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El neoliberalismo, al igual al liberalismo económico que es su precedente inmediato, se basa en la idea del hombre como un ser individual y egoísta, preocupado por su propio bienestar. Adam Smith creía qué si cada individuo se preocupaba exclusivamente de sus intereses, la “mano invisible” del mercado se encargaba de lograr el óptimo social para todos. Esta idea ha impregnado al pensar de nuestra sociedad, donde es habitual escuchar frases como “a mí nadie me regaló nada, así que no ayudo a nadie”, “hay que terminar con los planes sociales para hacer que la gente trabaje” y podríamos seguir con innumerables ejemplos. Es la lucha de todos contra todos, de la meritocracia, que ha ahogado al valor de la solidaridad.
Es el concepto básico de la ortodoxia económica: un sujeto abstracto considerado representativo de los actores económicos, al que llamaron homo económicus. El origen de la idea se puede rastrear en Adam Smith aunque quien le dio las características específicas fue Lionel Robbins, en pleno siglo XX: es un ser que actúa racionalmente, teniendo información y conocimiento completo y está movido por su propio interés y deseo de riqueza. Con recursos limitados y con restricciones conocidas, efectúa las decisiones racionales de forma tal que, como consumidor, procura maximizar su satisfacción y, como productor o empresario, busca maximizar la ganancia.
El homo económicus parte de dos supuestos sobre el hombre: 1) que es individualista, competitivo y profundamente egoísta y 2) que es un ser racional.
¿Hasta qué punto el homo economicus es representativo de la naturaleza humana? La pregunta no es retórica porque, tomando como axioma la repuesta positiva a esa pregunta se ha edificado la concepción neoliberal, que trata de convertirse en el pensamiento único de nuestra época.
La idea que subyace atrás es que el hombre es un animal profundamente egoísta y competitivo al que se le ha agregado, como elemento distintivo, el poder de la racionalidad. Es una idea muy extendida en la civilización occidental: por ejemplo biólogos como Thomas Huxley han sostenido que la base humana es egoísta y asocial al que se la ha agregado una débil “capa” cultural (corresponde al dicho: “arañen a un altruista y sangrará un hipócrita”), también se podría citar a Freud, que ve la civilización como una renuncia a los instintos, y también a la teoría del contrato social, que parte de sujetos individualistas que renuncian a parte de sus derechos naturales para vivir en sociedad. La mejor síntesis de esta posición es la conocida frase de Thomas Hobbes, tomada de un antiguo proverbio romano: “el hombre es lobo del hombre”.
Sin embargo, la biología y etología contemporánea tienden a rechazar esta concepción. Así, el conocido biólogo Frans de Waal en su libro Primates y filósofos (2006), sostiene que esa frase de Hobbes contiene dos grandes errores: 1) “no hace justicia a los cánidos, que son unos de los animales más gregarios y cooperativos del planeta” y 2) “niega la naturaleza intrínsecamente social de nuestra propia especie”. Para este autor no existe un momento histórico en que devenimos sociales; por el contrario, descendemos de ancestros altamente sociales y siempre hemos vivido en grupos como estrategia de sobrevivencia. Basta observar a nuestros parientes no humanos como los chimpancés y otros primates, inclusive a los demás mamíferos, para verificar que la sociabilidad, la cooperación y rasgos de altruismo tienen un origen biológico en la evolución.
Para de Wall se puede decir que somos una especie obligatoriamente gregaria. (La sociabilidad se ha vuelto cada vez más arraigada en la biología y psicología de los primates).
Tampoco el segundo supuesto, el de la racionalidad absoluta, es cierto. Dice de Wall: “Celebramos la racionalidad. Y lo hacemos pese que las investigaciones psicológicas sugieren la primacía del afecto: es decir, que el comportamiento humano deriva ante todo de juicios emocionales rápidos y automatizados y solo secundariamente de procesos conscientes más lentos”. Por ejemplo, como consumidores, todos nosotros tomamos cotidianamente decisiones de compra y generalmente lo hacemos sin mucho meditar, movidos por la costumbre, por el impacto de la publicidad o influidos por el actuar de amigos o conocidos.
Por otro lado, los antropólogos han demostrado qué en las sociedades tradicionales, como las prehispánicas en América, no existen sujetos que cumplan las pautas del homo económicus sino que priman las conductas asociativas y cooperativas.
En otras palabras, se ha tomado para construir la abstracción homo económicus al hombre de un período muy limitado de la historia humana, con más precisión, no a todos los sujetos de ese período sino a los integrantes de una clase social determinada, los empresarios del naciente capitalismo, y a su resultado se lo ha pretendido universalizar.
Si los biólogos y antropólogos contemporáneos están en los cierto, el neoliberalismo no sólo ha mostrado su fracaso en la aplicación práctica, sino que todo el edificio teórico elaborado a partir del supuesto del homo económicus tendría cimientos de barro.
En otras palabras, el hombre –como especie- no es por instinto un ser egoísta y asocial sino todo lo contrario: es cooperativo y solidario. En este caso debemos dejar de lado al neoliberalismo y aspirar a que la sociedad se organice con relaciones de producción y distribución que respeten la naturaleza humana.