Columnistas // 2019-01-20
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¡Oh, la economía! ¿Ciencia lúgubre?
Las concepciones de Malthus, y la solemnidad y ropas oscuras de los economistas de la modernidad, dieron a la ciencia un aura funeraria. Eso cambió: un pensamiento serio se puede sustentar con sencillez y hasta con humor. Como hizo el pediatra Florencio Escardó, quien escribió agudas reflexiones humorísticas.


En el modernismo hubo un redescubrimiento de la razón y con ello el convencimiento de que el mundo, tanto físico como social, estaba sujeto a leyes naturales que la razón podía descubrir y poner al servicio del hombre. Así, Galileo sostenía que el Universo era como un libro y que “Este libro está escrito en lengua matemática (…) sin la cual es absolutamente imposible entender humanamente una palabra, y sin la cual nos agitamos vanamente en un oscuro laberinto".

Los primeros economistas, imbuidos de los principios de la modernidad, entre otros hechos, observaron la estabilidad en el tiempo del nivel real del salario y trataron de buscar una explicación. David Ricardo sabía que en cualquier mercadería, si las cantidades ofrecidas aumentan baja el precio; y, al revés, si disminuyen el precio sube.

Por otro lado, Malthus acababa de publicar sus estudios sobre la población. Ricardo juntó ambas cosas y razonó así: si el salario estuviera por debajo del nivel de subsistencia la gente se moriría y bajaría la oferta de mano de obra, por lo cual el salario subiría; si estuviera por encima del nivel de subsistencia, la población aumentaría notablemente, subiría la oferta de trabajadores y, por lo tanto, bajaría su precio (el salario). Conclusión: el salario está fijado, por ley natural, en el nivel biológico de subsistencia.

Hoy nos puede causar risa ese razonamiento ya que, aunque fuera cierta la relación malthusiana entre recursos y crecimiento poblacional, no tiene en cuenta el tiempo, que es la variable independiente más importante de la economía. Inclusive Marx se burló del mismo e, irónicamente, dijo que para Ricardo los capitalistas, ante una suba salarial, se sentaban a esperar que los obreros se reprodujeran. Pero, a pesar de todo, esta idea tuvo aceptación general, posiblemente porque aliviaba conciencias: la situación mísera en que vivía la clase trabajadora era consecuencia de una ley natural, por lo que no era culpa de nadie en particular.

La crudeza de esta concepción malthusiana, más el hecho de que inicialmente la mayoría de los que estudiaban y publicaban sobre economía eran hombres “importantes”, financistas o empresarios, en una época en que se confundía importancia con seriedad y solemnidad, estos (y en particular los que no lo eran pero querían aparentarlo) se ponían ropa oscura, preferentemente negra, y la mejor cara de bull-dog, todo eso le dio a la economía un aura funeraria. Al punto de que se la conocía como la “ciencia lúgubre”.

Felizmente eso cambió. No solo está totalmente desacreditado el automatismo malthusiano sino que se ha entendido que la profundidad y seriedad de un pensamiento no se mide por su solemnidad. Que es posible hacerlo con sencillez y hasta con humor. Y existieron maestros que utilizaron esta herramienta para escribir sus verdades. Por ejemplo, John Kenneth Galbraith y -entre nosotros- Enrique Silberstein, especialmente en su columna periodística “Charlas económicas”.

Galbraith era famoso por sus aforismos, como el siguiente: “La única función de las previsiones económicas es hacer que la astrología parezca respetable”; o, cambiando de tema, “Cuanto mayor la riqueza, más espesa la suciedad”; oeste otro que podría estar dedicado a nuestros ministros de Economía, ya sean Martínez de Hoz, Cavallo o cualquiera de los ministros de Macri: “Aunque todo lo demás falle, siempre podemos asegurarnos la inmortalidad cometiendo algún error espectacular”.

Esta introducción viene porque un amigo, Antonio García, me acercó unos escritos del doctor Florencio Escardó, que aparte de renombrado pediatra realizaba agudas y humorísticas observaciones con el seudónimo Piolín de Macramé, que publicaron los diarios Crítica, La Razón y, finalmente, La Nación. Bajo los títulos "¡Oh!", "Cosas de argentinos" y "Cosas de porteños" fueron recopilados en forma de libros que están agotados. De uno de ellos, "Penúltimos ¡Oh! antes del año 2000" (editado por Américalee en 1972) quiero compartir a ustedes sus reflexiones sobre ¡Oh, la economía! que, por su fina ironía y sentido del humor, me parecieron insuperables:

I

“La economía era una cosa coherente. Hasta que aparecieron los economistas. Se llama economista a un señor muy informado. Que usa una jerga que ni los economistas comprenden. Y cuya misión consiste en demostrar que el ministro de economía está errado. Lo que siempre es cierto. Hasta que a él lo nombran ministro de economía. Después de lo cual sigue siendo cierto.”

II

“El desconcierto nace de que la gente confunde la economía con la economía doméstica. Y supone que una depende de la otra. Cuando en realidad ni una ni otra dependen de nadie. De nadie residente en el país. La gran economía consiste en una serie de declaraciones sobre economía. Que los ministros emiten. Se denomina ministro de economía a un señor que habla de economía. Mientras otros la manejan. Y cuida el empleo. Que le darán cuando baje del ministerio. Es decir, suba. A funcionario de un organismo económico internacional. Que es como se llaman las instituciones que rigen las economías nacionales.”

III

“La gran economía consiste en palabras tremendas. Como producido bruto. Refinanciación. Y producto "per cápita". Cuando el ministro las pronuncia le dan un voto de confianza. Que es lo único que tienen para darle. Porque cuando hay, los ministros de economía no hablan. La economía doméstica es otra cosa. Se resume en un aforismo de Keynes al que se opone Ricardo y que traducido quiere decir "parar la olla". Esta disociación constituye la gran tragedia del país. Porque una es la economía del ministro. Y otra la economía de la señora del ministro. Por eso todos los ministros llevan una vida doble.”

IV

“Alguien dijo que un ladrón es un financista apurado. Poniendo la diferencia en el tiempo. Lo que es absurdo. Un financista es siempre un financista apurado. Pero como el tiempo es oro, no hay que perder el tiempo. Porque sería perder oro. El oro siempre ha constituido el arquetipo del patrón. Por eso se dice patrón oro. Pero del ama de casa nadie dice patrona oro. La economía es la madre de todos los vicios. Que conduce a la inflación. Que es el borborigmo de las finanzas. Que hace del dinero una ventosidad. La inflación es el engorde en forma de edema. Un método que logra que con más pesos tengamos cada vez menos pesos. Se basa en uno de los más grandes temas de la economía: *vamos tirando*. Cada ministro de economía reprocha la inflación a su antecesor. Y promete frenarla. Pero el sucesor sabe que es un pacto de caballeros. Como casi toda la economía. Por eso la mejor manera de suprimir la inflación ha consistido en suprimir al ministro de economía.”

V

“Un modo genial de levantar la economía de las zonas pobres es sembrarlas de casinos. Que las enriquecen. De igual modo que se cura la anemia de un sujeto haciéndole una sangría al hermano”.


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