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A siete días de las primarias que comenzarán a vislumbrar quién será el próximo presidente, prevalece la incertidumbre. Ni oficialistas ni opositores se animan a pronosticar un triunfador. Incluso, lo que hoy es una posibilidad la semana próxima puede dejar de serlo.
Con la prohibición legal de difundir encuestas y realizar pronósticos a través de los medios de comunicación vigente desde ayer, solo queda lugar para la especulación. Y para imaginar los escenarios que se ponen en juego.
La primera vuelta del 27 de octubre, y eventualmente el balotaje del 24 de noviembre, definirán mucho más que un presidente. Es la fisonomía que tendrá la Argentina en los próximos lustros lo que está en juego.
Juntos para el Cambio ya avisó que si Mauricio Macri es reelegido profundizará el paradigma que comenzó a instalar en 2015. Esto es: el rediseño de las relaciones al interior de la sociedad a partir de las necesidades que impone el capitalismo globalizado.
Mayor primarización de la economía, profundización del ajuste fiscal, disminución del “costo argentino” (fundamentalmente de la mano de obra) y un alto nivel de endeudamiento externo, son los ejes principales. Y un tipo de Estado que garantice todo esto, tanto desde el punto de vista económico como político-coercitivo.
En el caso del Frente de Todos, su propuesta tiene que ver con restituir al Estado el rol de árbitro o nivelador de la disparidad de fuerzas económicas, políticas, culturales y simbólicas que se dan en la sociedad actual.
Según su programa, las políticas estarán orientadas a la recuperación del mercado interno con recomposición del poder adquisitivo, la incorporación de valor agregado a la producción nacional, la renegociación de la deuda con el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el acuerdo social que haga viable esta orientación.
Para ambas propuestas el resultado electoral tendrá profundas consecuencias políticas. Para el macrismo, un triunfo significaría la posibilidad de consolidar un espacio liberal-conservador, o simplemente de derecha, que a lo largo de la historia argentina tuvo numerosas expresiones que no lograron consolidarse ni ser exitosas en términos electorales.
En el caso del peronismo, si Alberto Fernández es presidente significaría una derrota para aquellos sectores que buscan su asimilación a la “racionalidad neoliberal”. También la consolidación de lo que expresan el kirchnerismo y sus aliados, dentro y fuera del peronismo, con su dosis de interpelación al orden económico mundial.
Macri vuelve
Cuando Mauricio Macri anunció que iría por la reelección esa posibilidad parecía una quimera. Su imagen tocaba fondo y la decepción con su gobierno campeaba incluso entre quienes lo habían votado.
El principal socio político del Pro, el radicalismo, empujaba para que el presidente desistiera de su candidatura y amenazaba con abandonar Cambiemos si no mejoraba en las encuestas, cosa que en ese momento parecía muy difícil. Incluso en las propias filas del macrismo había quienes planteaban el “Plan V”, por el apellido “Vidal”. Es decir, que María Eugenía Vidal fuera la candidata.
A una semana de las PASO Macri resurgió y hoy es un candidato competitivo ¿Qué sucedió? El FMI aportó los dólares para contener la suba de la divisa, el acuerdo con los formadores de precio le dio un respiro a la inflación, y la decisión de postergar el aumento de las tarifas en los servicios públicos y el transporte hizo el resto.
El oficialismo logró así recuperar el apoyo de los desencantados y hoy mira la elección con esperanza. La campaña que desplegaron los estrategas del Pro, con una fuerte polarización con el kirchnerismo y alto poder de fuego en los medios y las redes, aportó lo suyo.
“El gobierno hizo una campaña muy ordenada, con un libreto claro e intérpretes todo el tiempo muy indentificables; en pocas palabras, hizo lo que tenía que hacer: polarizó con el kirchnerismo y corrió todo lo que pudo la discusión económica. Todo con muchísimos más recursos que sus adversarios y con los medios jugando muy fuerte”, explica a Shila Vilker, directora de la consultora Trespuntozero.
Si bien la recuperación del oficialismo parece haber hecho tope, la posición para el domingo próximo es expectante. Una derrota por poco no es mal vista en la Casa Rosada, donde especulan con que el votante más apático pueda acompañarlo en octubre para coronar un buen resultado.
Y Alberto también
La decisión de Cristina Kirchner de ir por la vicepresidencia en una fórmula encabezada por Alberto Fernández terminó por ordenar al peronismo. Detrás del binomio del Frente de Todos se encolumnaron gobernadores, dirigentes sindicales y sociales, e incluso algunos de los referentes que más la resistían, como Sergio Massa.
La movida buscó también quebrar el techo, significativo pero techo al fin, que tiene la ex mandataria en la aceptación popular. Este domingo 11 se sabrá en qué medida lo logró, pero por lo pronto puso al peronismo en mejores condiciones de las que estaba antes de conocerse la audaz fórmula.
