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La semana pasada nos detuvimos en analizar el circuito económico elemental, es decir, la corriente circular de fondos que va desde las empresas a las familias (como pago de sueldos, ganancias, intereses o rentas) y desde las familias a las empresas como demanda global (en forma directa, como es el caso del consumo, o con intermediario bancario, si se origina en el ahorro, sea consumo financiado o inversión).
Ese circuito se va incrementando con la inversión neta del período, ya que la inversión forma parte de la demanda global y, además, tiene la propiedad de generar capacidad de producción adicional. Lo contrario ocurre con el atesoramiento, es decir, con el retiro de recursos del circuito para demorar el gasto hacia el futuro o para darle otro destino (el denominado “invertir en dólares”, por ejemplo). En un período, el monto del atesoramiento se corresponde con el valor de las mercaderías producidas y no vendidas, lo que hace que los empresarios involucrados bajen el nivel de producción, lo que implica menos salarios y ganancias que bajan aún más la demanda global, dando lugar a una espiral contractiva del producto.
Quienes viven con un ingreso acotado, fuera éste sueldos, jubilaciones o un alquiler, no tienen capacidad de atesoramiento: sus ingresos son destinados al consumo. Por el contrario, los capitalistas tienen en general ingresos superiores a las necesidades de consumo y, por lo tanto, pueden optar entre invertir el excedente en nuevos medios de producción a atesorarlos en espera de una mayor ganancia. Esta última decisión puede ser racional desde el punto de vista individual, si el objetivo del gasto es lograr el mayor rendimiento posible, pero no globalmente, como clase social. El atesoramiento va a disminuir la demanda global y con ello el nivel de ganancias, hecho que directa o indirectamente los va a perjudicar. Por esta razón el economista polaco Michael Kalecki decía “los obreros gastan lo que ganan y los capitalistas ganan lo que gastan”.
El peor de los atesoramientos es la “fuga de capitales”. Es recurrir a la adquisición de divisas, generalmente para depositarlas en bancos extranjeros, especialmente en los denominados “paraísos fiscales”, donde el secreto bancario y los bajos impuestos atraen los capitales mal habidos o que han omitido el pago de impuestos en su país de origen.
El actual gobierno, durante la campaña del año 2015, prometió una “lluvia de inversiones”, es decir, el ingreso masivo de capitales externos con fines productivos. Para ello liberó la economía, en especial los movimientos financieros, de las reglamentaciones existentes, permitiendo el intercambio de divisas sin restricción alguna. Posiblemente estuviera convencido que con un gobierno “amigo del capital”, este le respondería solidariamente. No contaba que una cosa son los aplausos y felicitaciones recibidas y otra, totalmente distinta, es que el capitalista arriesgue su capital sin tener antes ganancias aseguradas.
Los resultados obtenidos en estos tres años fueron totalmente contradictorios con los objetivos esperados. Lo demuestran unas pocas cifras:
Fuga de capitales (en dólares corrientes)
2016-2018: Promedio anual: u$s 19.776 millones. La tendencia fue creciente, hasta llegar a los 27.230 millones en el año 2018.
2003-2007: Promedio anual: u$s 3.749 millones. El total de los cinco años del gobierno de Néstor Kirchner suma u$s 17.248 millones, menos que lo fugado en un año del actual gobierno.
2003-2015: Promedio anual u$s 7.858 millones. 2,5 veces menor al promedio actual.
2008-2015: Promedio anual u$s 10.614. A pesar que durante las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner se soportó la crisis mundial del 2008 y sus consecuencias en los años siguientes, y el largo conflicto con “el campo”, la fuga actual supera en un 70% en su promedio anual al promedio de aquellos 8 años.
Las cifras anteriores son suficientemente elocuentes y no necesitan mayores comentarios.
Con la “liberación” de los mercados cambiario y financiero y la eliminación de las reglamentaciones sobre movimiento de capitales externos y tenencia de divisas, se facilitó enormemente la fuga de capitales. Las cifras anteriores son la consecuencia.
Y lo que también es muy grave, debido a la falta de políticas científicas, a la “fuga de capitales” se está sumando la “fuga de cerebros”, lo que hipoteca doblemente al futuro del país.