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De echarle la culpa a la oposición a reconocer errores, de enojarse con los votantes a pedir perdón, de llamar al diálogo y pedir respeto por las diferencias a reeditar el discurso de odio y el antagonismo, de negar la crisis a reconocer que existe y hacerse cargo.
En las tres frenéticas semanas que pasaron desde las primarias del 11 de agosto hasta hoy Mauricio Macri vio evaporarse su poder. Poder más allá de los cargos institucionales. Poder que es significante, que es palabra capaz de darle un sentido, entre otros posibles, a la realidad, a lo que está pasando.
La palabra presidencial se devaluó más que el peso. Y eso deja a un Macri vacío. Vacío de poder. La crisis económica es, quizás sobre todas las cosas, crisis política. La imposibilidad de ordenar el caos (económico, financiero, político, social) para darle un sentido a la vida cotidiana.
Las metáforas a las que apeló el presidente desde 2015 para dar sentido a su relato perdieron eficacia. Cruzar el río, la luz al final del túnel, la lluvia de inversiones y subir el Aconcagua se transformaron en apelaciones vacuas, cuando no en una carga simbólica difícil de digerir.
No se trata de la pertinencia o no de las figuras retóricas sino de las consecuencias prácticas (reales, no simbólicas) que en definitiva representan. El partido que llegó al gobierno combatiendo “el relato” y proclamando el fin de la historia (qué otra cosa es sino el fin de todo relato la imposición de una verdad única e inmutable) no pudo construir el suyo. O al menos, hacerlo con eficacia. Es decir, convertirlo en sentido común.
Desde la derrota en las primarias el presidente apostó por decir mucho (a través de los medios, de las redes sociales, de sus voceros) y terminó por no decir nada. Se quedó sin palabras para representar la crisis, para decir con claridad (y de manera eficiente) lo que pasa. Entonces el poder se le evaporó a una velocidad inusitada.
La pregunta de los enviados del Fondo Monetario Internacional (¿acá quién manda?) hizo mucho más que desatar una nueva corrida. Terminó por representar el vacío de poder. Si esto fue involuntario o no, si fue para empujar a la puerta de salida a quien sostuvo y financiaba o para escarmentar/condicionar a Alberto Fernández está por verse.
Entre las PASO y las elecciones generales hay once semanas. De las once, apenas pasaron tres. Y el presidente se quedó sin voz. Como en una película muda solo mueve la boca pero es difícil escucharlo, tanto para el ciudadano de pie como para los actores institucionales y “los mercados”.
Es esto, tal vez, el vacío de poder en una sociedad como en la actual, donde todo signo comunica. Y donde no poder comunicar es básicamente eso: no poder.
Algo está pasando
“Lacunza dice que la prudencia debe ser la primera virtud de un político. Le hubiera aconsejado a Macri que no hiciera el discurso autoritario, vengativo y delirante al día siguiente de las elecciones”, dice el diputado nacional Leopoldo Moreau (Frente de Todos) al evaluar las palabras del ministro de Hacienda del miércoles último.
Es que después de que el FMI se preguntara sobre la autoridad presidencial el dólar superó la barrera de los 60 pesos y el riesgo país trepó a niveles históricos (más de 2.000 puntos).
El gobierno debió tomar la palabra (ahora ya no a través del presidente) para anunciar medidas, entre las que se destacan la reprogramación de los plazos para pagar deuda de corto plazo y la renegociación del acuerdo con el FMI.
Moreau también hace centro en la devaluación de la palabra presidencial para explicar la crisis. “Macri le mintió a los argentinos”, dispara. Y explica: “Le mintió a los mercados el viernes anterior a las elecciones con la ayuda de una de una encuestadora y dos bancos. Y con la complicidad del FMI, le mintió al mundo”.
Además se detiene en el uso del eufemismo en la palabra oficial: “Lacunza también dice que la economía se venía normalizando lentamente. En qué país vivía este señor. Esto explotó porque ellos cebaron la bomba con la timba financiera durante tres años y medio sin escuchar a los que veníamos advirtiéndolo”.