Además, hizo implosionar a Alternativa Federal, espacio que si mantenía el poder de fuego territorial que dan los gobernadores peronistas hacía muy difícil construir una mayoría sólida más allá de la provincia de Buenos Aires. La incorporación de Miguel Pichetto a Juntos por el Cambio es un daño colateral de esto, pero a un precio que a priorile conviene pagar.
Alberto Fernández lleva el peso de la campaña, quedando Cristina en un rol secundario y con intervenciones focalizadas, fuera del juego que le conviene al gobierno. Tal vez por eso y por el “veranito económico” que beneficia al oficialismo, la cuesta para el Frente de Todos es más empinada que la de su principal adversario.
“La campaña de Alberto Fernández empezó a acomodarse en la última semana. Antes se lo comía ir detrás de las respuestas, ahora juega más en el terreno económico, que le es más favorable, y el propositivo”, dice Vilker, que subraya el acompañamiento que obtiene la fórmula Fernández-Fernández entre los primeros votantes y los jóvenes, del mismo modo que los adultos mayores acompañan con mayor entusiasmo al oficialismo.
El panorama se completa con la provincia de Buenos Aires, donde vota el 37% del padrón nacional y en la cual el peronismo construyó una fórmula potente allí donde Juntos para el Cambio tiene a una gobernadora y candidata a la reelección con mucho vigor electoral. El domingo se empezará a develar la incógnita acerca de si esas candidaturas empujan, y hacia dónde (para arriba o para abajo) a las fórmulas presidenciales.
Qué puede pasar
Otro interrogante que comenzará a despejarse en la elección primaria son los alcances de la polarización, con lo que quedará claro si las PASO van a funcionar como una virtual primera vuelta y la elección de octubre como una instancia definitoria. La suerte que corra la fórmula de Consenso Federal (Roberto Lavagna-Juan Manuel Urtubey) tiene que ver con esto.
Si hay polarización, si entre las dos fórmulas más votadas se reparten entre el 75 y el 80 % de los sufragios y alguno de los candidatos queda en el umbral del 45 % más uno de los votos -el cual permite ganar en primera vuelta aun si el segundo queda a poca distancia-, la elección de octubre puede ser definitoria.
“Los dos frentes mayoritarios, a medida que se acerque la elección, van a profundizar la polarización y la campaña negativa, es una dinámica en la que han entrado y no podrán salir”, advierte a Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Nueva Mayoría.
El grado de participación en las PASO también es un dato a tener en cuenta. “La asistencia a la urnas es una incógnita. Si ronda el 65% es un escenario, si supera el 70 %, otro”, explica Vilker.
Y agrega que “el gobierno está llamando a votar porque si el elector más reacio recién se moviliza en octubre, puede ser tarde. Ahora: si logra que vaya ahora entiende que llegará a la primera vuelta con más posibilidades”.
El razonamiento remite a lo ocurrido en las presidenciales de 2015, donde Macri perdió con Daniel Sicioli en primera vuelta por tres puntos pero invirtió el resultado en la segunda y ganó casi por la misma diferencia.
El otro aspecto a considerar es lo que harán los indecisos, que en el actual escenario pueden resultar determinantes. Para Fraga, “el problema no solo son los indecisos, sino el voto blando o cambiante, que puede modificarse hasta el momento de elegir la boleta”.
Vilker coincide con esta mirada al señalar que “el voto blando, el voto que es más volátil, puede definirse el mismo día de la elección. Y ahí todo puede pasar”. Incluso que naufraguen todos las encuestas y pronósticos que se publicaron, en abundancia, hasta el sábado.
“Los partidos políticos se han debilitado, los votantes son más independientes y también más cambiantes. Por eso, puede ser un error sobredimensionar el papel de las encuestas”, alerta Fraga.
Los cuentos que yo cuento
“Imponer la interpretación del resultado juega un rol político importante y ello se hace a través de los medios”, destaca el director del Centro de Estudios Nueva Mayoría, entre los elementos a tener en cuenta para la noche del próximo domingo.
En la narrativa de lo ocurrido en las PASO, en la lectura que predomine sobre qué fue lo que realmente sucedió en las urnas, es donde empezará a definirse la elección. Incluso más allá de los números finales, sobretodo si estos no son contundentes en favor de alguno de los candidatos.
Ahí se puede anotar el sistema de carga de datos, que ya fue cuestionado por la oposición, dado que puede dar un resultado a primera hora que no sea el mismo al final del día, como ocurrió en los comicios legislativos de 2017.
“Eso puede influir en la narrativa de cada fuerza y, en definitiva, en la que se imponga a partir del lunes. Es muy importante el resultado pero también cómo se lee ese resultado”, subraya Vilker, directora de la consultora Trespuntozero.
Y agrega: “Si la lectura, por ejemplo, es que el gobierno ya perdió, hay un escenario, pero habrá otro muy diferente si es que perdió pero que puede dar vuelta la elección como hizo en 2015”.
La campaña entró en la recta final. El margen de error se achica para los precandidatos. Y ahora, ahora es cuando.