan.
Por ejemplo, en la Argentina la inversión para frenar los femicidios es menor a la de un boleto de colectivo por cada mujer, escribió Luciana Peker. Las políticas previstas en la ley 26485 de Prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres, tuvieron en el 2019 un presupuesto asignado de 11 pesos por mujer y para el 2020, de 19,82 pesos.
Sería auspicioso que se incorporara la perspectiva de género en toda su dimensión. Que en vez de cubrir los femicidios cuando éstos ya han sido ejecutados, se trabajara en la prevención de los mismos. ¿Cómo? mediatizando los derechos, difundiéndolos: “La visibilidad de los derechos construye, persuasivamente, la jurisdicción. El derecho es retórico por naturaleza, pero la retórica depende de los canales de difusión, necesita de publicidad. Es necesario que la propaganda y los medios de comunicación en general trabajen a favor de la evitabilidad, y no en su contra”, dice Rita Segato
Por eso hay intentar erradicar los relatos salvajes y destinar los esfuerzos para erradicar la violencia contra las mujeres.