Columnistas // 2019-06-23
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La trampa de la deuda
El endeudamiento argentino era del 57% del producto bruto en 2015, pero en 2018 ya llegaba al 97,7%. Hoy supera el 100% de todo lo que produce el país anualmente. En los próximos cuatro año hay vencimientos por 149.000 millones de dólares, el triple de lo recibido por el actual gobierno. Un importe impagable.


 Una deuda se vuelve insostenible cuando el deudor, en forma reiterada, no alcanza a pagar los intereses y debe refinanciar montos crecientes de la deuda, a tasas de interés también crecientes por el aumento de la “prima de riesgo” (que, para la deuda pública, nosotros hemos conocido como “riesgo país”). Conviene recordar que la tasa de interés efectiva está compuesta por dos elementos: la tasa de interés pura (la que se cobraría por una deuda absolutamente segura de cobro) más la “prima de riesgo”, que es una estimación de la posibilidad tanto de una eventual depreciación de la moneda en que está nominada como, fundamentalmente, de que el deudor no esté en condiciones de pagar a su vencimiento. Lógicamente, cuando un deudor llega la situación prevista al comienzo, la “prima de riesgo” se dispara y la deuda se convierte en una bola de nieve imparable. Por esa razón, el “riesgo país” de Argentina a principios de junio pasado alcanzó los 1.000 puntos y actualmente supera los 820 (8,20 puntos sobre la tasa de interés básica).

Volvemos a repetir así lo ocurrido en nuestro país (y casi toda América Latina) con el fuerte endeudamiento de los años ‘70 y que llevó a la crisis de la deuda de 1982. En los 9 años que transcurren entre esa crisis y el fin de la década, los países latinoamericanos transfirieron al “norte” recursos por un monto neto de 224 mil millones de dólares (pago de utilidades e intereses, menos los ingresos de capital), que representaba el 72% de la deuda existente al comienzo del período. Sin embargo, la deuda a finales de 1990 había crecido un 36%, de 309.800 a 422.645 millones de dólares. Es lo que el profesor español De Juan compara con las arenas movedizas: cuando te caes en ellas, hagas lo que hagas, tu situación empeora.

Lo que en los años ’80 fue endeudamiento estatal; con el auge del capitalismo financiero esa fiebre se ha extendido a toda la sociedad y dio lugar a la crisis del 2008/2009 y al escaso crecimiento de las economías capitalistas en la actualidad. Por ejemplo, en Estados Unidos, con un producto bruto interno (PIB) de 16,5 billones de dólares para el año 2013, cuando se suponía superados los efectos de la crisis, el endeudamiento total era de 57 billones (345% del PBI), de los cuales 14,9 billones corresponden a la deuda pública, 13 billones a las familias y el resto a las empresas. Esta situación se multiplica en todos los países desarrollados.

En ese entones, nuestro país presentaba, como gran parte del subcontinente, una situación diferente al primer mundo endeudado; luego de la experiencia de los años ‘80 y los múltiples sacrificios recaídos sobre nuestros pueblos, la relación producto-deuda externa estaba controlada. En particular, Argentina venía de la profunda crisis del 2001 y después de eso una exitosa renegociación de la deuda, de modo que en 2015 la situación era perfectamente normal.

Con el nuevo gobierno todo cambió: a falta de inversiones genuinas y creyendo en el canto de sirena de la baja tasa de interés, se cayó en la trampa de las arenas movedizas que hablaba De Juan. Según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina, que depende de la ONU), de una deuda pública bruta equivalente al 53% del PBI en el año 2015, se pasó a 77,4% a mediados del 2018, cuando se había cortado el crédito voluntario externo. Entonces, como manotón de ahogado, se entregó al FMI (Fondo Monetario Internacional) la soberanía económica nacional y la conducción de nuestra política económica. Los resultados de esa política fueron llevar el endeudamiento al 97,7% del PBI para fines de ese año (superó el 100% actualmente) y un panorama negro: en los cuatro años próximos se deben afrontar vencimientos de capital e intereses por 149.000 millones de dólares, el triple de lo recibido en el 2015, importe que resulta impagable.

En el caso del endeudamiento excesivo, la política económica ortodoxa -esa que el FMI y los demás acreedores exigen a los países deudores-, consiste en el ajuste del gasto público, buscando reducir el déficit fiscal para generar condiciones de pago de la deuda. La consecuencia es la reducción del producto bruto, tal como ocurrió en Europa con la política de ajuste aplicada luego de la crisis del 2008-09 y que resulta totalmente contradictoria con los fines buscados: la relación deuda pública/PBI aumentó 7 puntos en Italia, 11 en Portugal e Irlanda y 17 en España, mientras al mismo tiempo creció el desempleo hasta llegar en algunos países al 12%, con un 50% de la población juvenil sin trabajo.

Además, en una sociedad altamente endeudada los agentes tratan de mejorar su situación de endeudamiento y, por lo tanto, disminuyen su gasto, tanto del consumo de las familias como de la inversión de las empresas. Así, parte de las rentas generadas en el proceso productivo terminan esterilizadas en la caja de los bancos o son destinadas a la especulación financiera.

Esa es la situación actual de nuestro país, con una caída de la demanda global que llevó a una disminución del PBI del 5,8% interanual y una desocupación del 10,1%, que supera al 20% en la población juvenil, más una inflación cercana al 50% y una deuda creciente, tanto en valores absolutos como relativos frente al PBI.

Hemos caído en lo que los economistas han dado en llamar “la trampa de la deuda”. El nombre está dado por comparación con la situación que estudió Keynes en la década de los años ’30 del siglo pasado y que denominó “trampa de la liquidez”: en recesión, con los precios a la baja y con inseguridad respecto a los ingresos futuros, los aumentos de dinero no aumentan la demanda global, sino que se atesoran; en estas condiciones la política monetaria para combatir la crisis es totalmente ineficiente.

De igual forma que ante la “trampa de la liquidez” la política monetaria no funciona, con la “trampa de la deuda” todala política macroeconómica tradicional, tanto monetaria como fiscal, pierden su eficacia y se hace muy difícil salir de la crisis. Es difícil, pero no imposible.

Así como la política neoliberal y el ajuste posterior, que facilitaron la fuga de divisas y la avalancha de importaciones que están destruyendo a la producción nacional y generaron esa deuda que agobia, para salir de la trampa hay que aplicar la política opuesta: se deben evitar las importaciones superfluas y las que compitan con la industria local; es necesario reglamentar y controlar la obtención y uso de las divisas, que no son una mercancía más, y, fundamentalmente, hay que impulsar el mercado interno con una política de crecimiento. La experiencia histórica enseña que no es con el ajuste del gasto sino, por el contrario, con una política de ingresos que haga crecer la demanda global, lo que hace posible el crecimiento económico y, en última instancia, el poder cumplir con las obligaciones de la deuda. Es decir, salir de la trampa de la deuda. 


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