Columnistas // 2019-03-23
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Decime si exagero
Una pregunta actual para un tema de larga data
Los tiempos cambian, las sociedades maduran. Lo que antes ni siquiera se podía preguntar hoy bien puede ser la mejor pregunta. A un día de un nuevo aniversario del Golpe un Meme aparece en Internet y te deja pensando un buen rato…


 La icónica imagen de “Garage Olimpo” que ilustra esta nota está ahí porque hemos perdido –tal vez para siempre- la imagen que debería ilustrarla: un Meme que circula por Internet desde hace días. Sí, los Memes… los Memes se nos cruzan todo el tiempo, tengamos la edad que tengamos, tengamos el teléfono que tengamos, miremos la cantidad de minutos que miramos las pantallas por día; ellos siempre están allí, los vemos a cada momento.

Los memes llegan por whatsapp, por correo, por Facebook, por Instagram, por Twitter, están incrustados en las noticias que leemos, son tema de conversación en el trabajo, en clase, en el bar (bueno, al bar estamos yendo bastante menos desde que un simple café cuesta como 70 mangos…). Los Memes son una invasión, y nos interpelan varias veces por día.

Según la RAE, el “Meme” es la “pieza gráfica que se usa para describir una idea, concepto, situación, expresión o pensamiento, manifestado en cualquier tipo de medio virtual, cómic, vídeo, audio, textos, imágenes y todo tipo de construcción multimedia, que se replica mediante internet de persona a persona hasta alcanzar una amplia difusión”. Muy bien descripto, felicitaciones a la RAE, a todes sus miembres.

El poder de los memes es inmensurable, quiero decirlo con grandilocuencia, porque a esto mismo estoy apuntando con todo este largo preámbulo: el Meme es poder. Es más, su poder es tan sorprendente y conmocionante que esta nota, por ejemplo, fue disparada por un simple y único meme que, como todo meme subversivo, he salido a buscar dos días después de haberlo visto y no puedo encontrarlo por ningún lado. Es un meme (¡ay!) desaparecido.

Voy a tratar de hacer algo medio estúpido, se los voy a contar, así, de manera imperfecta, como lo recuerdo: era un jpg, no era un gif, ni un video, no estaba animado. La foto era en blanco y negro, tenía a un policía de la federal de la década del 70 arrastrando de los pelos a una persona joven. No recuerdo el sexo, su pelo era largo. El texto, en colores verdes brillantes decía algo así como:

“A 43 años del Golpe pensemos menos en cómo el Estado Represor desapareció ilegalmente a 30 mil personas y pongámonos a reflexionar como fue que casi un país entero estuvo de acuerdo con que eso suceda”.

Texto largo para un meme sí, pero el diseño era maravilloso: lo leías de un solo golpe de ojos. Texto largo para meme, es cierto, pero si te ponés a pensar en el mensaje que está transmitiendo, el dictamen es el contrario: es corto, la idea es sintética, está todo perfectamente resumido. Mirá, no sé qué te pasará a vos ahora que leíste la idea central del Meme, a mí me dejó la cabeza en modo hervido durante dos días.

Muchas cosas han cambiado en este país desde el regreso de la democracia. Muchísimas. Pienso en esto, mirá: en 1985 un mensaje como el de este Meme hubiera generado el rechazo de una gran parte de la sociedad. En 1985 este mensaje hubiera sido un mensaje de mierda. Por aquellos años necesitábamos refrendar (a los gritos si era posible) todo lo que nos había pasado en los siete años de dictadura y –como no- en los treinta años anteriores en los que vivimos varias dictaduras. Las obras de teatro sobre la temática eran explícitas, las películas eran explícitas, gran parte de nuestra literatura dedicada a la revisión del periodo era explícita. Pero hoy (entiéndase por favor, en este sentido, en el de haber salido ya hace cuarenta años de aquel “sistema de gobierno”) todo es distinto; hoy cabe pensar en otras cosas, aparte de seguir mencionando (y sin que la memoria falle ni falte) todas y cada una de las cosas espantosas que el poder cívico-militar-eclesiástico cometió por aquellos días. Hoy, por ejemplo, podemos pensar también en lo que nos invita a pensar el Meme quema pelos que dio origen a esta columna sin que la angustia nos carcoma, porque 43 años después del golpe, podemos tranquilamente ponernos a pensar cual fue nuestra parte en el juego mortal servido durante la Dictadura. Eso es, ni más ni menos, lo que este Meme, con su ingeniosa idea, nos está invitando a reflexionar.

