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Fue Karl Marx quien describiendo las violentas condiciones históricas de la acumulación originaria del capital, recurrió a la metáfora de la gravidez social y concluyó con la famosa sentencia: “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”.
La frase tuvo múltiples traducciones; unas bien intencionadas y otras no tanto. Por ejemplo, nunca se dijo que la violencia absoluta y por sí misma engendrara una nueva sociedad. Sino -y en apego a la noción fundante de progreso- a cómo esa fuerza conlleva a la superación de una etapa por otra de mejores condiciones. Es la revolución que trae consigo un mundo nuevo. Es el espíritu prometeico de la modernidad, escribió José Pablo Feinmann.
En las antípodas del filósofo alemán, el pensamiento conservador vio en las revoluciones ‘el mal’ del progreso mismo. Los revolucionarios, fueron algo así como individuos impacientes que no quisieron aguardar la evolución natural de la sociedad y entonces la violentaron. Justo Sierra, uno de los pensadores más prominentes del positivismo mexicano del siglo XIX, afirmaba que toda sociedad en vez de saltar de un estado a otro, como pretenden los revolucionarios, debía regresar al punto de partida y una vez reestablecido el orden, continuar desde allí. “Lo que la revolución crea es destruido, lo que la evolución realiza permanece”, escribía desde su fe social-darwinista.
Julio es un mes de partos históricos; de revoluciones e independencias que rompieron con lo dado para dar paso a lo posible. El 14 de 1789 en Francia, el 4 de 1776 en Estados Unidos, el 5 de 1811 en Venezuela o el 9 de 1816 en Argentina alcanzan para muestra. Y pensar en esta última, tal vez aporte al debate.
En términos económicos, la independencia de las Provincias Unidas de Sud América trajo la liberación de la carga fiscal. Estas remesas en la última década del XVIII, eran más de la mitad de los envíos a España desde las colonias. Hacia 1800, por ejemplo, los habitantes de estas tierras pagaban más impuestos que los españoles de la metrópoli. A partir de ahora esto se volcaría a la economía local.
También la liberación de la carga comercial impuesta permitió a los nuevos países acceder a los otros mercados mundiales en expansión, y esto representó una reducción de los costos de transporte y comercialización.
Sin embargo, el impacto económico fue menor que el político y el social.La guerra por la independencia socavó las bases del antiguo régimen e hizo que el viejo orden y el control social ejercido sobre las clases subordinadas ya no se reestableciera.
La esclavitud, por ejemplo, aun cuando tardó en abolirse definitivamente, cambió su significación. Las manumisiones fueron cada vez más amplias, y a pesar de que los emancipados no fueron igualados a blancos y mestizos, pudieron ocupar lugares vedados en el orden colonial.
La división de castas paulatinamente desapareció. El sistema quedó herido de muerte cuando en los primeros años independientes ya no fue obligatorio registrar el origen racial de los niños recién nacidos.
Mientras el papel de los sectores rurales se incrementó, la Iglesia se empobreció, su riqueza fue confiscada y perdió influencia.
Por su parte, la elite criolla que orgullosamente mostraba su pureza étnica como españoles-americanos, tuvo que convencerse que de aquí en adelante sería imposible intentar defender sus prejuicios por medio de la discriminación legal.
Al fin y al cabo los beneficios derivados de la destrucción del orden institucional colonial fueron grandes, y proporcionales a los levados costos impuestos por la ineficiente organización del antiguo régimen.
Por eso la ruptura de ese orden abrió el camino a una transformación profunda que, aún para los nostálgicos de la colonia, jamás se hubiese producido por las ‘leyes del progreso”. Justo Sierra estaba equivocado, pero nosotros eso ya lo sabíamos.