Columnistas // 2018-12-09
_
El populismo latinoamericano
En el presente siglo, en América Latina resurgieron movimientos progresistas y antimperialistas que rescataron la lucha por la equidad en la distribución del ingreso y la justicia social, y que han asumido con valorización positiva el calificativo de “populistas”.


 Uno de los principales problemas que se presentan, tanto en las ciencias sociales como en el hablar cotidiano, es terminológico: es determinar exactamente a que nos referimos cuando usamos determinado término, ya que las palabras pueden tener más de un significado (pueden ser polisémicas, dicen los lingüistas), significado que puede variar en el espacio y en el tiempo (por ejemplo “liberal” en Estados Unidos es un ciudadano progresista, de izquierda; en cambio, en América Latina, es de derecha, un defensor del libre mercado y que pone reparos a las políticas redistributivas del Estado).

En esta columna, en una nota reciente, analizamos precisamente el término “liberalismo”, que puede referirse al plano filosófico (la persona, por el simple hecho de serlo, es titular de derechos inalienables, conocidos como “derechos humanos”), al político (individualista, no necesariamente coincidente con el ideal democrático), o al económico (libertad de empresa y de comercio). Particularmente, este último, en la práctica, puede ser contradictorio con el primero.

Un problema similar se plantea con el término populismo.

Para el historiador Ezequiel Adamovsky (en un artículo traducido en la revista “Anfibia”, de la U. N. Gral. San Martín) el término “populismo” se origina en Rusia con un movimiento socialista que sostenía la necesidad de apoyarse en el pueblo y que en ese país los campesinos serían el principal sujeto de la revolución, mientras que las comunas y tradiciones rurales podrían utilizarse como base para construir a partir de ellas la sociedad socialista del futuro. El populismo ruso tuvo un importante desarrollo numérico y participó activamente en la caída del zarismo, aunque entró en conflicto con los soviéticos y desapareció. En forma independiente surgió en Estados Unidos a partir de 1891 (“Partido del Pueblo), apoyado en los campesinos pobres, con ideas progresistas y antielitistas y que tuvo de vida política muy breve. Tanto en Rusia como en Estados Unidos, para combatirlos, el término “populista” tomó un carácter peyorativo. 

Según Adamovsky, renace en la década de los ’50. Cita a Edward Shils, para quien “Populismo” designaba “una ideología de resentimiento contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente de antigua data, de la que supone que posee el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo o la cultura”. Lo utilizaron, en general con una connotación negativa, para nombrar a un conjunto de movimientos reformistas del Tercer Mundo, particularmente los latinoamericanos como el peronismo en Argentina, el Varguismo en Brasil y el Cardenismo en México.

En esta línea los economistas Dornbusch y Edwards compilaron en un libro titulado “Macroeconomía del populismo en América Latina, (FCE, 1982) diversos trabajos que, en síntesis, opinan que el populismo latinoamericano tiene una mirada económica que “prioriza el crecimiento y la distribución del ingreso y no se preocupa suficientemente por los riesgos de la inflación y del déficit en las finanzas, por las limitantes externas y por las reacciones de los agentes económicos frente a políticas agresivas que afectan el mercado”. Por esas razones, el populismo estaría condenado al fracaso.

En el presente siglo, en América Latina resurgieron movimientos progresistas y antimperialistas que rescataron la lucha por la equidad en la distribución del ingreso, la justicia social de los antiguos movimientos populistas y que han asumido con valorización positiva el calificativo de “populistas”. Con las características propias de la historia y tradición de cada uno de los países, en esta lista se puede incluir a Chávez de Venezuela, Lula del Brasil, Evo Morales de Bolivia, Correa del Ecuador y Néstor y Cristina Kirchner de Argentina. Mientras tanto, en Europa han surgido movimientos de extrema derecha, vagamente anti-sistema, contrarios a la U.E. y que, con posiciones xenófobas, denuncian el peligro de las migraciones para la identidad nacional, movimientos que también son denominados “populistas”.

Para aumentar la confusión, los voceros neoliberales utilizan el término en forma peyorativa para referirse a los antiliberales, ya sean progresistas como reaccionarios y el periodismo califica de populistas tanto al Presidente Trump como al gobierno de izquierda de Portugal.

Por esa razón el papa Francisco ha dicho: “Cuando oía populismo acá (Europa) no entendía mucho, me perdía, hasta que me di cuenta que eran significados muy distintos según los lugares. Allí, en América Latina, significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo, el de los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa”. Y en una de sus primeras encíclicas como pontífice dice, en forma coincidente con el populismo latinoamericano: “No a la economía de exclusión; no a la nueva idolatría del dinero; no a la inequidad que genera violencia”.

Por último, Ernesto Laclau, en el libro “Sobre la Razón Populista” (2005), utilizó el término “populista” para nombrar ese tipo particular de apelaciones políticas que recortaban un Pueblo en oposición a las clases dominantes. “El populismo comienza –escribió– allí donde los elementos popular-democráticos son presentados como una opción antagonista contra la ideología del bloque dominante”.

El término “populismo”, en nuestro continente, significa adoptar una posición progresista, de justicia social y mayor igualdad; es, como dice Laclau, la radicalización de la democracia.


/ En la misma sección
/ Columnistas
Elecciones en México: balas y votos
/ Columnistas
Qué es el síndrome de burnout