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El año 2019 nace con esperanzas (es un año electoral) pero, simultáneamente, llega bajo la negra sombra de la espada de Damocles que representa, para Argentina, la amenaza del “default” de la deuda a que nos condujo el gobierno de Cambiemos.
Los tres primeros meses serán cruciales: no hay financiación externa (los ingresos extraordinarios son sólo los 12.700 millones del FMI) ni exportaciones de importancia que provean de dólares las exhaustas arcas públicas, mientras que hay vencimientos (entre bonos y letras) por el equivalente a 22.900 millones de dólares, incluyendo capital e intereses. Y hay que tener en cuenta el aumento de la demanda de dólares para ahorro y fuga, típico de un año electoral: para cubrir los tres primeros meses del año de esta formación de activos extranjeros más otros pagos extraordinarios, podemos estimar –a mano alzada- la necesidad de 10.000 millones de dólares adicionales.
Las cuentas del párrafo anterior muestran que, para no seguir perdiendo reservas como ocurrió este año, sería necesario cubrir unos 20.000 millones de dólares, ya sea mediante la renovación de deuda o mediante el ingreso de capitales especulativos, siguiendo con la bicicleta financiera. Lo que implica mantener intereses muy elevados, de alrededor del 60% actual.
Cualquier noticia desfavorable del exterior o del interior del país puede desestabilizar el difícil equilibrio económico actual, generando una nueva corrida cambiaria.
Para después de abril se espera el ingreso de divisas por la exportación de la cosecha en la pampa húmeda, a la que el gobierno apostó casi todas sus fichas. Pero también sigue el “festival” de vencimientos, por lo que no se puede bajar la tasa de interés porque, de hacerlo, los capitales especulativos se irían al dólar, dólar que es imprescindible para pagar las deudas, mientras que los aumentos en su cotización implicarían más inflación.
Para el gobierno el año 2016 fue el año del ajuste. Al año siguiente, por ser electoral, en base a nuevo endeudamiento externo, se abrió la “canilla” del gasto público para obras públicas y se dieron muchos créditos; se creó así la ilusión que el ajuste había pasado y que se abría un futuro de crecimiento y bienestar.
Ese sueño duró poco. El pueblo argentino despertó del mismo al día siguiente de las elecciones, cuando el ajuste neoliberal se intensificó, agravado con la falta de financiación externa. Un año después, 2018 se despide con una caída del PBI del 3%, inflación que se acerca al 48% anual, la pérdida del valor adquisitivo de sueldos y jubilaciones, en plena recesión económica, con cierre de empresas y aumento de la desocupación y de la pobreza.
Con tasas de interés oscilando el 60% anual no existen posibilidades de inversión productiva y, por lo tanto, de salir de la recesión.
El ala política de Cambiemos esperaba, en el año próximo, repetir la experiencia del 2016 con obras públicas y mejoras, pero ahora será imposible: no hay financiación externa y el FMI, para defender los intereses de los acreedores, tiene intervenido al Banco Central y ejerce las funciones del ministerio de Economía de la Nación. Es decir, si se logra eludir la sombra del “default”, llegaremos a fin de año con mayor recesión: una caída del PBI que el presupuesto ha estimado en un 0,5%, el FMI en 1,6%, las estadísticas de la OCDE en 1,9% y que posiblemente superen el 2,5% anual, con mayor desocupación y pobreza. Y la crisis de la deuda para el año 2020.
Con este panorama, donde las tendencias e indicadores son todos negativos, podemos preguntarnos ¿Bienvenido 2019?