Según el legislador, “ahora quieren que el Congreso resuelva los plazos de los vencimientos de la deuda externa, pero cuando les dijimos que el acuerdo con el FMI debía pasar por el Parlamento se negaron y provocaron este desastre. Ahora nos quieren tirar el paquete en medio del incendio”.
Desde la vereda de enfrente, el presidente del bloque de diputados nacionales del Pro, Álvaro González, pidió “ponerse por arriba de la discusión del 27 de octubre y traer tranquilidad”, para “encontrar consensos mínimos para estabilizar la economía primero, y a partir de ahí, dar los debates para ver quién administra el próximo período”.
El diputado macrista también advirtió que “en aras de ganar una elección no se puede hacer cualquier cosa, sobre todo cuando cualquier cosa genera una mega devaluación que empobrece a todos los asalariados”. El lenguaje se potencia en su ambigüedad. Quiso “hablar” de Alberto Fernández pero terminó “hablando” de Mauricio Macri.
Dilemas
Si en la semana que se inicia el gobierno no logra controlar las variables económicas y financieras se hablará con más fuerza de adelantar las elecciones. También del vacío de poder que supone el descrédito de la palabra oficial.
Los dilemas del presidente-candidato entonces aumentarán. Sobre todo después que el escrutinio definitivo de las primarias determinó que la diferencia que lo separa del candidato del Frente de Todos es mayor que la que estableció el primer conteo provisorio. Si contar los votos en blanco: 49,49 % a 32,94 %. Es decir, más de cuatro millones de votos.
“Creo que hay una mezcla de dos elementos que suenan parecidos pero son diferentes. Por un lado un vacío de poder en el oficialismo, y esto se constata en la triada de temas institucionales de los que se habla en la agenda pública, que suelen taparse con eufemismos o algunos discursos incendiarios de un lado y del otro: transición, adelanto elecciones o finalización de mandato”, dice a el politólogo Mario Riorda.
“Por el otro lado –señala el experto- la ausencia de certeza sobre el futuro inmediato, no tan sólo político, sino especialmente económico. Si la afirmación de Pichetto, como candidato a vicepresidente del oficialismo, es que el valor del dólar es directamente proporcional a la autoridad presidencial, es más que evidente que ambos elementos están presentes en cualquier debate público actualmente”.
Para el titular de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales, “la campaña del oficialismo está en un dilema que la convierte en un ejemplo de extrema hibridez. Por un lado debe procurar aplacar la inestabilidad política y económica con conductas puramente institucionales, sin ningún componente electoral. Pero por otro profundiza el discurso de miedo, construido desde el argumento binario e ideológico de República o caos que fue muy poco efectivo en las PASO”.
Según Riorda, “el oficialismo decidió jugar a ambas cosas, un rato a una y otro rato a otra. Ministros voceros respondiendo a cuestionamientos electorales, socios políticos erigidos en responsables públicos de la campaña, tensiones internas sobre roles y tono del discurso, cambios de humor y de estilos de aparición pública del presidente, son solo una muestra de esto”.
“Esa hibridez electoral está teniendo efectos, ya que parece evidenciarse que la brecha entre el primero y el segundo podría ampliarse, según los primeros sondeos publicados”, concluye el especialista. Este escenario supone una mayor erosión de la palabra presidencial, justo cuando la crisis, más que las elecciones, exige todo lo contrario.
Tomar la palabra
La crisis y la campaña electoral obligan al presidente a tomar la palabra, también a rescatarla de su devaluación permanente. Los debates electorales, pautados para el 13 y el 20 de octubre, le darán una última oportunidad frente a los votantes. Y tal vez frente a todos los argentinos.
Según el sociólogo Agustín Frizzera los debates “serán la piedra angular para generar un debate público de calidad, en el que la simplificación de los mensajes, típica de las democracias de masas, no signifique ‘reducir’ u ‘ocultar’ sino un intento de conectar con un campo de ideas en el que podamos creer, con futuros que podamos construir”.
Tal vez demasiado, para un presidente cuyo discurso parece haber perdido la capacidad de generar nuevos sentidos.