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El gobierno, en campaña electoral, se niega a reconocer el fracaso de su política económica, avalada por el FMI (Fondo Monetario Internacional), e insiste con que comenzó la recuperación que, según dicen, se sentirá claramente antes de fin de año y se podrá disfrutar en el futuro, si es que ocurriera previamente la ansiada reelección.
El FMI, que avala y financia esta política, acaba de echar un baldazo de agua fría a ese discurso: las nuevas previsiones para este año son peores que las previas (y de las que esperaba el gobierno): calcula que el PBI (Producto Bruto Interno) caerá el 1,3% (¿El crecimiento económico? ¡Esa te la debo!) y que la inflación será del 40,2%; como frutilla de postre y a pesar de todos los ajustes, dice que no se podrá alcanzar el cacareado “déficit primario cero”, sino que estiman un cierre del año con un déficit primario del 0,3 del PBI, lo que, sumado a los intereses de la deuda, concluye en un déficit fiscal final que alcanzará el 6%. El Fondo también ha empeorado las previsiones previas para el año que viene.
De todas formas, y con sentido político, le da un aliento al gobierno: “la buena noticia es que se han implementado las políticas que diseñaron en el programa y que está dando sus frutos”, dice el FMI. No aclara cuan amargo son esos frutos ni lo que esperan del futuro.
Posiblemente el próximo informe venga con el pedido de disculpas por la política aplicada, tal como hicieron, con reticencias, después de la crisis del 2001 en nuestro país y también por los “errores” que cometieron en la política económica recomendada a nivel global a raíz de la crisis iniciada en el año 2007/08.
Ese último pedido de disculpas le tocó Olivier Blanchard, conocido por los estudiantes de economía por sus manuales, que fue profesor de Harvard y del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (IMT) y también director de Investigaciones del FMI. Reconoció el error de subestimar al multiplicador en el año 2010, cuando recomendaron políticas de austeridad a Grecia y a los demás países europeos.
¿Qué había pasado? Para responder a esta pregunta conviene tener en claro qué significa el multiplicador del gasto, un concepto que fue introducido en la literatura económica en los años ‘30 por un discípulo de Keynes, Richard Kahn, pero fue popularizado por su maestro en la ya clásica “Teoría General” de 1936, que permite en forma simple calcular numéricamente el impacto final de un aumento (o disminución) en el gasto público o en la inversión privada. Básicamente, dice que al aumentar el gasto los receptores se convierten en consumidores que gastan una parte de ese aumento inicial, importe que reciben otros actores que, a su vez, también gastan una parte en consumo, y así sucesivamente, hasta agotarse el proceso. Si se mantiene el aumento del gasto en el tiempo, el efecto en el ingreso nacional será un incremento bastante mayor que el gasto inicial.
El concepto parte del supuesto de que hay un consumo independientemente del ingreso, autónomo, condicionado por razones biológicas y sociales, y un consumo que depende directamente del ingreso; es sabido que cuando una familia o una sociedad aumentan su nivel de ingreso también crece su consumo; y ocurre lo opuesto cuando el ingreso disminuye. Conociendo cuál es la proporción del gasto promedio de una sociedad, una vez pagados los impuestos, se calcula muy fácilmente el valor del multiplicador del gasto que, multiplicado por el incremento del gasto inicial, permite estimar sus efectos en el ingreso nacional, siempre y cuando no se modifiquen las demás variables. El valor del multiplicador depende positivamente de la proporción que se consuma del aumento del ingreso: cuanto mayor sea la propensión al consumo, mayor será ese multiplicador.
Lógicamente, el multiplicador funciona en forma simétrica: positiva o negativamente, según se trate de una suba del gasto o de una disminución.
Cuando hace algo más de una década la crisis llegó a Europa, los Estados nacionales se endeudaron para salvar a los bancos que estaban comprometidos por los préstamos e inversiones que habían realizado y resultaban de dudosa o nula cobrabilidad. El primero de los Estados en caer en una situación de casi insolvencia fue Grecia. Fue aquí cuando el FMI -igual que para Argentina el año pasado- recomendó políticas de austeridad, de reducción del gasto público, para lograr superávits fiscales que permitieran iniciar el camino de pago de la deuda; es decir, priorizó el interés de los acreedores financieros antes que el de los pueblos afectados. Pero se equivocó en los efectos de su política, lo cual originó el pedido de disculpas. Había calculado que la reducción de un punto en el déficit fiscal implicaría un descenso promedio del 0,5% del PBI, cuando en la práctica se tradujo en una reducción de entre el 0,9 y el 2% del producto, con el aumento consecuente de la desocupación.
¿Qué había pasado? El cálculo numérico del multiplicador supone cambio únicamente en el gasto, mientras que las demás variables no se modifican. Pero no es lo que ocurre en los hechos. La política de ajuste baja el gasto y, a la vez, aumenta el grado de incertidumbre de los agentes económicos: como consecuencia, se restringe o posterga en lo posible el consumo autónomo y, lo que tiene mayor incidencia, no se efectúan las inversiones que en una situación normal se hubieran realizado.
Esto se agrava en nuestro país porque el dólar, moneda sobre la que el Estado argentino no tiene control, es utilizada como reserva de valor. Al aumentar la incertidumbre, aumenta la demanda del dólar para ahorro; razón por la cual sube su valor, que se traslada al nivel de precios de toda la economía generando inflación. Para evitar este efecto, el gobierno propicia el aumento de la tasa de interés en pesos (que ha superado holgadamente el 60% anual nominal), y esto castiga aún más a la inversión: los excedentes económicos, en lugar de la inversión productiva, van a la especulación financiera o a la demanda de dólares, en gran parte fugados hacia paraísos fiscales. Es decir, el efecto negativo del multiplicador generado por una baja del gasto público es bastante mayor al calculado inicialmente.
Nadie puede extrañarse de los resultados económicos y del alto costo social provocado por la política de ajuste aplicada por exigencia del FMI en nuestro país.