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Todo régimen político requiere de un imaginario que lo legitime. Porque es allí donde las sociedades expresan sus identidades y organizan el pasado, el presente y el futuro.
En el imaginario social la ideología y la utopía son componentes tan esenciales como los símbolos, rituales y mitos. Todo aporta a la proyección de intereses y aspiraciones colectivas y su manipulación forma parte de la agenda de los poderes instituidos.
Uno ejemplo preciso en la elaboración de estas percepciones fue la Revolución Francesa de 1789. Pródiga en instalar imágenes como la bandera tricolor, la Marsellesa, el gorro frigio, la figura femenina, el árbol de la libertad, entre tantas otras tuvo por finalidad desterrar el imaginario monárquico para dar paso a una nueva era de sentido republicano e igualitario.
De Dios a la Razón, del súbdito al ciudadano, el conde de Mirabeau escribió ‘no basta con mostrar la verdad, hace falta que el pueblo la ame’. Tal vez por eso, una sección del revolucionario Ministerio de Interior de 1792 era nombrada como Bureau de L’Esprit. Una oficina destinada a formar las almas.
En Argentina fue alrededor de la década de 1880 que el Estado-Nación se hizo cargo de dicha tarea. Con la implementación de grandes fiestas en conmemoración de las fechas patrias, la instalación de un determinado calendario cívico, la obligatoriedad de la enseñanza de la historia en las escuelas y la construcción de estatuas, monumentos y paseos, se fue consolidando un sentido de pertenencia a través de una selectiva visión del pasado. Así por ejemplo, la inauguración en 1887 de las estatuas del general Juan Lavalle en Buenos Aires y del general José Maria Paz en Córdoba, fue celebrado por el gobierno de Juárez Celman y por el diario La prensa como “el inicio de una nueva etapa en que la conciencia pública del pueblo argentino podrá honrar a sus hijos más esclarecidos”.
Las batallas por la memoria histórica lo son también por el imaginario social del presente.
En Francia, con mayor o menor fuerza, la iconografía fue utilizada por los partidarios de la revolución y hostilizada por sus adversarios. En la búsqueda de una nueva conquista de las almas se trabó una verdadera disputa a lo largo de un siglo de historia y al compás de las distintas olas revolucionarias y de las reacciones monárquicas y conservadoras.
En la Argentina del siglo XX, también el conflicto político y las aspiraciones por direccionar el presente llevó a levantar estatuas o derribarlas, a rebautizar provincias, ciudades y calles, a prohibir siquiera nombrar a un presidente o tener una imagen alegórica de su gobierno, a quemar bibliografía, a censurar escritores, músicos, actores y actrices y a disponer arbitrariamente el uso del pasado.
Pero a pesar de esa vocación refundacional que los gobiernos suelen ejercer, la actual administración nacional ha mostrado un sorprendente rechazo por el pasado, incluso por ese pasado mítico fundacional de la ‘Patria’. Bajo la impronta del cambio, por ejemplo, decidió reemplazar las imágenes históricas de los billetes de la moneda argentina por animales de la fauna autóctona. ¿Por qué?
Algún ministro dijo que era una forma de apostar al futuro, otros ensayaron una valoración del medio ambiente; pero las razones serias hay que buscarlas menos en la selección de las nuevas imágenes que en la notable intención por des-historizar el presente.
Un presente que evite recordar y discutir a Domingo Faustino Sarmiento y a Juan Manuel de Rosas; a Julio Argentino Roca y a Eva Perón. Un presente sin las Malvinas Argentinas y sin los Libertadores de América.
Un presente que no se mire en el pasado y oriente la reflexión sobre la sociedad que fuimos, la que somos y la que podríamos ser. Un presente exento de nombres propios y de genealogía
Tal vez estemos frente a un nuevo capítulo en la formación de las almas; pero esta vez anónimas, nómades y con pretensiones cosmopolitas. Un imaginario acorde a las aspiraciones del capital y del dinero.