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Después de casi cuatro años de gobierno, “Cambiemos” arrastra dos grandes fracasos en su política económica. El primero, y el más grave, es la profunda recesión económica como resultado de sus políticas, que viene castigando al pueblo argentino con la pérdida de su ingreso real, aumento de la desocupación y la pobreza y la destrucción del aparato productivo nacional. El segundo, que para el gobierno parece ser el único, es la pérdida de control sobre el valor del peso respecto al del dólar y demás divisas internacionales, acompañada de un fuerte aumento de la inflación.
Con respecto al segundo problema, que es el más debatido en estos momentos, hay que decir que tiene sus causas en las medidas tomadas por el nuevo gobierno no bien asumió:
1-Libre entrada de los capitales, con la eliminación del encaje del 30% que tenían que depositar a su ingreso los capitales especulativos, conjuntamente con la supresión de plazos mínimos de permanencia.
2-Libertad para remitir las utilidades al exterior.
3-Liberación cambiaria, con la posibilidad irrestricta de compra de divisas, eliminando todos los límites existentes. Se suspendieron los regímenes informativos y de control del comercio exterior, lo que facilita la evasión fiscal y la fuga de capitales.
4-Eliminación del techo y del piso de las tasas de interés que podían cobrar y pagar los bancos, lo que permitió ampliar los “spreads” (diferencia de tasa que cobran los bancos por sus créditos y los que pagan a los depositantes). Esto fue un aliciente a la especulación financiera, que se dio primero con los “Lebacs” (letras del Banco Central) y ahora con los “Leliq” (letras a muy corto plazo que forman parte de la liquidez de los bancos).
5-Desregulación de los cargos y comisiones que aplican las entidades financieras, que dio lugar a ganancias fabulosas por parte de los bancos.
En el año 2016, al poner en marca estas medidas el ex presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, les alertó: “En la Argentina la desregulación de capitales siempre propició etapas de endeudamiento que en algún momento se cortan y dejan en ruinas al Estado”. En efecto, consiguieron el ingreso masivo de capitales especulativos atraídos por la “bicicleta financiera” organizada por el Banco Central, pero, desde el año pasado, la desconfianza en el poder de pago de nuestras autoridades generó la decisión de retirarse, previa reconversión a dólares. Fue la crisis cambiaria que, para demorarla en el tiempo (pero no solucionarla), llevó a tasas de interés del Leliq del 74% (tasa anual efectiva del 105 %) y a recibir “ayudas” impagables por parte del FMI, a cambio de la autonomía nacional y la aplicación de ajustes que agravan la recesión.
Respecto al primero y más grave problema, el de la economía real, su raíz está en la apertura económica ilimitada. Se volvió a repetir así las dolorosas experiencias de los años ’70 y del menemismo, que tuvieron como consecuencia la destrucción de la industria nacional y las crisis de las economías regionales. Nicolás Dujovne lo justificó “Si nos preocupa la inflación y queremos mayor competencia, es lógico que la competencia importada también nos ayude en la batalla antiinflacionaria” (3-1-17). Fracasaron en la lucha contra la inflación y mataron la actividad productiva.
Los efectos de la apertura económica se agravaron por la pérdida del ingreso de la población que achicaron al mercado local. Desde el comienzo de la gestión se plantearon la baja de las remuneraciones de los trabajadores, insistiendo en el costo que representaban para la industria local. Pero los sueldos son costos y, a la vez, son uno de los componentes fundamentales de la demanda agregada. Y sin demanda no hay actividad económica.
La política deliberada de reducción del salario real la había anunciado claramente un economista cercano al gobierno, Javier González Fraga, en mayo del 2016: “Durante 12 años le hiciste creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”. En realidad, primero González Fraga debería explicar porque razón durante el gobierno anterior los trabajadores veían aumentar su ingreso real y sus posibilidades de consumo, y, a pesar de ello, la economía crecía y cuál es la razón por la que un trabajador europeo puede darse esos gustos con su sueldo y un argentino no (supongo que para él, ningún latinoamericano tiene derecho a hacerlo). También el vice jefe de gobierno, Mario Quintana, en una reunión con banqueros (agosto del 2018) se vanaglorió: “Hay mejoras en el frente fiscal que no se pueden anunciar porque nos perjudicaría en lo político, como, por ejemplo, la caída del salario real”.
A la competencia de productos importados y la caída de la demanda global, se sumó la falta de financiación de la actividad productiva. Ya en el 2016, la Superintendencia de Seguros y la Comisión Nacional de Valores eliminaron las instrucciones en las que se ordenaba que las compañías aseguradoras y los fondos comunes de inversión debían participar en la financiación de las actividades productivas. También la Anses dejó de hacerlo y posteriormente, la suba de la tasa de interés por la especulación desmedida y la política de frenar la suba del dólar, llevaron a que la financiación bancaria fuera una mera ilusión. Es decir, ahogaron económica y financieramente a la empresa nacional.
Después de tres años y medio nos encontramos con mayor desocupación y aumento de la pobreza, un aparato productivo destruido, una inflación desbocada y una deuda fiscal impagable. Ante la angustia que genera esa realidad viene a la memoria, para dedicarle al gobierno, la estrofa final de ese hermoso tango de Olmedo y Aznar: “Hoy tenés de recompensa / lo que vos te merecés”.