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El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”. (Alexander Pope, poeta inglés 1688-1744)
“Hoy estamos mejor que en el 2015” gritó el presidente de la Nación Mauricio Macri en su apertura de sesiones legislativas. Los amigos aplaudieron y los opositores también.
Los primeros por obvias razones y los segundos como gesto de sarcasmo frente la multiplicación de la pobreza en la Argentina, el aumento de la deuda externa, la inflación mas alta en 27 años y la desocupación creciente.
De la puesta en escena del país de las maravillas que hizo el presidente, la mayoría de los gobernadores decidió no participar.
Los del espacio propio como Vidal, Larreta y Morales y el ajeno gobernador Bordet de Entre Ríos, acompañaron. Pero viejos amigos como Urtubey de Salta, Schiaretti de Córdoba, Cornejo de Mendoza y Valdés de Corrientes prefirieron no hacerlo.
Norberto Firpo, columnista del diario La Nación, en una nota publicada en el año 2008 escribía que el ejercicio de la política oficialista requería de la mentira. Y con tono crítico al gobierno de entonces, agregaba que las consignas de cabecera debían ser: ahorrar verdades, derrochar mentiras y disfrazar la realidad. Pues bien, parece que el actual presidente siguió sus consejos
En el país virtual del primer mandatario, la economía creció, bajó la inflación y se crearon 700 mil puestos de trabajo.
En la Argentina real, entre el 2016 y el 2018, el PBI cayó el 1,6%, se perdieron cien mil puestos de trabajo y la inflación fue del 47,6%.
El país de las protestas callejeras y ruidazos que se agitan desde diciembre del 2018 contra el aumento del 1400 % de las tarifas energéticas, no es el país que el presidente lee como descontento por su gestión y su favoritismo por las empresas, sino la manifestación de un cambio cultural donde la gente por fin comprendió que ‘la energía vale’.
No faltó en la alocución de una hora -que despertó más entusiasmo en la hinchada que en el propio gabinete- el objetivo del equilibrio fiscal (al que no se llega nunca) ni la lucha contra el narcotráfico (indemostrable) ni la mención de los ‘cuadernos’. Aunque, en esto último, no se aclaró si los cuadernos fotocopiados por la que se persigue al gobierno anterior o los certificados por el juez Ramos Padilla donde se extorsiona a empresarios, se espía a periodistas y se arman causas judiciales a opositores políticos.
De balance de gestión sobre una Argentina imaginaria a discurso de campaña electoral resultó esta apertura legislativa.
Aunque parezca una paradoja, los tiempos de elecciones no son los más adecuados para medir la calidad democrática. ¿Por qué? Porque en campaña el candidato está obligado a sacar de competencia al rival y así se disparan promesas extravagantes. Deslegitimar al contrincante es el objetivo y a los y las ciudadanas se nos habla como si fuéramos infantes a los que tratamos de convencer que con ‘sana, sana…’ se pasa el dolor.
El problema aparece cuando el que intenta ser elegido es quien gobierna, porque no puede seguir insistiendo en una afirmación falsa sobre una realidad constatable.
La mentira y la corrupción van de la mano en más de una ocasión. Dónde esta el límite que las separa es difícil de observar, pero sí es certero que ambas dañan al sistema democrático.
Por eso en época de democracias de audiencias, la prensa y las redes sociales juegan un papel central, porque cuanto más se intente llegar a la verdad, más sofisticadas serán las formas para esconderla.
El poeta inglés lo advirtió en el siglo XVIII. Las múltiples mentiras del hoy resultaron necesarias para sostener las mentiras originarias del 2015. Es momento de transitar por otro camino. Ya se dijo que la única verdad, es la realidad.