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Mauricio Macri y Jair Bolsonaro tienen mucho en común a pesar de que el argentino se cuide de participar de las posiciones extremas defendidas por su par brasilero.
Desde aquel “saludo a Macri, que terminó con la Dilma Kirchner”, ambos reconocen su alineamiento con los Estados Unidos y su rechazo a la generación de presidentes que forjó un camino para América Latina sin las directivas de Washington.
MM y JB también comparten la actitud nostálgica. El primero por la Argentina de hace setenta u ochenta años atrás; esa de poco derechos y para pocos. El país ‘granero del mundo’ donde, por ejemplo, el 61% de sus habitantes urbanos vivían en conventillos sin baños, y solo un 39% residía en casas de material.
El segundo, en cambio, no necesita retroceder tanto en el tiempo, le alcanza con enaltecer a la dictadura cívico-militar de 1964 a 1985 de la cual formó parte como oficial del ejército. “Estoy a favor de una dictadura. Nunca resolveremos los serios problemas nacionales con esta democracia irresponsable”, afirmaba Bolsonaro antes de ser elegido presidente.
Su pública y decidida defensa del régimen militar, lo llevó a incorporar varios cuadros de las fuerzas armadas en cargos ministeriales, y a desplegar a una fuerte campaña en contra de la revisión del pasado reciente y de las violaciones de los derechos humanos.
El informe Brasil: Nunca Mais, elaborado clandestinamente por el sacerdote católico Paulo Evaristo Arns y por el pastor presbiteriano Jaime Wrigth, fue publicado durante el gobierno de José Sarney en 1985. Se basó en un millón de fojas provenientes de más de 700 procesos de los tribunales militares entre los años 1964 y 1985. Allí se revelaron 144 casos de asesinatos políticos, 125 desapariciones y 1.843 incidentes de tortura. Pero fue recién en el año 2010 que el presidente Luiz Ignacio ‘Lula’ Da Silva envió un proyecto al parlamento para crear una comisión investigadora, y un año después la presidenta Dilma Rousseff logró que el Senado diera curso a la creación de una Comisión de la Verdad.
No en vano, en una entrevista realizada en nuestro país, JB se quejó sobre ”la mentirosa Comisión Nacional de la Verdad, que contó historias totalmente diferentes a las que ocurrieron en aquel período de 1964-1985”.
Los analistas internacionales han resaltado que el Brasil de Bolsonaro unido a la Argentina de Macri resulta ser un pilar fundamental para el despliegue de los Estados Unidos en el resto de América.
Lo más evidente es la posibilidad de construir una sólida alianza comercial, militar y política. Pero también es una forma de priorizar los mecanismos regionales diseñados y controlados, como la OEA, y terminar con aquello que se llamó suramericanización y diplomacia solidaria, que caracterizó la política internacional de los gobiernos progresistas de la primera década del siglo XXI.
En términos geopolíticos, Brasil y Argentina sirven a los efectos de aislar y conspirar contra aquellos países cuyas escenas políticas no parecen indicar un cambio hacia la constelación de la derecha neoliberal. Hablamos desde ya de Venezuela, pero también de Bolivia, Nicaragua y por supuesto Cuba.
Humberto Eco hace tiempo enumeró algunas de las características de lo que llamó “fascismo eterno”, como ser: el aprovechamiento del sentimiento de frustración de las clases medias y los sectores populares con la política; la fobia a la diversidad; la apología de la violencia, el culto al patriarcado, la pobreza lingüística, la sintaxis primaria y el rechazo al razonamiento complejo.
En general, los referentes de esa centroderecha que se ha instalado en toda América parecen cumplir con la mayoría de ellas, pero en el caso de Jair Bolsonaro, le asiste la totalidad de las mismas. Tal vez por eso nuestra Plaza de Mayo le dijo “tu odio no es bienvenido”.