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Una de las principales tareas que tendrá el próximo gobierno será la reconstrucción del aparato industrial, destruido durante el actual gobierno, que ha implicado el cierre de fábricas, quiebra y desaparición de empresas y un crecimiento alarmante de la desocupación laboral, así como de la capacidad productiva no utilizada. Un verdadero “industricidio”, como lo definieron algunos periodistas especializados. En realidad, esta experiencia no ha hecho más que repetir a la de anteriores gobiernos neoliberales, generando retroceso económico y aumento de la pobreza.
Bajo el lema “integrarse al mundo”, el liberalismo económico plantea la división internacional del trabajo, según la cual cada país debe especializarse en las actividades en las que presenta mayor productividad; en el caso de nuestro país, su destino sería la producción de alimentos, basado en las ventajas comparativas que presenta la pampa húmeda, a los que se agrega, en los últimos tiempos, la producción energética, basado en el reservorio de Vaca Muerta. En todos los casos, en actividades primarias, dejando el aprovechamiento y transformación posterior en otras manos.
El primer problema que se presenta es que el agro extensivo y mecanizado es un demandante limitado de mano de obra; algo parecido ocurre con las explotaciones energéticas, con puestos laborales generalmente muy bien retribuidos, pero relativamente reducidos en cantidad. Entonces, con una economía primarizada y una población de 45 millones de habitantes, con 21 millón de personas activas (que trabajan o buscan empleo), no hay trabajo genuino para todos. Como en todos los países pobres, aparecen los “servicios” de productividad muy baja o nula, como abrir las puertas de los taxis o intermediaciones innecesarias, además del aumento de la desocupación, con pobreza y marginación creciente.
Pero hay una razón adicional. En el mundo moderno no hay desarrollo sin industrialización. Lo mostró en 1949, recién finalizada la segunda guerra, un economista holandés –Verdoorn- que se dedicó a estudiar la reconstrucción industrial de su país. Verdoorn verificó que la tasa de crecimiento de la ocupación industrial era aproximadamente la mitad que la tasa de incremento de la producción industrial; por ejemplo, si la ocupación manufacturera venía creciendo al 4% anual, la producción lo hacía al 8%. El cociente entre ambos porcentajes (que en nuestro ejemplo da 0,5) técnicamente se lo denomina elasticidad empleo-producción. Luego este economista pasó a estudiar otros casos en diversos países y encontró la repetición del mismo fenómeno, con resultados que variaban entre 0,41 y 0,57, con un valor medio aproximado a 0,45. Estas cifras indican que el crecimiento industrial estaba acompañado por un importante aumento de la productividad o, desde otro punto de vista, significa que la industria presentaba rendimientos crecientes a escala: al aumentar la ocupación industrial el aumento de la producción es más que proporcional.
Lo que ocurre es que, al aumentar el nivel de la producción la fábrica, puede aumentar la división y la especialización en el trabajo, la mecanización y el proceso de aprendizaje, incrementando la productividad del trabajador. Pero sus efectos no se limitan a los aspectos internos de la firma, sino que se extienden por fuera, en lo que se conoce como “economías externas”: el crecimiento industrial, por sus encadenamientos hacia atrás y hacia adelante, afecta positivamente a toda la economía, permitiendo la incorporación del progreso técnico, mientras crea la necesidad de mejor infraestructura, de formación de mano de obra y de educación en general, con un alto efecto multiplicador. El crecimiento industrial genera un proceso circular de causa-efecto que tiene carácter acumulativo; el cambio cuantitativo (cantidad producida) produce cambios cualitativos en toda la economía, que se traducen en un aumento de la productividad.
Las observaciones de Verdoorn fueron formalizadas por Nicholas Kaldor (1966) con el enunciado de sus conocidas leyes: 1) Cuanto más rápido crece la industria, más rápido crece la economía en general. 2) A mayor crecimiento industrial, mayor crecimiento de la productividad del trabajo (aprovechamiento de las economías internas y externas y del progreso técnico) y 3) Cuanto más rápido sea la expansión del sector manufacturero, más rápido será la transferencia de trabajo desde otros sectores (como la agricultura) y mayor será la productividad general de toda la economía.
Para Kaldor, el progreso técnico y el desarrollo económico son un proceso circular y acumulativo. Para él, los países desarrollados alcanzaron ese estatus mediante la industrialización, mientras crecía la brecha entre esos países y los de la periferia. Demostró que sin industrias manufactureras en expansión no hay desarrollo; que sería imposible un proceso de modernización y desarrollo basado exclusivamente en las actividades primarias; y, mucho menos, si se tratara de actividades de “enclave”, como la explotación petrolífera y gasífera exclusivamente para la exportación y no para la provisión energética de la industria nacional.
La política seguida por el primer gobierno de Perón fue la que permitió la industrialización argentina, que alcanzó su máximo durante su tercer gobierno en los años ’70. Por su parte, la política económica seguida entre el 2003 y el 2015 promovió la reindustrialización luego de las experiencias neoliberales anteriores (Videla-Martínez de Hoz, Menem-Cavallo y De la Rúa). Con esos antecedentes históricos se puede esperar que el próximo gobierno tendrá en claro que, sin un sector industrial fuerte y en expansión no hay crecimiento económico ni desarrollo.