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El anuncio de la precandidatura a la presidencia de la Nación de la fórmula encabezada por Alberto Fernández y el llamado a la unidad opositora por parte del Partido Justicialista, expresión formal del peronismo, fue recibida con entusiasmo y sacudió todo el panorama político en un año electoral, ratificando así la centralidad casi excluyente del peronismo en nuestro país.
¿Cuál es la razón de este fenómeno político de permanencia en el tiempo? Esta pregunta se la hizo el prestigioso intelectual argentino Enrique Silberstein y trató de responderla en el libro “¿Por qué Perón sigue siendo Perón?” publicado en 1972 y que hoy, lamentablemente, es prácticamente inhallable.
En 1972 Perón estaba vivo, en el exilio, y faltaba un año para su regreso al país. Al igual de lo que pasa ahora con la expresidenta, con la invención de mil y un delitos, rumores y noticias falsas, se hizo lo imposible para desprestigiarlo y hacerlo desaparecer de la conciencia de las masas argentinas; inclusive se prohibió nombrarlo. Pero todos los esfuerzos desplegados a partir de 1955 para borrar su nombre habían fracasado: se había convertido en mito y su poder político crecía, al punto que al año siguiente sería plebiscitado y comenzaría su tercer mandato como presidente de los argentinos. Lo que Silberstein pretende responder en el libro es al “por qué de un fenómeno, posiblemente único en la historia contemporánea, en que 17 años después de su derrocamiento un ex gobernante veía aumentar de esta forma su aceptación y apoyo de la opinión pública”. Esa cuestión sigue vigente hoy, 64 años después del derrocamiento, respecto al fundador del movimiento peronista y de sus principales líneas de acción relacionadas con la equidad distributiva, la justicia social y la independencia económica.
Cabe aclarar que Silberstein no era peronista, por lo que su libro podría ser considerado como escrito por un observador externo y crítico.
Rescata, como positivo, “lo que hace a la esencia de la economía peronista es el aumento de sueldos, la consolidación de los ciudadanos, el surgimiento del obrero como ser humano. (…) De 1943 a 1945 el consumo interno aumentó un 20%, que el obrero tenía plata para gastar, que el empleado tenía dinero para comprar cosas. Aumentaban los sueldos, aumentaban los precios, pero el obrero y el empleado seguían adquiriendo los bienes y servicios de su nueva escala de consumo. Y todo eso se consolidó con el decreto que obligaba al pago de un mes complementario en concepto de aguinaldo a todos, fueran obreros, empleados, jefes, gerentes”.
Lo negativo, según Silberstein, es qué, a pesar de medidas económicas maduras, como la nacionalización del Banco Central o del comercio exterior (IAPI), el poder económico real en la sociedad quedó en las mismas manos, y esto fue lo que hizo posible su derrocamiento en 1955 (y la instauración del período 1976-2003 y lo que ha seguido después diciembre del 2015, podríamos agregar nosotros).
Respecto a lo positivo enumera las conquistas laborales, la justicia en el fuero laboral, las vacaciones pagas, el fortalecimiento de los sindicatos. Sobre esto último permítanme transcribir un párrafo del libro:
“Cuánto infractor al impuesto a los Réditos (hoy “Ganancias”) que andaba por ahí (o sea, todo el mundo), pretendió asombrarse ante la sospecha de corrupción en el manejo de los fondos en los sindicatos; cuánto contrabandista que taponaba el mercado con mercadería de cualquier país del mundo, se indignaba ante cualquier posibilidad de que los dirigentes sindicales se atrevieran a meter la mano en la lata; cuánto falsificador de balances comerciales que los presentaba al banco con la mirada más cándida y angelical, se arrancaba los pelos porque se decía que en algún sindicato se habían ocultado cifras, vales, recibos y otros papeluchos; cuánto coimero y coimeador andaba suelto, ponía los ojos en blanco, de puro horror, ante la menor insinuación de que los dirigentes sindicales hacían arreglos con los empresarios, cobrando gruesos tocos de guita, para firmar un convenio con menores exigencias que las pretendidas. Es todo algo así como aquellos versos de Alfonsina Storni: ‘Tú me quieres blanca/Tú me quieres alba/Tú que hubiste todas/Las copas a mano/ Tú que en el banquete/ Cubierto de pámpanos/ Dejaste las carnes/ Festejando a Baco/ Me pretendes blanca/ (Dios te lo perdone)/ Me pretendes casta/ (Dios te lo perdone)/ ¡Me pretendes alba!’”
Recalca la importancia de las vacaciones anuales pagas, que permitieron el desarrollo del sector turismo. Escribe Silberstein:
“Así Mar del Plata, que era el reducto de la clase alta, que era el sitio donde “de” Alvear se paseaba como en las playas del sur de Francia, donde se bebía champagne en el Casino, donde sólo podían ir quienes tenían tres o cuatro apellidos y tres o cuatro estancias, o quienes, teniendo un sólo apellido, tenían tres o cuatro cuentas bancarias en Suiza, se sorprendió primero, se horrorizó después, cuando todos los que antes se iban a Quilmes o a Berazategui a tomar aire y sol, comenzaban a arriban a la Perla del Atlántico. Habría que analizar hasta dónde todo el odio que la oligarquía le tenía a Perón se debía a las leyes y disposiciones que estamos comentando o, pura y simplemente, a que les llenó Mar del Plata de ‘grasas’ y ´cabecitas negras’. (…) Las vacaciones pagas dieron nueva vida a Mar del Plata, al Norte del país, a Bariloche, a Uruguay. Hacia ahí se dirigió la oligarquía en busca de una playa exclusiva, en reemplazo de Mar del Plata, y surgió Punta del Este. Pero los grasas andaban con guita y, más que nada, habían roto la barrera del sonido, habían tirado las chancletas, y se aparecieron también por Punta del Este. Era el acabose. ‘Es’ el acabose. (…) Las vacaciones pagas… cambiaron las costumbres y las concepciones de muchos, muchísimos argentinos.”
Con respecto a la distribución del ingreso entre las clases sociales lo mejor es ver el cuadro revisado por la CEPAL y que publica Silberstein; ahí se puede ver como sueldos y salarios arrancaron en 1946 con un 40% del ingreso total y subieron trabajosamente hasta el 50% alrededor de 1952-54; a partir de 1955 (año del derrocamiento de Perón) la tendencia se revierte hasta que en 1962 baja al 41%. Posteriormente tuvo alzas momentáneas durante el gobierno de Illia, 1963-66, y, fuera de la serie numérica del libro, que llega hasta 1965, durante el gobierno de Cámpora-Perón (1973-75). Después hubo que esperar a la década 20003-2013 para que la distribución vuelva a arañar el mítico 50 y 50 por ciento.
La simple comparación entre lo ocurrido entre 1946 y 1955 con lo que vino después del ’55, la historia posterior a 1975 o lo sucedido entre el 2003 y diciembre del 2015 y la realidad que le continuó son la razón, diría Enrique Silberstein, por la que Perón sigue siendo Perón y el peronismo, el que no ha sido cooptado por el neoliberalismo, sigue vigente.
Como dijo recientemente el prestigioso escritor Mempo Giardinelli (de origen radical): “los mejores principios y propuestas del peronismo, que en más de 70 años ha demostrado sobradamente que no es ‘un hecho maldito’ sino, en sus mejores versiones, la más avanzada opción popular en términos de soberanía y autodeterminación, educación, salud y crecimiento económico”