Este año cumpliremos 35 años de democracia ininterrumpida. Ya estamos grandes.

¿Ya estamos grandes?

Bueno, al menos ya estamos lo suficientemente grandes como para saber que mucho de lo que nos pasa socialmente tiene una cuota de responsabilidad de nuestra parte; una cuota “individual” que bien se ve reflejada en cada acto eleccionario del que hemos participado en nuestras comunas, nuestras provincias y el país en estas tres décadas y media. Todos esos gobiernos que nos condujeron desde 1983 hasta acá estuvieron allí porque nosotros, mediante el voto, los hemos elegido. ¿Y antes? Pues “el antes”  es el eje de la pregunta inquietante del Meme, porque “el antes”–hasta ahora- había caído en un revisionismo bien construido, sí, pero que nos exceptuaba como actorxs en todo lo ocurrido.

En estos 35 años hemos mirado a Las Juntas, luego hemos revisado el entramado de inteligencia y terrorismo de estado (allí sumamos, por ejemplo, el accionar de otras fuerzas, como los gendarmes y las policías) luego –con el correr de los años- empezamos a hablar como sociedad de las complicidades empresariales y eclesiásticas, más tarde comenzamos a analizar las participaciones académicas, artísticas y mediáticas. Pero ahora es el turno del Meme: ahora (sin olvidar lo que no hay que olvidarse, de hablar transgeneracionalmente de todo lo que ocurrió, por favor, repitámoslo) es tiempo de reflexionar sobre lo que nos pasó a nosotrxs, desde el llano, qué hicimos y que no hicimos para aceptar cotidianamente lo que nos estaba pasando.

Por las dudas que se te haya ido de la mente, te repito el texto del Meme, así, como me lo acuerdo:

“A 43 años del Golpe pensemos menos en cómo el Estado Represor desapareció ilegalmente a 30 mil personas y pongámonos a reflexionar como fue que casi un país entero estuvo de acuerdo con que eso suceda”.

Entonces: ¿estamos grandes como para agarrar la papa caliente de esta pregunta? ¿Somos capaces de ponernos a pensar –y sin hacernos trampa- sobre cuál era nuestro lugar en todo aquel entramado? ¿Cuáles fueron los métodos que el poder militar-empresarial-eclesiástico utilizó para convencernos de que -de algún modo- estaba bien lo que estaban haciendo?

Afuera de esta pregunta (mal que les pese a algunxs) que queden: las Madres, las Abuelas, las personas exiliadas, las personas que fueron presas políticas, a las personas que durante esos años estuvieron proscriptas y a lxs militantes de la dignidad que de alguna manera u otra intentaron devolverle a este país su libertad, desde sus lugares de vida, transitando esos años con conciencia y haciendo pequeños actos de militancia social encubierta.

Pero al resto si le cabe este poncho, eh, a la mayoría de los “25 mi-llones-deargen-tiiii-nos” que decía la marcha del mundial más marcial que recuerde la historia de los mundiales. Díganme: ¿cómo fue que nos dosificó el analgésico la Dictadura para que socialmente podamos soportarla sin chistar, año tras año, desaparición tras desaparición, censura tras censura, persecución tras persecución, crisis tras crisis? ¿Alguien se lo pregunta seriamente? Para ensayar algunas respuestas o siquiera para tomar un poco de coraje pensemos un rato, por ejemplo, en algunas cosas que nos construyeron culturalmente por aquellos años, un sano ejercicio para ver cómo fue que se construyó “sentido colectivo” para aceptar la falta de garantías, la ausencia de cualquier ejercicio democrático posible.

