Columnistas // 2019-01-13
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Sobre la deuda eterna
El endeudamiento argentino comenzó en 1824 con Bernardino Rivadavia y el préstamo de Baring Brothers. La segunda ola se inició con la dictadura de 1976 y la tercera con Menem-Cavallo. En 2015 Marci empezó la cuarta ola, que en solo tres años superó a las anteriores. El problema estallará tarde o temprano.


 Una de las herramientas más efectivas que poseen los países centrales para dominar a los de la periferia es el endeudamiento. Como escribió Raúl Scalabrini Ortiz,“Endeudar un país a favor de otro, hasta las cercanías de su capacidad productiva, es encadenarlo a la rueda sin fin del interés compuesto (...) Tarde o temprano, el acreedor absorbe al deudor”, concepto ratificado porAlejandro Olmos: “La deuda externa se ha convertido en una actualizada forma de esclavitud, que condiciona de manera irreversible las posibilidades de desarrollo de cualquier país soberano”.

La deuda externa argentina tiene una larga historia. Se remonta a 1824, fecha en que Bernardino Rivadavia pidió a los banqueros ingleses Baring Brothers un préstamo para construir el puerto de Buenos Aires y el sistema de aguas corrientes. Esa deuda fue creciendo y cuando tomaba el carácter de “eterna”, Juan B. Alberdi, con la lucidez que lo caracterizaba, escribió en 1879: “La América del Sud, emancipada de España gira bajo el yugo de la deuda pública. San Martín y Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos la han puesto bajo el yugo de Londres” (citado por Felipe Pigna, “Caras y Caretas”, abril 2017).

Alberdi fue premonitorio. A partir de entonces y hasta 1890, se desató una ola de endeudamiento que terminó en la crisis de 1890 y la renuncia del presidente Juárez Celman (y, en Londres, derivó en la quiebra de Baring Brothers, principal acreedor del Estado argentino).

La segunda oleada endeudadora vino en 1976. El dictador Videla se apoderó del gobierno cuando existía una deuda de solo 8.000 millones de dólares y, siete años después, el régimen dictatorial dejó el gobierno con una deuda de 45 mil millones (originada en compra de armamento, fuga de capitales y déficit externo resultante del “libre comercio”). Como consecuencia de ese endeudamiento, en 1983 la democracia nació condicionada y subordinada a los intereses externos. “El problema del endeudamiento operó desde siempre como una trampa no demasiado oculta para quien la quisiera ver. Y esa trampa estuvo tendida desde el inicio de la flamante democracia, recortándole las alas desde el primer momento. Los nuevos dirigentes votados para gobernar este país optaron por no desactivar esa bomba de tiempo”, explicaron Mercedes Marcó del Pont y Héctor Valle (“Crisis y reforma económica. Noticias del país real”)

Esa historia fue común para toda América Latina: durante la década de los años ’80, la región envió al “norte”, en concepto de intereses y dividendos, 318 mil millones de dólares, mientras que ingresaron capitales por 94 mil millones. Hubo una transferencia neta, producto del trabajo latinoamericano, de 224 mil millones de dólares. A pesar de ello la deuda total, en lugar de disminuir por los pagos realizados, aumentó: pasó de 309,8 a 422,6 mil millones. Fue la “década perdida” de nuestra historia contemporánea.

La tercera ola vino de la mano de Menem y Cavallo. Traspasaron el gobierno con una deuda externa de 140 mil millones de dólares. El gobierno de la Alianza tampoco desactivó la bomba, continuó con la ficción del cambio 1 a 1 entre el peso y el dólar, y pagó su error con la crisis del 2001 y el retiro anticipado a bordo de un helicóptero.

Lo que sigue es historia relativamente reciente y muy conocida: la declaración de “default”, la asunción al gobierno de Néstor Kirchner y los dos canjes de deuda, decididos unilateralmente, pero con elevada aceptación por parte de los acreedores, que convirtió a la deuda en un problema manejable y en gran proporción nominada en pesos (convertida en deuda interna), y que fue uno de los factores que hicieron posible el fuerte crecimiento económico y el cumplimiento regular de las nuevas obligaciones de pago contraídas.

El 10 de diciembre del 2015 comenzó la cuarta ola de endeudamiento que, por el volumen y la intensidad, en solo tres años superó ampliamente a las anteriores. Se tomó nueva deuda externa por más de 100 mil millones de dólares, mientras que el monto total de la deuda pública, interna y externa, alcanza los 330 mil millones, lo cual significa un 80% del PBI (Producto Bruto Interno).

La nueva fiesta de endeudamiento terminó el año pasado, cuando los mercados internacionales dudaron de la solvencia del país y dejaron de financiarlo. La consecuencia fue la entrega de la soberanía económica argentina al FMI (Fondo Monetario Internacional), que tiene de hecho “intervenido” al ministerio de Hacienda y al Banco Central, y dicta, en última instancia, la política económica nacional.

El problema, ahora, es cómo va a seguir la historia. Lo único sabido es que, más tarde o temprano -¿este año? ¿en el 2020?-, el problema de la deuda va a volver a estallar. Y que el pueblo argentino es el que pagará la fiesta.


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