Columnistas // 2019-08-18
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Experiencia en crisis
La apertura económica afectó negativamente a la industria nacional y llevó a una profunda recesión económica, con aumento de la desocupación y la pobreza y cierre de empresas.


 En la Argentina contemporánea hubo tres intentos claros de aplicar políticas neoliberales, cuyos objetivos declamados eran: 1ª, apertura de la economía para aprovechar las ventajas comparativas en el comercio mundial, especialmente las provenientes de la pampa húmeda; 2ª la redistribución del ingreso en favor del capital, esperando una mayor inversión y creación de riqueza que llevara a un “derrame” sobre la sociedad, y 3ª, la liberación financiera y cambiaria para “integrarse al mundo”, dejando que el mercado determine las actividades eficientes y elimine a las demás. Los tres intentos han procurado una transformación sustancial en la estructura económica basada en la industrialización, desarrollada a partir de 1940 merced a la protección y a la intervención estatal.

La primera de ellas fue encabezada por el general Videla, que llevó como ministro de Economía a Martínez de Hoz. Sus principales medidas fueron la unificación y liberación del tipo de cambio, con fuerte devaluación; reducción de las retenciones a las exportaciones, hasta su eliminación total en 1978; aumento de las tarifas de los servicios públicos y despido de empleados, con un doble objetivo: achicar el estado para equilibrar las cuentas públicas y disciplinar a la clase trabajadora. Contó con el apoyo del FMI y el beneplácito de Estados Unidos y los bancos extranjeros, que dieron un préstamo para reconstruir las reservas. Para combatir la inflación en 1979 se instauró la famosa “tablita de Martínez de Hoz”, con la devaluación preestablecida para los años futuros. El gran negocio fue una “bicicleta financiera”: endeudarse en dólares y colocar los pesos en el mercado financiero; como la tasa de interés local menos la tasa de devaluación anunciada era muchísimo mayor que la tasa de interés internacional, al devolver el préstamo en dólares quedaba una importante ganancia en manos del especulador. 

En 1980-81 se presentía la crisis y comenzó una importante fuga de capitales (en 1982 se fugaron 20.000 millones de dólares) y en ese año Domingo Cavallo, presidente del Banco Central aprobó, mediante una simple comunicación, la estatización de la deuda privada. En esos cinco años la deuda externa creció de 8 a 45 mil millones de dólares. Finalmente, en 1982, en un estado de “default de hecho” y con la derrota en la Guerra de las Malvinas, el gobierno militar se retiró, llamando a elecciones. Alfonsín heredó la crisis y, al igual que el resto de países que sufrieran la experiencia neoliberal, se vivió la “década perdida”, sin posibilidad de crecimiento por peso de los intereses de la deuda, hasta que la experiencia terminó con corrida bancaria e hiperinflación en 1989.  

La segunda corresponde a la presidencia de Menem. Al igual que en el caso anterior, se siguieron las conocidas recomendaciones del FMI y de la ortodoxia económica: fuerte devaluación inicial (el dólar de 350 a 650 australes y luego a 1.010; en 1991 había llegado a 10.000), apertura de la economía y ley de reforma del estado, que permitían el ajuste del estado y la liberación y privatización de las empresas públicas. Como continuaba la alta inflación, el 27 de marzo de 1991 se aprobó, a propuesta de Cavallo, la Ley de Convertibilidad: 1 dólar = 1$ = 10.000 australes. En teoría la cantidad de circulante de dinero dependía del volumen de las reservas. La apertura y liberación de los mercados hizo que continuara la destrucción del acervo industrial del país, que había comenzado en la anterior experiencia neoliberal, y, a pesar del ingreso por las privatizaciones, aumentó en forma catastrófica al endeudamiento externo.  En 1999 era visible el fracaso de esta política, lo que llevó al pueblo a votar por la oposición; el nuevo presidente desoyó el mandato popular decidió continuar con la convertibilidad y la misma política económica. Todo terminó con cierre de empresas, elevada desocupación, empobrecimiento general de la población y estallidos sociales, que –con la crisis del 2001- terminaron en forma traumática esta experiencia. 

La tercera es la de Macri. Comenzó en forma similar a las experiencias anteriores: fuerte devaluación, caída del salario real, despidos y ajuste en el estado, reducción y eliminación de las retenciones a las exportaciones, liberación total de la economía y las finanzas, pago a los “fondos buitres” para lograr financiación externa, apoyo del FMI y beneplácito de Estados Unidos. Para luchar contra la inflación, en lugar de la “tablita” de Martínez de Hoz o la convertibilidad de Cavallo, se recurrió sin éxito a las “metas de inflación”, que es lo recomendado por el FMI y la ortodoxia económica, y luego a la contención del valor del dólar mediante altísimas tasas de interés en pesos. El gobierno esperaba que con esas medidas ingresara desde el exterior una “lluvia de inversiones” que, con sus dólares, permitieran superar el saldo negativo de la balanza de pagos y, con el aumento del producto que generarían, lograran el milagro del “derrame”. Las inversiones no vinieron y, en su reemplazo, se recurrió al endeudamiento externo y al ingreso de capitales especulativos “golondrina”, instaurándose una nueva “bicicleta financiera”. 

En esta oportunidad, como en las otras dos experiencias previas, la apertura económica afectó negativamente a la industria nacional y llevó a una profunda recesión económica, con aumento de la desocupación y la pobreza y cierre de empresas. En los casi cuatro años de gobierno la inflación no cedió sino que sus índices crecieron hasta duplicar la inflación recibida, mientras que la deuda pública externa pasó de 63.600 millones a 171.900 millones, crecimiento gastado en fuga de capitales, atesoramiento privado, envío de utilidades e intereses al exterior y viajes de turismo.

Las similitudes entre las tres experiencias son evidentes. Es que las mismas medidas en situaciones similares no pueden dar resultados distintos. Inclusive en su desemboque en una profunda crisis final. La actual comenzó el año pasado, cuando los mercados mundiales entendieron que por el nivel de deuda esta entraba en la categoría de incobrable. Fue postergado por el apoyo de Estados Unidos y los créditos del FMI, pero finalmente, ante los resultados de las PASO, reapareció con la corrida cambiaria de esta semana. Nadie duda de que es el fin de la tercera experiencia neoliberal.

Esperemos que esta vez sea la definitiva, que la tercera sea la vencida, que se haya entendido definitivamente lo que significa una experiencia neoliberal. Mientras tanto es necesario insistir en la enseñanza que dejan estos tres experimentos fallidos. Como escribió en el siglo pasado Joseph Schumpeter: “Nadie puede tener la esperanza de entender los fenómenos económicos de ninguna época -tampoco la presente- si no domina adecuadamente los hechos históricos o no tiene un sentido histórico suficiente”.


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