_

La conjunción exitosa entre soberanía, democraciay globalización, es algo bastante difícil de encontrar en alguna experiencia histórica; en especial cuando se observan los acontecimientos políticos de las últimas décadas. De las tres pareciera que hay que elegir dos o sólo una. Y la próxima reunión del G20 confirma algo de todo esto.
Dani Rodrick, economista de origen turco formado en Harvard y profesor de esa universidad, decía que China sacrificaba la democracia y que Occidente hacía lo propio con la soberanía. Sin embargo, esto último es bastante relativo. En el 2005 franceses y holandeses votaron en contra de la Constitución europea, pero igualmente dos años después esa constitución entró en vigor.
El Reino Unido por su parte decidió por el binomio soberanía/democracia, mientras que Grecia terminó por renunciar a ambas al aceptar las condiciones de las instituciones supranacionales europeas. A pesar de que el 61, 31 % de los griegos rechazaron con su voto el programa presentado por la Comisión europea y el FMI, el primer ministro Tsipras desconoció el referéndum y justificó la aceptación de los acuerdos bajo la amenaza de expulsión de la eurozona y frente a la posibilidad de que Grecia -según sus palabras- se convirtiera en Afganistán.
La globalización es sin duda un fenómeno contradictorio.El extraordinario esfuerzo para facilitar el movimiento mundial de bienes, servicios y valores no se corresponde con las restricciones cada vez más duras, impuestas por los estados locales a la circulación de las personas.
Mientras la economía y la información se hacen cada vez más globales, las relaciones sociales y humanas se tensan sobre la base de la segregación étnica y económica y los gobiernos aplican políticas discriminatorias y xenófobas.
Los mercados internacionales exigen el derrumbe de toda pauta regulatoria de los Estados nacionales pero a su vez requieren reglas que determinen la propiedad, tribunales que hagan cumplir los contratos, servicios para mantener la estabilidad financiera; es decir necesitan cierta dosis de institucionalidad política que les facilite su funcionamiento. Ejemplo de esto podría ser la imposición al gobierno argentino del FMI de obtener la aprobación parlamentaria del presupuesto 2019, como requisito para el desembolso del préstamo acordado.
La paradoja es que se pretende que la economía global funcione sobre la base de la limitación de la política local.
Es en ese sentido que no debe sorprendernos el camino emprendido por hombres de negocios para ocupar las primeras magistraturas de las democracias occidentales. Desde Berlusconi a Trump, pasando por América Latina con Temer en Brasil, Macri en Argentina, Piñeira en Chile, Fox y Peña Nieto en México, Cartes en Paraguay, Moïse en Haití, Varela Rodríguez en Panamá,Kuczynski en Perú, todos han comenzado su carrera política siendo tapa de la revista Forbes.
La globalización es un fenómeno cuyos protagonistas son las elites y por eso es difícil su ecuación con la democracia.
Pensemos que el nivel de vida de las elites de los países desarrollados se ha elevado enormemente. El 82% de la riqueza mundial está en manos del 1% más rico de la población -según datos (2017) de la ONG Oxfam- mientras el nivel de vida de las clases medias de esos mismos países ha caído y ha empeorado exponencialmente el de las mayorías trabajadoras, migrantes, desocupadas y excluidas del conjunto del planeta.
En la actual coyuntura de la región con predominio de gobiernos-empresarios, es posible imaginar que de la tríada propuesta, democracia y soberanía no tendrán un lugar relevante en la agenda de la cumbre del G20. De su tema central“Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sustentable” posiblemente solo se hable de desarrollo y de consenso. Pero esto último, no en términos de mayorías ciudadanas sino de buenos negocios entre pares.