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A mediados de la década de los años ’70 del siglo pasado se produjo un profundo corte en la historia de occidente. A la nueva época se le dio el nombre de posmodernidad, cambio que afectó a todos los aspectos de la vida social: desde el pensamiento científico y filosófico hasta las costumbres y las relaciones interpersonales.
El trasfondo estructural del cambio está en la transformación del capitalismo industrial en capitalismo financiero y de especulación, comenzada en esa época. Ahora, aproximadamente la mitad de las utilidades de las grandes empresas provienen de la financiación y juego especulativo y, por otro lado, la gran empresa dejó de ser un ente productivo localizado en determinado lugar, para convertirse en nómade sin nacionalidad: se instala donde las condiciones para aumentar las ganancias parecen mejores, explota al máximo ese entorno y, ante su agotamiento o la aparición de posibilidades de mayores beneficios en otra parte, lo abandonan sin interesar las consecuencias humanas, sociales y económicas de la decisión.
Las transferencias financieras y especulativas a nivel internacional han crecido exponencialmente y superan por mucho a las tradicionales transacciones de mercancías. El símbolo suplanta a la riqueza real y el neoliberalismo se ha convertido en la ideología dominante.
En ese entorno, la realidad perdió la solidez que la caracterizaba y se fue volviendo algo líquido, inasible. También las relaciones interpersonales perdieron solidez y permanencia en el tiempo, ya que lo que importa es el logro inmediato o a muy corto plazo.
La historia, lo mismo que las doctrinas y los principios ideológicos, dejaron de representar certezas y se fueron convirtiendo en meros relatos cuya validez no puede demostrarse y que, en última instancia, son equiparables a otros relatos opuestos o distintos.
Como era de esperar, la búsqueda de la verdad fue perdiendo entidad y apareció la posverdad. “Las aseveraciones dejan de basarse en hechos objetivos para apelar a las emociones, creencias o deseos del público” o de los poderes dominantes.
El término “posverdad” parece que fue introducido por Steve Tesich en un artículo de 1992 para referirse al escándalo “Irán-Contras” y a las sucesivas explicaciones del gobierno norteamericano tratando de tapar o desfigurar la realidad de los hechos. El término tuvo tal éxito que el diccionario de Oxford del 2016 la consideró la “palabra del año” y, en el año siguiente, la Real Academia de nuestra lengua lo incluyó en el léxico castellano.
Los periodistas norteamericanos suelen decir a que Trump y a su gobierno le corresponde el primer puesto en el reino de la posverdad, que también denominan como “fake news” (literalmente “noticas falsas”). Posiblemente porque desconocen los logros del gobierno de “Cambiemos” en nuestro país.
Eduardo Barcesat, en un artículo periodístico, calificaba al presente como la etapa ficcional de nuestra historia; es el “mundo del como si”. Como si hubiera Estado de derecho, con división de poderes y supremacía de la Constitución Nacional; como si la justicia fuera independiente; como si los gobernadores y sus representantes legislativos apoyan al gobierno porque sí, porque están convencido de ello; como si todos los ciudadanos tuvieran los mismos derechos; como si la prensa no estuviera sometido a los poderosos intereses económicos y a las presiones permanentes; “como si la economía funcionara y se estuviera atravesando una etapa de esplendor para todos”.
Se nos dice que la inflación está bajando y que el año que viene será del 23%, cuando en estos tres años de gobierno se superó holgadamente esa cifra y la del 2018 estará por encima del 45%; se nos dice que gracias al “blindaje” del FMI ahora vendrán inversiones, cuando lo único que vienen son capitales especulativos, aprovechando tasas de interés superiores al 60% en nuevas “bicicletas” financieras, capitales que se irán en cualquier momento, mientras que las pymes y toda la industria argentina cierra sus puertas despidiendo a su personal; se nos dice que a partir del año que viene comenzará el desarrollo del país, cuando lo que crece es la deuda externa, verdadero cáncer que subordina y termina por exprimir a las economías del tercer mundo.
Claro que, en última instancia, la posverdad, como toda forma de mentira, tiene patas muy cortas, como dice el refrán, y a corto o mediano plazo se impone la realidad objetiva, aunque, como puede ocurrir, sea cuando choquemos contra ella.