Voy a subjetivizar un poco el asunto, ustedes disculpen. Mi memoria al respecto será la de un niño, el niño que fui durante ese periodo. Y como niño me tocaron varios hitos que podría enumerar hasta de manera desordenada en esta nota e igual daría cuenta del espíritu cultural de esa época:

Crecí mirando, cada domingo en la matiné continuada del Cine Cervantes, como Palito Ortega y Balá eran militares buenos, muy buenos (“Dos Locos en el aire”, “Brigadas en Acción”) como Jorge Barreiro y Víctor Hugo Vieyra eran los “Comandos Azules”, un grupo paramilitar pero elegante, sensual, patriotas que surgen de las tinieblas para imponer el orden. Tanto es el descaro de estos azules que –cuarenta años después del estreno de la película- aún continúa la idea germinal del film flotando en la sinopsis de su propio Wikipedia, y dice que la película cuenta: “La lucha entre un grupo parapolicial y una banda que robó un banco de memorias de importancia”. Teniendo en cuenta que los grupos parapoliciales que operaron por aquellos años en este país de este lado de la pantalla, el mundo real, torturaron personas, las desaparecieron, robaron bebés y vejaron a diestra y siniestra, consideremos que esta sinopsis es, como mínimo, inquietante.

Crecí viendo las películas de la reinvención de Palito Ortega, cuando Massera y la primera Junta perdían poder concreto y le empezaba a ganar la pulseada el clan militar subsiguiente. En esos films (“Vivir con alegría”, “¡Que linda es mi familia!”) que él mismo escribía y dirigía -las películas más taquilleras de aquellos años- los protagonistas ya no se vestían más de militares. Había que bajar un cambio. Ahora se rescataban los valores de la moral de la familia discreta y religiosa, clan feliz que podía vivir sin hacerse problemas por las pálidas de la vida, por más que éstas fueran no ya “berrinches sociales”, sino crímenes de lesa humanidad y cercenamiento de los derechos humanos, políticos y civiles básicos. De esa época también me fumé bodrios ultramontanos como el documental musical “Viera que lindo es mi país”, película de la que el mismísimo Atahualpa Yupanqui llegó a avergonzarse ya que de manera artera mezcló la tradición folklórica argentina con el chauvinismo más descarado propuesto por quienes detentaban el poder. Y ahí estaba yo: con mis pastillas de frescal y mi alfajor “Lola” con 11 años y consumiendo ese discurso pre-digerido.

Crecí escuchando a Los Parchís, viendo sus películas, mirando esas tramas en las que se proponía el “no te metás”, no andar en “cosas raras”, contar todo lo que uno hacía a la gente “responsable”, no andarse con secretos, bailar como un títere las canciones más pegadizas. Crecí viendo el show de la tele y escuchando las canciones de Gaby, Fofó, Miliki y Milikito cuatro brillantes payasos sin maquillajes, talentosos músicos de canciones populares, sí, es cierto, pero avezados soldados entrenados en el franquismo español en el arte de bajar línea católica y de repetir en monólogos circenses la filosofía del “no-te-metas-en-nada-raro-no-es-bueno”. Lo digo con el corazón partido, prisionero aun de canciones enormes y bellísimas como “El barquito de cáscara de nuez” o “Susanita”.

