_

Heinz Dietrich es un conocido y respetado sociólogo y analista político alemán que, entusiasmado con los cambios ocurridos en América Latina en el nuevo siglo, especialmente el proyecto de socialismo del siglo XXI de Chávez, se radicó en nuestro continente (actualmente vive en México y es profesor de la Universidad Autónoma en ese país). Dietrich ha propuesto la denominación de “proyecto histórico” para referirse a los proyectos de organización social que hacen referencia a elementos estructurales de la economía, pero también a la acción política y evolución histórica de esa sociedad concreta.
En el libro “La izquierda y el nacionalismo popular” (de Itaí Hagman y Ulises Bosia; Colihue, 2017), siguiendo a Dietrich, se sostiene que en la Argentina actual existen tres proyectos históricos con pretensiones hegemónicas: 1) El liberalismo (dominante durante la organización nacional y primeras décadas del siglo XX y renacido a partir de 1976, especialmente en los años ’90 y después del 2015); 2) El desarrollismo (a partir de 1955, con auge durante el gobierno de Frondizi como vocero de una oligarquía diversificada orientada a la industria y relacionada con el capital externo; reaparece con Duhalde y Lavagna en el 2001, con la devaluación del peso y no la dolarización, como pretendía el sector financiero); incluye en este sector a Lavagna, Massa y Pichetto; 3) El populismo (o “nacionalismo popular”. Sus antecedentes se remontan a Yrigoyen y a Forja; los principales exponentes son Perón y el Kirchnerismo, especialmente después del 2008).
El liberalismo (o, más preciso, el neoliberalismo, tal como se presenta a partir de la década de los años ’70) es un proyecto que económico, político y cultural que endiosa a la sociedad de mercado. Lleva a la mercantilización de la salud, educación y cultura; sostiene que el mercado es el encargado de distribuir el ingreso en función del aporte que hace cada uno, aporte que está medido según los precios de mercado; por lo tanto, el éxito económico (medido por la acumulación de riqueza) es la consecuencia de los esfuerzos y méritos de cada persona.
El liberalismo representa al individualismo extremo; como dijera Margaret Thatcher: “La sociedad no existe. Sólo hay individuos”. Considera que la desigualdad es un valor positivo, mientras que las políticas sociales atentan contra el esfuerzo individual y la cultura del trabajo. Su ideal es la meritocracia y su visión política conservadora.
Karl Polanyi fue un destacado filósofo y científico social que, en su trabajo “La gran transformación,” hace una crítica a fondo del liberalismo. Para él la suposición de que el mercado se auto-regula y permite lograr el bienestar colectivo es una utopía y su fracaso en los años ’30 llevó a las propuestas totalitarias que culminaron en la segunda guerra; podría extenderse el razonamiento de Polanyi al fracaso del neoliberalismo en Brasil y el triunfo de Bolsonaro como su consecuencia.
Por su parte, según Hagman y Bosia, el desarrollismo es una expresión minoritaria que oscila entre el liberalismo y el populismo; apoyaron a este último durante los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, hasta el conflicto con el campo en el año 2008, en que muchos pasaron a la oposición. Con el nuevo gobierno votaron todas las normas conflictivas que hicieron posible la instauración de un nuevo orden neoliberal.
Finalmente, el populismo es un término usado con connotaciones peyorativas y como descalificador por parte los voceros del neoliberalismo. Como dice José Pablo Feinmann: “populismo fue un término promovido junto a demagogia para justificar los golpes de Estado y la economía neoliberal”. No es solamente en Argentina; el español Luis García Montero, en su blog (9-8-14) escribió que las instituciones y los gobiernos al servicio de los grandes intereses de las élites económicas, han establecido una dinámica que pretende identificar la defensa del bien común comodemagogia populista.
La semana pasada, en esta columna, nos ocupamos de diferenciar el significado que se da al término populismo en Europa, para referirse a corrientes de derecha, contrarias a la Unidad Europea y antimigratorias, en posiciones xenófobas, del populismo latinoamericano, decididamente progresista y que asume la defensa de los derechos de las grandes mayorías. Sus orígenes se pueden encontrar en posiciones de Alfredo Palacios a principios del siglo XX y en el peruano Vítor Haya de la Torre que en “El antiimperialismo” (1929) escribió que el Estado latinoamericano debía asegurar la realización de los principales intereses sociales y que sus enemigos eran la oligarquía y el imperialismo.
Al populismo se lo acusa de no promover cambios estructurales de fondo en la economía. Es cierto, pero cabe aclarar que esos cambios no formaron parte del proyecto ni el de las fuerzas políticas de mayor gravitación que lo apoyaron. Para Carlos M. Vilas (revista “Realidad Económica” N° 305, 2017, pg. 57) “es una variante criolla de la socialdemocracia, en sociedades dependientes de los centros internacionales de poder…”. Hay que recordar que la socialdemocracia, antes de ser cooptada por el neoliberalismo, hecho que se inició a partir de los años ’80, tuvo, después de la segunda guerra, sola o formando parte de coaliciones, la responsabilidad de gobierno o gran influencia en la política llevada adelante en las democracias europeas occidentales y que dio lugar a la “economía del bienestar” (1945-1975), de gran crecimiento económico y distribución progresiva del ingreso, con reconocimiento de los derechos civiles y económicos para toda la población, incluyendo el acceso universal a la educación y la salud. Ese papel es el que asigna Vilas al populismo latinoamericano de nuestra época.
Como dijera Ernesto Laclau, hoy “el populismo garantiza la democracia".