Columnistas // 2019-09-01
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Eva y Cristina: un renunciamiento en dos tiempos
Evita fue el tránsito en la feminización del poder y Cristina lo ejerció. Un renunciamiento en dos tiempos históricos. Uno aprendizaje del otro.


 El 31 de agosto de 1951, Evita hablaba por cadena nacional de radiodifusión: “Compañeros, quiero comunicar al Pueblo Argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto. Ya en aquella misma tarde maravillosa, que nunca olvidarán ni mis ojos ni mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto”.

En aquel 22 de agosto, el movimiento obrero movilizado por la CGT, colgaba en el ministerio de Obras Públicas una bandera donde se leía “Juan Domingo Perón-Eva Perón – 1952-1958, la fórmula de la Patria”. 

Síntesis, tal vez, de una Patria que por primera vez se pensaba descamisada y femenina. Porque por primera vez también, las mujeres ejercerían el recientemente conquistado derecho al voto.

Se habló de su enfermedad, de la presión de las Fuerzas Armadas y de la negativa del propio Perón al protagonismo de las masas obreras en su gobierno, como razones de su corrimiento. Algo de esto tal vez sea así.

Pero también podría decirse, que fue Eva quien eligió cambiar su lugar de referencia individual por uno de mayor alcance colectivo. Que abdicó de compartir la conducción en forma personal con Perón, para quedarse con esa otra de intervención reparadora que supo ejercer. 

Evita advirtió inteligentemente que había que resguardar la siembra, proteger la cría y consolidar los cimientos frente al huracán que se estaba gestando. Sabiduría ancestral de mujer.

Supo que era parte del problema, pero no el problema en sí. En ella se concentró el odio a un gobierno que había instituido la ‘justicia social’ como significante del presente y como atributo del futuro. Y esa era la única razón del ‘viva el cáncer’ con que los miserables festejaron su muerte.

Hay mucho de aprendizaje subalterno en la forma en que las mujeres feminizan la política y el poder. 

 En Argentina, el peronismo fue expresión de esa subalternidad que posibilitó una relación de amigabilidad con las masas femeninas, escribió Dora Barrancos. Y Eva fue la llave que abrió la puerta.  

No renunció al liderazgo, sino que ejerció un liderazgo no patriarcal. Mas comunitario que personal, más solidario que competitivo, más empático que jerárquico. 

Clave histórica, esto último, para entender el presente. Para dimensionar aquello de que “Cristina ya hizo todo lo que tenía que hacer, puede aportar desde cualquier lugar”.

Correrse del primer lugar en la boleta electoral para competir en las próximas elecciones, fue una decisión de Cristina Fernández. Tuvo por objetivo construir esa unidad necesaria ya no para conservar lo conquistado, como en 1951, sino frenar la estrepitosa caída que somete hoy a la sociedad argentina en su conjunto.

Lo anunció con la anticipación suficiente para que se acomodaran pretensiones, competencias y vanidades. 

Entendió, después de aquella elección del 2017, que el voto recibido había sido un voto fundacional de algo nuevo. Que resguardarse del huracán, ahora amarillo, requería de un frente opositor más amplio que su 30%, menos fundamentalista que el kirchnerismo y más extenso que el peronismo. 

Formó parte de la estrategia su reconciliación con Alberto Fernández, su encuentro con Hugo Moyano, la escritura y presentación de su libro hasta llegar a la foto con Sergio Massa. “Unidad Ciudadana será la base, no la totalidad, de la alternativa al Gobierno” afirmó y con sabiduría modeló el tiempo político por venir.

Si fuera cierto que la historia da segundas oportunidades, ésta sería la ocasión para pensar en ello.

Evita fue el tránsito en la feminización del poder y Cristina lo ejerció. Un renunciamiento en dos tiempos históricos. Uno aprendizaje del otro.


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