Crecí con la televisión llena de novelas, ficciones y telecomedias que hablaban y mostraban a la gente viviendo una realidad ajena a la realidad. Honrosas excepciones de por medio, claro. Pero no estamos hablando de las excepciones, estamos hablando de la regla cultural que nos llevó a naturalizar lo inhumano. No hablemos del Chavo, ni de los cómicos uruguayos con sketchs zarpados desde lo social. Hablemos del resto. Porque “el grueso” de nuestros consumos culturales de aquellos años era un espanto. No había lugar para expresiones disidentes en los medios, pero sí para la justicia por mano propia y la idea de meritocracia a los tiros que proponían “Kojak”, “Las calles de San Francisco”, “El hombre del rifle”, “SWAT”, o el racismo yanqui sureño de “Los Dukes de Hazzard” y “Sheriff Lobo”. Los contenidos del norte no se censuraban. El jefe es el jefe, ahora y siempre. Y en nuestra televisión de cabotaje no había lugar para ninguna discusión política, pero sí estaba Mirtha Legrand almorzando el prime time con algunos de los genocidas; y el aparato estatal militar trabajaba a pleno para que los noticieros fueran una venda. Y eso veíamos. “No te borrés, que te necesitamos”, “Hoy le escribí una carta, a mi querido hermano”. Y así; así nos pasaron los años: enredados en la tela del “sentido común” que comunicacional y culturalmente nos propuso el Think Tank de las Dictaduras.

Pero, ¿qué hicimos nosotros, la sociedad argentina, para protegernos y enfrentar como masa civil a esa lluvia ácida de avasallamiento, silencio y terror en la que ésta gente de mierda nos metió? Y no solo nos metió, sino que nos hizo aceptar como la mejor salida entre todas las salidas posibles. Es una pregunta incómoda porque  tenemos que contestarla nosotros mismos. Pues esa es la pregunta del Meme, ¿no? Y es una pregunta simple, moderna, milenial, tal vez parida y viralizada en redes por gente que ni siquiera había nacido cuando todo esto nos sucedió. La pregunta es válida, es propicia y es nueva. La pregunta invita a abrir una nueva puerta, porque es una pregunta que nos interpela desde el presente, ahora que somos ciudadanos “responsables” que eligen a sus representantes, es una pregunta que nos exige una respuesta anterior, pero actual. Porque si la pregunta es ¿cuántas cosas malas le pueden pasar a una sociedad sin que esa sociedad se dé cuenta y hasta soslaye y naturalice el desastre en el que la están sumergiendo?, la pregunta sigue siendo actual. Muy mucho.

Hay un paper interesantísimo del Licenciado Mauricio Villafañe. Lo escribió en 2010, para las “II Jornadas de Investigación Estudiantil”, se llama “El problema del pueblo. La última dictadura y la represión cultural: el caso Lacoste”, en su desarrollo tiene un párrafo cortito, que ilustra perfectamente el poder de una cultura de masas impuesta:

“Como cultura debe entenderse a la capacidad de producción material y simbólica de una comunidad, donde ambas instancias se involucran y relacionan en el proceso de conformación de la ‘experiencia, comunicación, reproducción y transformación’ del orden social. Conforma relaciones de poder, siendo parte de la existencia y desarrollo de ese orden, y a la subjetividad y percepción de las relaciones humanas y con el mundo que las rodea”

Clarísimo, ¿verdad? Por eso la pregunta del Meme, más allá de lo incómoda, molesta o provocativa que pueda parecer es una excelente pregunta, porque nos invita a pensar la producción material y simbólica de “sentidos” desde allá atrás (la Dictadura) hasta hoy mismo. No vivimos en una dictadura hoy, no le demos el gusto de repetir esa frase para que ellxs, los rancios, la jueguen de democráticxs y nos corran por izquierda, por favor no seamos tan pavos; pero contestémonos preguntas incómodas, como la del Meme, solo para evidenciar que muchos de los valores impulsados en aquellos años de plomo y muerte quieren volver a ser impuestos, algunos por lxs mismxs protagonistas (hola Mirta, ¿cómo le va?) y otros por sus hijxs. Pues bien, esta vez: ¿seguiremos haciendo lo mismo, omitiremos, callaremos, nos desentenderemos, traeremos de regreso el “Yo, Argentino…”? Más nos vale que no. No hay que tomar los fusiles, con votar con responsabilidad alcanza y sobra. Decime si exagero…


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